Los Elegidos. Capítulo Vigesimoquinto.


LUZ.

 

`` Te esperaré en el reino de la fantasía. En el mundo del que tú me hiciste señora. ´´

 

La Montaña es envuelta por una esfera blanca, un manto de fuego tibio que cubre el monasterio. La explosión silenciosa arrasa el campo de batalla. Esculapio siente como el viento se lo lleva, como la luz le ciega, como una fuerza que jamás soñó que existiera corta el hilo de su vida. La libertad vuela hacia él. Una niña le devuelve aquello que un imperio le robó. El mago descubre un par de alas blancas mezcladas con una melena oscura. Esculapio cierra los ojos. Esculapio se deshace en el aire en llamas. Esculapio muere. Sus lágrimas se evaporan antes de ser lloradas.

 

La onda expansiva es una campana que viaja en todas las direcciones. La energía barre los árboles caídos, los cuerpos de los monstruos y las bestias, los recuerdos que dicen que allí tuvo lugar una batalla. Los seis magos y Ajax contemplan como el cielo se vuelve pálido y todo desaparece a su alrededor, como sólo lo que hay dentro de las murallas no se convierte en polvo lanzado al viento. El cuerpo de Quirón es protegido por una burbuja en la que el mago es curado, en la que por todas partes se refleja la sonrisa de una niña traviesa.

 

Decid adiós a las reglas de la naturaleza. Pues el sonido no aparece y la luz hace tiempo que ya se fue. Pues el mundo tiembla y en el mar los barcos y sus pescadores sienten como los peces saltan a cubierta para asistir al espectáculo de los resplandores procedentes de la montaña en la que viven los muchachos de los uniformes negros y blancos.

 

La energía de aquella cuyos ojos se convirtieron en una poesía riega la tierra, llega más allá de lo que nadie nunca se ha aventurado, le dice a la realidad ahí te quedas, no me gustas, nunca lo hiciste, soy libre, ya no me atraparás. Las montañas se resquebrajan. Los mares bailan. Los cielos sienten como les levantan las faldas. El universo descubre que hay más reglas además de las suyas, que ya llegan las normas hechas de viento, las leyes que sus creadores jamás respetarán.

 

Se escucha un suspiro. La destrucción cesa. Diana no está. Diana ha desaparecido. Diana se ha convertido en luz. Fuego blanco.

 

.......       .......       .......       .......       .......       .......       ....... 

 

La noche. Las estrellas alumbran junto a la Luna. El viento. La brisa helada. Prometeo coge una espada del suelo. Se mancha las manos de barro. Mira a su alrededor. No hay nada. Lo que antes era el bosque que precedía al monasterio es ahora una llanura vacía, desierta, lisa hasta llegar a las puertas de las murallas. El Alto Maestre busca con la mirada. Distingue las luces de algunos faroles en la entrada del monasterio. Varios magos salen en busca de sus amigos. Pero no queda nadie. Ni los guerreros que lucharon, ni los ejércitos hechizados contra los que se enfrentaron, ni el brujo Esculapio. Nadie. No hay rastro del cuerpo de Diana.

 

Prometeo camina con la espada en la mano. Sin rumbo, sin ser capaz de pensar en nada. Ya no le quedan lágrimas, ya las ha llorado todas. Ve como los faroles se paran a unos metros de él. Recogen un cuerpo. Los ojos verdes distinguen una figura rojiza que se le acerca sosteniendo uno de los faroles. Atraviesa las penumbras. Es un niño. Ajax. Se detiene a su lado. Su pelo ha perdido color. Todos lo hemos hecho. Deja la lámpara. Extiende las manos. Dos resplandores plateados se ofrecen a Prometeo desde las diminutas palmas. Son los pendientes de Diana. El niño y el muchacho se miran en silencio. El niño y el muchacho se miran sin decir nada. La luz es demasiado débil para iluminarles a ambos. Prometeo coge las dos piezas de plata. Ajax alarga la mano. Se detiene. No le toca. No se atreve. Coge su farol. Corre. Se une al resto de llamas que ya regresan al monasterio. El cuerpo que han recogido aún vive. Es el buen Quirón.

 

Prometeo solo. Prometeo solo. Prometeo solo. Los iris de esmeralda se vuelven agua. Aún quedaba. Prometeo se derrumba. Clava las rodillas en el suelo, los puños en la tierra empapada. Golpea sin fuerzas el barro, se salpica, se mancha las ropas y el cuerpo. Lanza la espada tan lejos como puede. Llora sin emitir sonido, llora desconsolado en silencio. Abre la boca, pero no puede gritar, separa los labios, pero no puede decir vuelve, por qué te fuiste. Prometeo se retuerce en el suelo. Se lleva las manos a la cabeza. Se golpea la frente. Cierra los puños y se hiere con ellos, se abre heridas en las sienes. Se arranca las ropas y busca su corazón para reventarlo entre sus dedos. Los pendientes se le clavan en las manos, le hacen perder la poca sangre que aún le queda, que aún se mueve en el interior de su cuerpo. Prometeo desea morir. No quiere esperar. Su pelo negro se abre como abanico. Sus cabellos se llenan de barro, luchan por romperse, por arrancarse ellos mismos de la cabeza en la que habita tanto dolor.

 

El cuerpo de Prometeo es una guitarra quebrada. Las nubes cubren de nuevo la llanura. El gris reina en los cielos y la lluvia empapa la figura oscura que llora sobre la tierra, que ha decidido que no quiere vivir más, que se acabó, que me da igual vivir o ahora mismo morir. Los relámpagos caen a su alrededor. La electricidad ilumina su contorno tenebroso, deshecho, fallecido entre los vivos. Prometeo recuerda momentos y más momentos. Prometeo es incapaz de controlar su mente que le envía a los días en que la tocaba, en que la acariciaba, en que la besaba, en que le decía te quiero, no me dejes nunca. Prometeo es un esclavo de los recuerdos con sabor a mujer, de los recuerdos negros y de largos cabellos, de los recuerdos que no quieren abandonarle. El amor de Prometeo es una maldición demasiado hermosa. De pronto, dos ojos se abren tanto cuanto pueden y una pareja de esmeraldas se dispara hacia los cielos.

 

GRITA. GRITA. GRITA.

 

¡¡¡GRITA!!!

 

Prometeo grita y todo su poder se concentra en el sonido de su dolor. Prometeo grita y su voz es un alarido que aparta las nubes, que abre un boquete en los cielos, que ensordece a los relámpagos y seca la lluvia en los aires. Prometeo libera tanta desesperación como su cuerpo y su alma retienen y una explosión de sonido destruye las murallas del monasterio y provoca terremotos, asusta a los mares y aleja las aguas de las costas. Prometeo vacía su pecho y todo el planeta escucha un grito enloquecido que obliga a los hombres a llevarse las manos a los oídos, que arranca sus tejados, que sacude sus ciudades, que hace que los espejos que recubren los rascacielos del mundo entero exploten sin que nadie conozca el motivo. Prometeo inunda el universo con la destrucción que asola su corazón y hasta la nieve de las montañas se vuelve viento. Prometeo grita y los magos del monasterio caen al suelo sin poder levantarse. Prometeo grita y las nubes se han evaporado, las estrellas salieron despedidas. Prometeo grita y el tintero de Dios se vuelca en su palacio de Berlín. Prometeo grita y es imposible que haya alguien que no le escuche.


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