Durante un partido de futbol juegan sólo cuatro árbitros en nómina pero hay millones de ellos en las tribunas, tras las pantallas y en las calles que no cobran sueldo ni pitan la falta (dentro de la cancha) pero si condenan con sus palabras y en algunos casos con sus hechos la conducta de los jugadores durante la jornada
Basta que comiencen las transmisiones de los partidos para que muchos hinchas tomen voz y voto a través de sus redes sociales para comentar, más que las jugadas y el análisis de la estrategia, todas aquellas equivocaciones cometidas por los futbolistas, algunas tan fuertes que irrespetan y ofenden en el ámbito personal a las figuras y sus familias.
22 años han pasado luego de que seis impactos de bala acabaran con la vida de "El caballero del futbol" Andrés Escobar, quien durante su participación en el mundial Estados Unidos 1994 hizo un autogol que eliminó a la Selección Colombia, gran favorita, del campeonato. Toda una generación creció tal vez ignorando este suceso que enlutó al país y al deporte en un acto de profunda intolerancia, cobrando un error con la propia vida del jugador, condenando como jueces lo que sucede en una cancha y afectando la integridad de quienes lo dan todo por defender el orgullo y la bandera.
Nuestra memoria colectiva selectiva de vez en cuando evoca con pesar el destino del desaparecido número 2 de la selección de los 90's, o lo traen a la mente cuando lo relacionan con su hermano el ex futbolista y director técnico Santiago "Sachi" Escobar, pero parece pasar sin pena ni gloria el llamado a la reflexión y al respeto que dejó esta tragedia al país cuando hoy levantamos la mirada a un horizonte inundado de memes, sátiras y reclamos a los jugadores cuando se equivocan. La burla a la tartamudez de James se silencia cuando eleva al más alto nivel a su equipo con sus goles: vivimos de la doble moral de alabar los logros y criticar los defectos de nuestros ídolos al tiempo.
El amor en los tiempos del fútbol es ciego, intenso y fiel pero no leal, porque está basado en la permanencia y la constancia y no en la consideración ni la deferencia. El balompié despierta todas las pasiones de sus seguidores, el sentimiento patriótico y propicia en cierta medida espacios para compartir y debatir la alegría y la adrenalina. Pero es triste saber que la hinchada es voluble a los resultados, que sin pudor hieren los sentimientos y juegan con la reputación de quienes nos representan, que condenan todo lo que hacen, cuestionan, juzgan y se apoderan del "problema" hasta tomarlo personal. Antes de vestirnos con camiseta amarilla o roja, preguntémonos si como hinchas merecemos portar un uniforme o una tarjeta de ese color.
Ojalá, al mejor estilo de Las Vegas, lo que pasa en la cancha, se quedara en la cancha.
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