“¿Tienes un tatuaje? Yo pensé que tú eras serio”
Bien dicen que los tatuajes son excelentes excusas para romper el hielo porque siempre llamarán la atención, y ésta se ha convertido, particularmente, en una imprudente apreciación de un escéptico sorprendido de que alguien, a quien tenía en “otro concepto” decidió rayar su piel.
- Un tatuaje es una modificación permanente del color de la piel en el que se crea un dibujo, una figura o un texto y se plasma con agujas u otros utensilios que inyectan tinta o algún otro pigmento bajo la epidermis de una persona. –
Pero más allá de lo que diga el diccionario (o Google) sobre su significado, hay que señalar que más que cualquier otra cosa, un tatuaje una decisión para siempre, lo que implica tenerlo y vivirlo con madurez.
El tatuaje no es una tendencia, es un símbolo que han utilizado desde tiempos inmemoriales culturas como la Polinesia, Egipcia, la de Siberia, Lejano Oriente e incluso la Americana, al pintarse íconos de gran importancia en su piel. Se dice que durante la Segunda Guerra Mundial los soldados se tatuaban corazones con los nombres de sus seres queridos para que esto les recordara las razones por las cuales ellos peleaban.
Por décadas éste comportamiento semiótico ha sido una constante, porque las modas en la ropa y el consumo de los 60’s, 70’s, 80’s, 90’s y el nuevo siglo han estado y pasado, pero la intención de tatuarse ha sido definitivamente un estilo de vida, que en lugar de reprimirse, cuando se consideraba exclusivo de marineros y delincuentes, se ha expandido a todas las esferas de la sociedad, a pesar de que los conservadores lo sigan marginando. (Hasta la Primera Dama de la Nación, recientemente, grabó en su piel la paloma de la paz: #LosTatuadosSonMás #NoNecesitoTuAprobación)
Muchas personas le tienen miedo a la frase “para toda la vida” que acompaña los compromisos del matrimonio, paternidad y maternidad, pero no les importa enfrentarse a ella cuando de adornar su piel se trata. Una de las objeciones comunes frente a los tatuajes es que la tinta permanecerá de manera definitiva en la piel de quien la tenga, pero ante eso me pregunto: ¿quién toma decisiones pensando en arrepentirse?, ¿quién concibe una historia pensando en el final? (a menos que sea escritor) ¿quién se casa para divorciarse? ¿quién nace pensando en el día que va a morir? Entonces ¿por qué pensar en el día que se arrepentirá de su tatuaje? Si de verdad lo piensa, mejor no lo haga, y si es un tercero el que lo piensa, no tiene nada de qué preocuparse: el tatuaje es de su dueño.
Si la vida o la genética nos llena de pecas, lunares, verrugas y estrías que a veces no nos gustan, si las enfermedades nos llenan de cicatrices, cortadas, golpes que no deseamos tener y que sin embargo nos deben acompañar toda la vida, si los años y los daños nos llenan de arrugas y secuelas sin pedirnos permiso, ¿por qué nosotros mismos no tenemos derecho a elegir cómo pintar nuestra piel? El lugar del cuerpo, tamaño, color, o símbolo a elegir tiene un estricto e importante significado para quien lo porta, con que a él le satisfaga es bastante razón.
Elegir la piel como lienzo para pintar y escribir la historia ya es suficiente valía. Decidir recordar las asignaturas pendientes, llevar el nombre de quien se ama, tener literalmente el rostro de los seres queridos es un acto de amor puro, por el dolor soportado en el momento de tatuarse y porque es definitivamente indeleble e irreversible. Tatuarse es vencer el tiempo y la amnesia, esa que nos obliga a anotarlo todo para poder tenerlo presente, -como cuando Aureliano Buendía, empestado de olvido en Macondo, decidió escribir el nombre de cada cosa, como etiquetándolas, para recordar lo que eran y para qué servían- aunque sea obvio que no olvidamos lo que amamos, tiene una connotación importante simbolizarlo y eternizarlo con tinta en la piel, porque las palabras se las lleva el viento.
Las Escrituras dicen en Levítico 19:28: “Y no haréis rasguños en vuestro cuerpo por los muertos, ni imprimiréis en vosotros señal alguna. Yo Señor.”, refiriéndose a una explícita prohibición de realizarse tatuajes; por eso para hacerlo hay que tener suficiente criterio y personalidad, ser conocedor de sus implicaciones y tener la determinación de vivir toda la vida con un adorno en la piel aunque vengan las arrugas y la vejez, cuando los años hagan de las suyas. También estar preparados para defenderse de quienes deliberadamente opinan, marginan y sugestionan la práctica. A veces el problema del tatoo está en lo que sucede a su alrededor, en quienes señalan a los demás sólo por tenerlos, lo rechazan profesionalmente, lanzan juicios a priori de su personalidad, y en pocas palabras les bajan de categoría por su decisión de llevar arte en la piel. El acto responsable de tatuarse incluye el respeto de las consecuencias e implicaciones de salud y religiosas que pueda tener. Si usted nunca se haría un tatuaje, ¡buena decisión!, pero si usted además se mantiene al margen de quien si lo quiere, lo respeta y simplemente tiene una postura prudente y asertiva frente a él, ¡ha tomado la mejor decisión!.
Como quien admira las obras de arte en un museo, deberíamos todos respetar las expresiones artísticas que muchos tienen en su piel. Valen por su significado, por lo que representan para su dueño, y lo que implique tenerlos es sólo problema de quien lo lleva. Lidiamos amablemente con depravados, delincuentes, corruptos y demás escorias de la sociedad y marginamos a profesionales, jóvenes, viejos, hombres y mujeres de noble corazón sólo porque tienen tinta en la piel, ¿acaso quienes somos para señalar?
“El que no tiene memoria se hace una de papel” Gabriel García Márquez.
Así las cosas, es de mérito haber elegido la piel para tan valioso honor, prepararnos para un posible ataque de la peste del olvido y destilar sangre para demostrar amor con la piel.
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