El matrimonio, independiente del ritual que se escoja realizarlo, representa para muchos hombres el cementerio de la relación, un contrato en desventaja, un acto de complacencia, un sacrificio por el honor, el cumplimiento de una promesa, la satisfacción de un capricho, pero para CASI NINGUNO es el sueño de su vida. Se convierte en un acto reflejo en el que son protagonistas pero no actores, en muchos casos, otorgan su derecho a escoger y se mantienen al margen de los preparativos, pagan con dinero y no con participación todo lo que sea necesario para su realización y todo lo que hacen es cumplir la cita en la iglesia o notaria y contestar el frio “Si”.
Paradójicamente, son unos zombies frente a la logística, pero en el fondo si tienen claros sus sentimientos y aspiraciones de hacerlo. Si aman a esa mujer, si desean conformar un hogar, si están seguros que es momento de dar el siguiente paso.
Hablar del miedo de los hombres al matrimonio es llover sobre mojado. Se tejen diversas hipótesis, el tema de la fidelidad es top, adicionalmente la rutina, la responsabilidad económica del hogar, la responsabilidad moral y afectiva de criar los hijos, la dinámica de la vida y la libertad.
Lo que poco se ha analizado es cuanto demoran en postergan la ocasión de dar el sí. El miedo reflejado en el acto natural de aplazar lo desconocido. Piensan hacerlo cuando acaben la carrera, cuando consigan trabajo, cuando compren carro, cuando terminen el posgrado; una vez cumplido lo anterior, cuando paguen las deudas que le causaron los logros previos, en una de esas quedan embarazados y terminan dejando el matrimonio para cuando el hijo tenga 20 años, entregue a la mamá en el altar y aporte económicamente al magno evento.
Lo cierto es que desde el punto de vista afectivo, familiar, social y jurídico, nada más valioso que una pareja unida en matrimonio, después que haya amor. No importa de qué tamaño sea la fiesta o la torta, basta la bendición y la satisfacción de hacer las cosas bien. Valga aclarar que nada es eterno, hasta la belleza cansa, el amor acaba y la espera desespera. No vaya a ser que la mortaja baje del Cielo primero que el casamiento.