Cecilia Porras (1920-1971)

Entre sombras y amaneceres: El arte de Cecilia Porras


Resaltaba entre las calles de Cartagena y su barrio natal, Manga. Con su bolsito arahuaco y una vestimenta que, al igual que su personalidad, era poco común para la época del siglo XX. Era una fiel representación de su ser y de su propio mundo al revés, disfrazándose en los cócteles más elegantes y dignos de su clase aristocrática, lo que, en repetidas ocasiones, proyectaba misterio, produciendo nerviosismo y miedo entre los asistentes de dichas reuniones. No quiso quedarse con sus obras dentro de la casa, como la mujer de su época, y esa curiosidad la empezó a llevar (junto con su arte) a nuevos lugares, comenzando a los veinticinco años en el Primer Salón de Artistas Costeños con su obra “Autorretrato”.

Cecilia era una artista autodidacta y un poco ingenua frente al mundo del arte. Al principio, creía que el arte imitaba la realidad, influenciada por las corrientes artísticas españolas que dominaban en aquel periodo. Además, su padre defendía abiertamente todas estas medidas tradicionales, desde el patriarcado hasta la oposición al arte moderno. Precisamente, y para la mala suerte de su padre, este último movimiento artístico es lo que atraía a Cecilia Porras. La curiosidad y el sentimiento de incomodidad ya no le bastaban; era la hora de entrar a la academia. Fue en la Universidad Nacional en Bogotá donde su horizonte se amplió, y empezaron sus obras llenas de intelectualidad, rebeldía, surrealismo y esencia abstracta. Al volver a su Caribe, ya tenía los “pantalones bien puestos” para salir y frecuentar lugares extraños para una “señorita”. Allí se veía la esencia de lo que quería expresar y se encontraba con personas y artistas intelectuales de la escena artística colombiana. Gracias a sus conocimientos y astucia, Cecilia Porras ya pertenecía a esta.

Vivía de noche y dormía de día, lo que le dio como resultado obras inspiradas en amaneceres caribeños y paisajes desde las famosas murallas cartageneras. Me la imagino con un vaso de ron de caña, nunca soltando el pincel. Para Cecilia, el arte nunca fue solamente una afición; siempre fue una profesión y un trabajo. El bastidor le quedaba estrecho e insuficiente para todo lo que quería demostrar, y es así como utilizó su cuerpo como extensión de su arte, con trajes confeccionados por ella misma, que utilizaba en las calles, llegando a las pantallas como en el cortometraje “La Langosta Azul”, realizado por sus amigos del grupo de Barranquilla. Leyendo la historia narrada por Gabriel García Márquez, “Un payaso pintado detrás de la puerta” (1982), me doy cuenta de que Cecilia Porras era como esa puerta del payaso pintado, hecha por ella misma, con sus propios pensamientos, frecuentando los lugares menos comunes y perdiéndose entre las calles y casas cartageneras.


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