Pronombres y apodos costeños


Nuestra idiosincrasia cálida nos hace tuteadores profesionales y nos reservamos el “usted” para contextos laborales, adultos mayores o al relacionarnos con desconocidos, denotando el respeto que requiera la situación. Sin embargo, no contentos con los 6 pronombres personales tradicionales, nos hemos inventado unos adicionales, algunos genéricos y otros personalizados y muy chistosos, para tratarnos y de esta manera saludarnos.

Yo, tu, el, nosotros, ustedes, ellos y pare de contar, según el idioma quedamos incluidos todos cuando de nombrarnos se trata, pero nuestra alegría y creatividad ha personalizado y modificado los modos convencionales. La conjugación verbal y el significado no varían en absoluto, lo realmente valioso es que entre nosotros nos entendemos y marcamos nuestro sello cultural .

Los costeños somos dados a apodar al prójimo o bien, llamarle por el diminutivo de su nombre, y quedan bautizados arbitrariamente para toda la vida por la tradición oral. Algunos de estos sobrenombres vienen de casa, otros por las virtudes y defectos del portador, producto de la imaginación de un bromista, o la típica historia del niño/bebe/hermanito menor que no sabía decir el nombre correctamente y este quedó modificado por el disparate con que un día lo llamó.

Parece que fuera un sentimiento colectivo costeño el de cambiarle de nombre a las personas para tratarlas más cariñosamente, y no porque sea un comportamiento exclusivo nuestro, pero si muy común. Por ejemplo, el hecho de transformar la manera de decir los pronombres de segunda y tercera persona (tu, el)  por expresiones como mi vale o vale mía, mi llave o llavería, compi, compa o compadre, mi hermanito (aunque no lo sea), primo o pri, cuadro, loco, el man, el men, el amigazo y todos los que se me escapen.

Por otra parte, “la nena”, “el nene”, “el chiqui”, “la gorda”, “el negro”, “el mono”, “la kuky”, apodos de barrio o de familia adoptados como parte de la identidad de quien lo lleve, y tan arraigado que muchos vecinos o amigos casuales desconocen su nombre real, también hay quienes se ofenden cuando les llaman por su verdadero nombre y no por el apodo.

Lectores, vales mías, bendito sea el arte de apodar y salirnos de lo tradicional para nombrarnos con amor. Dentro del marco del respeto sonará muy lindo y cortés que cambiemos nuestro nombre por uno producto del aprecio del interlocutor.  Qué afortunados somos de enriquecer el lenguaje con pronombres carismáticos, imposibles de traducir literalmente a los demás idiomas, porque son el tatuaje de nuestra esencia. 


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