Los años pasan, el tiempo vuela y bla, bla, bla… Distraídos en los planes y en los lamentos se escurren las horas y antes que nos demos cuenta, se nos fue la vida. De niños, fascinados por crecer y de grandes embelesados con la inocencia de los primeros años, añorando mediante suspiros volver a esa época mágica. Parece que nos gustara vivir de espectadores, con dos maletas en la mano, una llena de recuerdos y otra de sueños, levitando en el presente, subestimándolo por extrañar lo que se tuvo y desear lo que aún no se alcanza. Es un miedo tácito a sudar la camiseta y jugar a la actualidad, un sentimiento de evasión que nos hace árbitros de nuestra propia vida, hasta que otro nos pite el final del juego, demasiado tarde para reaccionar.
Nos pasa muy a menudo en esta parte del año que sentimos que ya se terminó, sugestionando el tiempo y apresurando al reloj, (sin contar con que el mercado exhibe productos decembrinos desde el mes de septiembre, incidiendo en nuestro implícito afán) y empezamos a preparar una navidad sin antes habernos disfrazado ni pedido el tintililillo. Ah, pero con la llegada de la fecha esperada, aquel plazo que apresuramos por ser lejano y deseamos tanto tener cercano, se pone al descubierto lo incomprensibles que somos pues la satisfacción es una esquiva que al conseguirse se hace insuficiente y se aferra de una nueva ocasión futura, sintiéndose inconforme luego de haber conseguido que el futuro que quería se haya hecho presente.
En ese afán, en esa pelea con el reloj, exigiéndole una hora que no tiene aún o que ya tuvo, transcurren nuestros mejores años, eso sin mencionar lo descuidado que tenemos el presente por estar sumergidos en los Smartphone, por ejemplo, consultando redes, buscando notificaciones que no tenemos o esperando mensajes que aun no han llegado.
No hay fecha que no se cumpla ni plazo que no se venza y la felicidad debe conseguirse a través de lo que se tiene, no esperando el porvenir ni lamentando lo que se perdió.
Resulta difícil reprimir el deseo de adelantar el tiempo, pues es natural vivir en función de un plan o meta a futuro y que alcanzarla nos produzca ansiedad, sin embargo está de nuestra parte valorar el momento actual en que nos encontramos, no descuidar lo que se tiene pensando en lo que viene en camino, para que después no nos quede lo que denomino “Síndrome del Hubiera” que sólo deja la frustración de entender luego que algo hizo falta, y el sinsabor de que estuvo en nuestras manos cambiarlo y nada hicimos.