Existen temas interesantes y discutibles, que son susceptibles de controversia porque pueden ser ciertos o falsos en contextos relativos, y sobre los cuales siempre habrá personas dispuestas y predispuestas (que no es lo mismo) a opinar sin saber, criticar sin haberlo vivido y a juzgar de manera injustificada.
Para la muestra, el antiguo y trillado tema del amor de lejos, porque amar data del principio de la humanidad y ha sido siempre la chispa que da arranque al motor de los latidos. Amor de lejos hay desde la época del pergamino, ahora imposible que no exista en los tiempos de las TIC, en los que estamos literalmente a un dedo de expresar nuestros sentimientos a alguien aunque esté del otro lado del planeta.
Amor de lejos ha habido de todas las tallas, formas y condiciones, de esos macondianos que hacían enclavijar los telégrafos rogando un instante de comunicación, enamorados desde la distancia cuando los esposos se iban a la guerra, primeros amores cuando mandaban a los niños a la capital a estudiar, o a las niñas al internado y se separaban las ilusiones infantiles. La ausencia no mata el amor si la paciencia lo sostiene.
Si bien es cierto, otros sentimientos ligados a la percepción de los sentidos atentan contra el amor por puro que sea, el tiempo y su inexorable paso crean ansiedad e impaciencia y hay corazones llenos de amor pero carentes de “capacidad de aguante”, y pierden el dominio de la razón y los sentimientos, o como lo justifican muchos: “la carne es débil”.
Hablemos a “calzón quitao”: la distancia prolifera las oportunidades de cometer infidelidad porque nuestra condición natural nos hace pensar que mientras no haya un ojo que observe ni un policía que controle habrá lugar a “canitas al aire”, sin embargo hay traición hasta entre quienes permanecen cerca, entre los novios que estudian juntos, entre los esposos que trabajan en el mismo lugar, habría que ser siameses para evitarlo así que no es exclusividad de los amantes a distancia el “felices los 4”, ni el “felices para siempre” es potestad de los que duermen “empiernados”.
Las relaciones a distancia son el menor de los atentados al amor, no culpemos a la geografía, lo que pase con los sentimientos es consecuencia de la impaciencia de los amantes, o de su falta de creatividad. Hay distancias realmente mínimas que representan más lejanía que el espacio y los mapas: trabajos por turnos que separan los espacios para compartir en pareja, múltiples ocupaciones y prioridades por parte de alguno o ambos, comportamientos parcos que deterioran la proximidad.
Paradójicamente, hay parejas que aunque se escuchen respirar pueden estar a kilómetros, y hay otros que aunque se “besen” vía Skype pueden sentirse a centímetros y erizar su piel, porque la distancia no la determina la geografía, sino las ganas y la perseverancia. Para nuestra fortuna, gozamos de los avances tecnológicos que nos permiten tener comunicación permanente y accesible, que aunque jamás igualen la calidez de un abrazo, funcionan para expresar sentimientos y acompañar con palabras a la distancia. Con frases de amor sincero se edifica el alma, no podemos culpar a la geografía por los vacíos del amor si tenemos formas de expresarlo.
El amor de lejos no es de pendejos, ni más faltaba. Sí es complejo, sin duda, porque es una constante pelea con el cuerpo y la mente para darle paliativos a la sensación de extrañar a ese ser amado, pero no es imposible de lograr o mantener.
Pendejo aquel que no lo intenta por miedo a sufrir, pendejo quien no lo valora mintiéndose a sí mismo teniendo una relación alterna, pendejo quien critica, juzga y opina a quienes deciden apostarle al amor a pesar de la geografía, pendejo el que habiendo vivido la experiencia se condiciona a negarse a repetirlo. A ustedes les pregunto: ¿juzgan un libro por su portada?, ¿conocen el sabor de algo antes de probarlo?, ¿si a otro le fue mal, a ti te tendrá que ir igual?, ¿ganarán un partido sin jugarlo? o una consulta más general: ¿pueden adivinar el futuro?
Si existe alguien que le dé respuesta certera a mis preguntas lo felicito, está perdiendo dinero si no explota ese don de adivinación. A los demás que como yo vivimos de esperar que el tiempo nos dé respuestas, sólo puedo dejarles como inquietud que no vale la pena predisponerse, creer en mitos, ni a negarse a repetir lo conocido, no hay distancia que esté lejos sólo abundancia de escasez de ganas, en el amor nada asegura el éxito o fracaso, ¿o acaso por miedo a errar vale la pena dejar de jugar?