Crónicas de la 14


La 14 es aquello que nos despierta en las mañanas, antes de oír la alarma, nos ocupa la mente toda la jornada, se disfraza de  tema de conversación y termina por apoderarse de todo nuestro día. Nos dicen que debemos tenerla perfectamente clara e interiorizarla para lograrla, yo creo que a estas alturas la llevamos tatuada en los huesos.

Por encontrar a la 14, saludamos “Buenos días ¿Cómo amaneció?” a las 5:30 p.m. cuando el sol se pone, la desesperación lo transforma paradójicamente en sol naciente y devuelve las horas que ya volaron.

La 14 es una búsqueda implacable. En el afán y la agonía perdemos la vergüenza, los tacones se convierten en botas pantaneras y nos vamos de trotamundos por la ciudad detrás de ella, incluso estrenando barrios desconocidos.

Si la 14 no va a Mahoma, Mahoma va a la 14. Por ella, hemos hecho lobby en hospitales, visitado enfermos en cama, atendido convalecencias, oído toda clase de patologías, como aquella que explicaba con detalle que estaba “obrando agüita”… vaya manera de ilustrar indisposición. 

En una ocasion, justo antes de salir por la 14, un temblor de 6.6 en la escala de Richter sacudió al país y todas nuestras intenciones de ir por ella. Nos pudo el sismo, pero el compromiso nos despertó cuando pasó el temblor y salimos con ímpetu al encuentro postergado.

En nuestras casas ya nos preguntan por la 14. Maridos, padres y hasta las tías, nos han llevado alguna vez a conseguirla, por eso se ha convertido en festejo familiar si la tenemos antes del tiempo.

Gracias a la 14 hemos vivido las más grandes vaciadas, las que nunca nos dieron nuestros padres, nos han dejado vestidos y alborotados como las Novias de Barranca y plantados como novia fea. Hemos desarrollado un nivel de paciencia y comprensión, homologable con la carrera de Psicología, un nivel de argumentación homologable al Derecho y un nivel de sugestión homologable a Mercadeo.

Si, nuestra vida se resume en un antes y después de la 14. Bajo sol, bajo lluvia, día, noche, no importa la distancia, la incomodidad. Le cargamos al niño, nos dejamos lamer de su perro, le sostenemos la señal de tránsito, le hacemos el mandado, lo vemos en pijama, le cantamos el cumpleaños, lo atendemos dentro del carro, le damos el chance: definitivamente, estamos dispuestos a todo, porque no es lo que cuesta, es cuánto vale la 14.


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