Nos gustan primero las buenas noticias, la anestesia para el dolor y las medicinas con azúcar. Los “meros machos”, igual que los “príncipes azules” son sólo producto del imaginario, nadie es capaz de soportar las cosas en su grado de complicación o complejidad con que surgen originalmente, nuestra tendencia natural es a escapar o disminuir las dificultades, ponerle embellecedores a las cosas para hacerlas más simples de vivir. Y no está mal, al final, son tantos los obstáculos que sorteamos en la vida, que es válido disimular, dentro de lo posible, malo por bueno.
Es tal el afán de decorar la vida, que utilizamos eufemismos hasta para las cosas más sencillas como llamarle “pasado de copas” al borracho. Si bien es cierto, se hace necesario reemplazar palabras o frases en algunos contextos para no herir susceptibilidades, pero ha calado tanto en el sentir colectivo que hay escenarios en los que prácticamente cambió todo el vocabulario. La popular “Señora de los tintos” se desempeña como “jefe de servicios generales”, los empleados de la compañía son “el recurso o capital humano”, el vendedor es “asesor comercial”, el sparring es “jefe de contabilidad de servicio público” y las amas de casa, “gerentes de hogar”, sólo por mencionar algunos.
La tendencia a refinar el lenguaje ha tomado mucha fuerza e importancia, el empleo de sinónimos y creación de nuevas expresiones para definir situaciones ya conocidas lleva implícito una necesidad social de reconocimiento de labores, de simplificar explicaciones, e incluso, de pasar desapercibido y confundir al receptor por el exceso de palabras sofisticadas para definir lo que ya tiene nombre. A este paso, pasaremos de disfrazar palabras a tener un lenguaje totalmente falaz.