El pasado 9 de febrero celebramos a nivel nacional el día del periodista, profesión que adoro, respeto, valoro y celebro todos los días.
En homenaje al gremio, mi estimada tocaya y colega Mafe Martinez hizo una publicación con la que me sentí totalmente identificada (leer: http://www.eluniversal.com.co/blogs/innov-accion/definitivamente-el-oficio-mas-hermoso-del-mundo) porque sin lugar a dudas quienes elegimos este camino coincidimos en sentir una profunda pasión, trabajamos con ahínco por él todos los días y lo amamos hasta que la muerte nos separe.
Sin embargo, este sentimiento es singular y no colectivo, porque no hay camaradería en el mejor oficio del mundo. Sentimos la rivalidad de una fuerza comercial que compite por obtener el mayor número de clientes y lograr la meta de mes, discrepamos como abogados en la pugna por los intereses de su apoderado; nuestro gremio de gestores de información y de contadores de historias, a diferencia de otras disciplinas, no vive en armonía la experiencia de colegas.
Entre periodistas nos indignamos y molestamos con los otros al punto de desprestigiar un homólogo por una falta ortográfica – aunque es inadmisible en este oficio- al punto de pasar al plano personal y ser hirientes. Solemos ser ligeros para juzgar y veloces para difundir los errores de los demás, de los que ninguno está exento de cometer, y que a la larga lo que hace es visibilizar una hostilidad interna del gremio.
¿Qué le pasa al periodismo si antes era chévere? El periodista polaco Ryszard Kapuściński no lo pudo decir mejor: Para ser buen periodista hay que ser buena persona. Podrán quitarnos la tarjeta profesional, cualquiera podrá ejercer el oficio, pero ojalá prevalezcan sus valores para que en realidad pueda hacerlo bien.
Somos unos abanderados de la libertad de expresión, desde luego, pero con ese discurso y con el auge de las redes sociales, tenemos la plataforma perfecta para polemizar y hacer bullying y crítica entre nosotros mismos: somos el editor ideal del medio de comunicación ideal que corrige pero no construye, y mucho menos se autoevalúa. Bastante tenemos que lidiar los periodistas con el estigma del desprestigio de terceros que subestiman la valiosa tarea de la comunicación, con colegas así, para qué detractores.
Parece que en los tiempos de la máquina de escribir y el telégrafo, a pesar de las limitaciones tecnológicas y conservadoras de la época, el periodismo era más chévere. No estamos para reemplazar figuras reconocidas que nos dejaron un legado y precedente, estamos para construir la historia periodística del Siglo XXI, el objetivo es que luchemos por un nombre y reconocimiento por hacer bien nuestro trabajo, pero sin olvidar que somos un colectivo de amantes de las letras y la información, que merecemos respeto entre sí y que nos une el lenguaje universal del amor por el oficio más hermoso del mundo.
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