- Despierta, Diana. ¡Despierta!
La capitana abrió lentamente los ojos. Como siempre. Se movió bajo las sábanas desperezándose. Como siempre. Se quejó pidiendo que la dejasen dormir un poco más. Como siempre. Pero, en esta ocasión, la voz que la había despertado no era la de siempre. Diana se dio cuenta. Diana separó los párpados extrañada. Encontró a Quirón sonriéndola.
- Qué..., ¡¿qué haces en mi habitación?!
Quirón no estaba solo. Diana dirigió la mirada a la izquierda del mago. Y descubrió a Esculapio de pie a su lado. La muchacha abrió la boca. No supo cómo reaccionar.
- ¿Te acuerdas de él?
Diana se perdió en el interior de los iris negros de Esculapio.
-Quirón...
Se alejó de los dos muchachos deslizándose por la cama. Se apretó contra el respaldo del mueble sin dejar de contemplarles con los ojos muy abiertos.
-Imagínate, qué sorpresa. Esta mañana, nada más amanecer, estaba yo comprobando el estado de los conjuros de guardia de la muralla cuando noto una presencia a los pies del muro, justo frente a la puerta de entrada. Me asomo y encuentro a un muchacho mirándome. ¿Quién será?, me pregunto. ¿Qué hará aquí?, me digo. Y, entonces, empiezo a fijarme bien y cuál es mi sorpresa cuando me doy cuenta de que es Esculapio. ¡Esculapio!
Diana empezó a recuperar el aliento perdido.
-Sí, ya veo que es Esculapio.
Quirón continuó. Estaba entusiasmado.
-El muchacho que hace trece años marchó de la Orden para encargarse de la salud del Emperador.
Los ojos de Esculapio se desviaron imperceptiblemente al suelo.
-El compañero que entró en la Orden al mismo tiempo que yo. El mayor junto con Prometeo y conmigo. Los tres tenemos la misma edad, ¿sabes, Diana?
Diana no apartaba la mirada de Esculapio.
-No te imaginas cómo me alegro.
Quirón le puso la mano en el hombro a Esculapio. Al médico no le gustó ser tocado. Quirón no se dio cuenta.
-Es el mejor médico-mago que hemos dado los Elegidos. Díselo tú, Esculapio.
Esculapio sonrió levísimamente. Le supuso un gran esfuerzo.
-Mi amigo Quirón exagera.
Y Quirón, que no parecía darse cuenta del estupor que dominaba a Diana, rio ante la respuesta del muchacho.
-Por cierto, Diana, ¿dónde está Prometeo?
Los dos magos hicieron el gesto de buscarle por el dormitorio. No le encontraron.
-Se fue hace un par de horas. Acostumbra a despertarse muy temprano.
A Quirón le desilusionó la respuesta.
- ¡Ah, vaya! Yo que quería que vieseis los dos a Esculapio. De hecho, ha venido para hablar con Prometeo. Trae la respuesta de tu padre a su decisión de aceptar el cargo de Primer Consejero. -Quirón abrió una sonrisa de oreja a oreja- ¡Parece ser que el Maestro Jano la ha recibido con gran satisfacción!
Diana no dijo nada. Permanecieron unos segundos callados. Quirón volvió a hablar.
-Bueno, yo me tengo que ir. Estamos muy ocupados preparando la fiesta de esta noche. Si no les coordino yo, los magos y los guerreros no harán nada bueno juntos.
Sonrió mirando a Esculapio. Se dirigió a Diana.
-Os dejo solos, seguro que tendrás muchas preguntas que hacerle a Esculapio. ¡Ah! Y perdóname por haber entrado sin llamar, es que estaba tan contento por las buenas noticias que ni pensé en ello. Lo siento.
Le dio una palmadita en la espalda al médico. Salió cerrando la puerta tras él. Diana y Esculapio quedaron solos. Silencio. La muchacha miraba la figura de pelo blanco y piel traslúcida. El médico recorría el contorno femenino bajo las sábanas, indagaba las formas de la mujer que en el monasterio dormía desnuda. Silencio.
- ¿Has venido a matarnos?
Esculapio levantó la vista hacia los ojos Diana. Sus iris negros la empujaron como dos lanzas de hielo.
-No.
Diana insistió.
- ¿Ni a Prometeo ni a mí?
Esculapio respondió sin parpadear, sin transmitir nada.
-No se me ha ordenado tal cosa.
Diana hizo la pregunta clave.
- ¿Y al resto de la Orden?
Esculapio no contestó. Diana buscó la respuesta en el interior del médico. Llamó a la puerta. No la dejaron entrar. Se oyeron risas procedentes del monasterio. Esculapio movió los labios. Quiso generar una sonrisa. Esta vez no lo consiguió.
-Tengo que irme.
Se desvaneció delante de Diana. La muchacha aún no había soltado las sábanas que la tapaban. La luz entraba por la ventana. Los pájaros habían dejado de piar. Diana sintió un frío intenso.
....... ....... ....... ....... ....... ....... .......
- ¿Cómo es posible que un alemán que vive a tiro de piedra del Mediterráneo diga que ha descubierto que la música que más le gusta es la celta?
Quirón miró sorprendido a Prometeo. El Alto Maestre acababa de volver de su cueva.
- ¿Y qué tiene de malo?
Quirón repartía instrumentos musicales a magos y guerreros. La Orden se preparaba para celebrar la festividad de la patrona del monasterio. Los muchachos iban de uno a otro lado cargando con sillas y mesas, con comida y bebida, con ramas secas para hacer las hogueras. A Prometeo le gustaba mucho esa fiesta. No en vano, la patrona del monasterio era la estatuilla que acababa de dejar en la cueva. La fiesta se celebraba en el mes de abril. Se comía, cantaba y bailaba hasta caer de espaldas y todos se lo pasaban muy bien. Pero cada año, Quirón, cuya diversión era la de ejercer de maestro de ceremonias, inventaba una extravagancia nueva para, según él, que ninguna fiesta fuese como la anterior.
Así, mientras en los pueblos vecinos y en toda la región (donde también se celebraba esa festividad aun y la prohibición imperial) tenían lugar año tras año los mismos festejos y celebraciones tradicionales, en el monasterio se veía un año a decenas de muchachos disfrazados a modo de enorme dragón, el siguiente la escenificación de un colosal juego de la oca que abarcaba kilómetros y más kilómetros. Por no hablar de la música. La tocaban los miembros de la Orden, pero la elegía Quirón y no había dos años seguidos en que le gustase el mismo estilo. Este año le había dado por la música celta. No paraba de repetir que iba a convertir la fiesta en una auténtica "pandeirada". Lo cual, si bien no tenía muy claro qué era, se proponía descubrirlo en las horas que le quedaban hasta la noche.
Por de pronto, no paraba de dibujar instrumentos. Gaitas, tambores, panderetas, flautas, violines, guitarras y todo aquello que le parecía mínimamente celta. Los dibujaba moviendo las manos en el aire y era dibujarlos y materializarse delante suyo. Repartía los instrumentos entre guerreros y magos y, como todos los años, confiaba en que los chicos aprendiesen a tocarlos por su cuenta antes de que comenzase la fiesta. Cada año el desastre parecía más inevitable. Pero cada año todo se arreglaba en el último momento. En el fondo lo divertido no era la fiesta en sí, sino ver si Quirón se salía otra vez con la suya o si todo acababa en una sonora hecatombe musical.
-No, si de malo no tiene nada. Pero ¿no te parece un poco extraño?
Quirón seguía creando su orquesta. Se había liado con el diseño de una enorme gaita. Tuvo que borrarla varias veces. El aire que había frente a él estaba agotado. Menos mal que ese día no hacía viento.
-No veo por qué me tendría que parecer extraño. Me gusta probar cosas nuevas y este año me apetece la música celta. ¿Por qué no? Será perfecta para la fiesta.
Prometeo se acercó al dibujo flotante. Borró una línea, arregló un par de cosas..., y la gaita se materializó cayendo en los brazos de Quirón.
-Gracias.
Prometeo miró a su alrededor.
-De nada. Por cierto, ¿dónde está Esculapio? Me has dicho que acababa de llegar, pero aún no le he visto.
-Le he dejado con Diana.
Prometeo permaneció un segundo en silencio. No se esperaba esa respuesta.
- ¿Crees que eso ha sido prudente?
- ¿Por qué no habría de serlo?
- ¿Tengo que recordarte de parte de quién viene?
Quirón no paraba de hacer y repartir instrumentos. Ya se había formado una pequeña cola de magos y guerreros esperando el suyo.
-Ha venido para traernos buenas noticias, Prometeo.
- ¿Y eso ya te hace sentirte confiado?
Quirón frunció el ceño. Dejó de dibujar. Miró a su Alto Maestre.
-Prometeo, Esculapio es mi amigo. Le conozco desde antes de que tú vinieses a la Orden. Es un mago, no un guerrero, y su habilidad es la medicina, no sabe nada de magia de combate. Es cierto que desde que se lo llevaron a Alemania se volvió un poco raro, pero eso no quiere decir que sea peligroso. Te aseguro que es inofensivo.
Prometeo dudaba. Él casi no conocía a Esculapio. Durante los tres años escasos en que coincidieron en la Orden apenas se vieron. Prometeo estaba siempre con Jano y Esculapio no se separaba de Quirón. El muchacho sentía en esos mismos instantes la presencia del médico acercándose a ellos desde la residencia del Alto Maestre. Quirón tenía razón. El poder de Esculapio era casi testimonial. Puede que supiera mucho de medicina, pero su fuerza le hacía salir mal parado incluso si se le comparaba con un guerrero o un mago cualquiera. Prometeo no podía creer que Jano hubiese decidido utilizar a un ser tan débil como ese para deshacerse de la Orden, pero había algo en él que...
-Hola.
Quirón levantó la vista. Prometeo se dio la vuelta. Esculapio apareció detrás de ellos.
- ¡Hola, Esculapio! Mira, ¿qué te parece esta flauta?
Quirón se acercó al médico enseñándole el último instrumento que había creado. Prometeo abrió ligeramente la boca. Acababa de descubrir que Quirón no era el único mago capaz de teletransportarse.
-Te acuerdas de Prometeo, ¿verdad?
Quirón y Esculapio fueron junto a él. El médico hizo una ligera reverencia. Asintió. Prometeo le miró de arriba a abajo. Sonrió educado.
-Esculapio y yo nos vimos por última vez en la coronación del Maestro Jano. Lamentablemente, no tuvimos ocasión de hablar.
El médico volvió a asentir. Los tres quedaron en silencio. Pasaron unos segundos. No sabían por dónde empezar. Ninguno quería ser el que introdujera el tema que...
-He venido para transmitiros la alegría del emperador.
Quirón y Prometeo se miraron el uno al otro. Quirón arqueaba las cejas como diciendo, ves, ves, te lo dije.
-El emperador ha recibido con gran alegría la decisión del Alto Maestre Prometeo de aceptar la magistratura de Primer Consejero y le comunica su satisfacción y felicidad. Igualmente, le hace saber que, salvo las reuniones periódicas que tal cargo implica, le garantiza que podrá seguir residiendo en la Montaña mientras ese sea su deseo. No obstante, pone el palacio del Primer Consejero en Nuremberg a su disposición.
Quirón sonreía ya sin contención de ningún tipo. Prometeo no apartaba la mirada de los ojos inanimados de Esculapio.
-El emperador hace saber al Primer Consejero que la ceremonia de su nombramiento tendrá lugar en la capital imperial dentro de tres días y le solicita que esté allí un día antes.
- ¡Vaya, tiene prisa por atarte en corto!
Prometeo no respondió al comentario de Quirón. Esculapio unió los labios. Había terminado su mensaje. Pero a Prometeo aun le quedaba una cosa por saber.
- ¿Y qué opina el Maestro Jano de mi rechazo a sucederle en la magistratura imperial?
Quirón apostilló.
-De momento. Es un rechazo, pero sólo de momento.
Esculapio tardó en responder. Parecía buscar la información en el interior de su cerebro.
-No se me ha comunicado nada respecto a ese particular.
Prometeo insistió.
-Pero algo diría cuando lo supo.
Esculapio aún no había parpadeado.
-El emperador no me ha encargado transmitir ningún otro mensaje.
-No me creo que el Maestro se quedase callado escuchando como sólo le doy la mitad de lo que quiere.
-El emperador...
Prometeo se cansó.
- ¿Por qué..., se puede saber por qué le llamas "el emperador"? Tú eres tan miembro de la Orden como nosotros. Llámale maestro como hacemos todos.
Esculapio gesticuló por primera vez. Se le notó contrariado. No estaba acostumbrado a ser tratado con hostilidad. Ni Prometeo ni Quirón se dieron cuenta, pero la tierra tembló bajo sus pies. Apenas un segundo. Apenas sin fuerza. Pero tembló. El rostro del médico generó una sonrisa. Una sonrisa enorme. Su imagen se volvió de azúcar. A Quirón le recorrió un escalofrío.
-Perdón. Llevó mucho tiempo fuera de la Montaña. Pierdo las costumbres.
Prometeo clavó sus iris de serpiente en Esculapio. Calibró de nuevo su poder. Lo comparó con los de Diana y Quirón. Un segundo. Sonrió. Se sintió seguro. Le tendió la mano al médico.
-Soy yo el que te pide perdón, he sido un tanto desagradable. Lo siento.
Esculapio miró los dedos de Prometeo. Eran bastante más morenos que los suyos. Volvió a su eterna imagen relajada. Le dio la mano al Alto Maestre.
-Me gustaría visitar el monasterio. Recordar mi infancia.
Prometeo volvió a sonreír.
-Sí, por supuesto.
Llamó a dos magos y les indicó que le enseñasen todo lo que el médico les pidiese ver. Que era el Maestro Esculapio. Que lo tratasen como a Quirón o como a él mismo. Se lo llevaron. Se perdieron en el interior del edificio de los magos. Quirón miró a Prometeo. Ya no sonreía con tantas ganas.
- ¿Y bien?
Prometeo no dudó.
-Miente.
Quirón dio una patada al suelo.
- ¡No me fastidies, Prometeo!
-Sabes que tengo razón. Tú te has dado tanta cuenta como yo.
Quirón se calló. Se dio la vuelta. Hizo un gesto a Prometeo para que continuase.
-No sé dónde, pero sé que nos ha mentido. No me fio de él y mucho menos me creo que Jano no haya reaccionado ante mi negativa a sucederle.
-Entonces, ¿qué harás? ¿No irás a Alemania?
Prometeo levantó la vista al cielo. Suspiró. Movió la cabeza de uno a otro lado.
-Sí, sí que iré.
-Pero el Maestro...
Prometeo buscó una nube con su nombre.
-No te preocupes. Puede que tenga algo en mente y seguro que es eso lo que nos oculta tu amigo el médico, pero de momento no creo que quiera más que hablar conmigo, convencerme personalmente, alguna cosa de ese estilo.
- ¿Y la Orden?
Prometeo se encontró con los ojos de Quirón.
-No os pasará nada mientras Diana esté aquí. El Maestro Jano jamás se arriesgaría a que le sucediera algo a su hija. En cuanto a Esculapio, no niego que hay algo en él que no me convence, pero no tiene ni la fuerza de Diana, ni tu capacidad mágica. De momento confiaré en ti y no le consideraré un peligro.
Quirón tuvo la tentación de cambiar su opinión anterior. Todo lo que Prometeo le decía le sonaba bien, pero el mago de los ojos grises era tan confiado como temeroso.
- ¿Y si te equivocas? ¿Y si Jano tiene ya preparado algún tipo de plan y con el mensaje de Esculapio lo único que intenta es que bajemos la guardia?
Prometeo sonrió con sarcasmo.
-Bueno, lo peor que puede pasar es que nos mate a todos.
Quirón le miró espantado. Tragó saliva. Se atragantó.
....... ....... ....... ....... ....... ....... .......
LA FIESTA
``¡¡Iaahh!!´´
¡Baila mujer de cabellos negros, bruja de pendientes de plata! ¡Baila sobre la hoguera, salta las llamas! ¡Baila entre gritos, entre aullidos, entre los suspiros con los que nació la Creación del vientre de su madre! ¡Baila! ¡Baila! ¡Baila! ¡Mueve tu melena oscura al son de mi flauta, de las guitarras, de los panderos y las panderetas! ¡Mírame con tus ojos de tormenta, de mar crispado, de horizonte con dos diamantes clavados! ¡Baila, mujer, y aleja la tristeza de mi cueva! ¡Baila y que el vino corra por la tierra negra! ¡Que en el cielo te oigan bailar, que en el infierno supliquen poderte amar! ¡Grita cuando bailes, cuando cantes, cuando saltes y me inflames, cuando te muevas y me quemes, cuando dances y con los tizones juegues! Baila, Diana, ¡¡y que la Montaña se derrumbe!!
Diana bailaba y cincuenta muchachos la animaban. Diana saltaba y siete hogueras la iluminaban. Palmas y música. Cánticos y alegría. La luz del fuego rompiendo la noche. La fiesta viviendo su apogeo. La muchacha que se había vestido de mujer. La capitana que sólo en la fiesta de la primavera llevaba vestido y no uniforme de guerrero. La reina del monasterio haciendo que no hubiese mirada que no persiguiese los saltos de las telas que la cubrían, los movimientos alocados de sus cabellos de cielo sin estrellas. Diana cantaba. Diana gritaba. Diana se moría de pura felicidad.
- ¡¿Ves que bien suenan?!
Quirón sentado junto a Prometeo. Ambos en el suelo. El mago habló tan alto como pudo. Los destellos de las hogueras le iluminaban en rojo, en naranja, en amarillo, en vuelve a empezar y no te pierdas por el camino.
- ¡¿Quééé?!
Pero el ruido de la música era tal que Prometeo no podía oír nada.
- ¡Que mis instrumentos suenan muy bien!
- ¡Da gracias a que los chicos hayan aprendido a tocarlos en tan poco tiempo!
Y dos fogonazos trataron de tocar los tobillos de Diana, sus pies descalzos, sus dedos manchados de aire en llamas. Y ella los perdió entre sus ropas, los hizo desaparecer entre sus enaguas, los convirtió en chispas de nada cuando trataron de descubrir el color de sus muslos de plata, de sus carnes blancas, de su sexo enamorado de una esmeralda. Sus movimientos eran silbidos nocturnos, cantos enloquecidos, risas de pecados que no querían ser perdonados. La mujer bailaba sobre el fuego, rompía la oscuridad, evaporaba sus lágrimas antes de que nacieran, antes de que besasen sus mejillas claras. Diana negaba el miedo, negaba la tristeza. Diana negaba la realidad y se entregaba a la fantasía. Porque la realidad no le ofrecía nada, porque la realidad se murió de tan aburrida como era.
La Orden sentada en el suelo. La Orden alrededor de las hogueras. Tocando la música de la tierra del fin del mundo, la tierra donde las brujas te dicen buenas noches, te besan antes de ir a la cama. Magos y guerreros dando palmas a la mujer con mirada de dios del trueno, animando a la hembra de sudor de acero. Un armazón de roca. Un escondite para una niña con corazón de flor mojada.
`` ¡Aquí está la comida! ´´
Todos se dieron la vuelta. Diana dejó de bailar. Aquellos a los que ese año les correspondía cocinar, habían terminado de preparar la cena: patatas y verduras asadas, tortillas, empanadas, pollos y cochinillos, tartas, pasteles y varios toneles de vino. ¡A la carrera! La Orden al completo se levantó del suelo y voló hacia una gran mesa circular desde cuyo espacio interior empezó a repartirse la comida y la bebida a los comensales. Prometeo con un plato. Quirón con otro. Diana entre los dos con una fuente entera. La capitana pegó un grito. Llenó la cara del Alto Maestre de trocitos de carne asada.
-¡¡Ajax!! ¡¿Dónde se ha metido ese niño?!
No le veía. Su subió encima de la mesa. Con un enorme pedazo de carne a modo de cachiporra en la mano derecha y esgrimiendo amenazante el puño izquierdo. Gritó de nuevo.
-¡¡Ajaaax!! ¡Ven a la llamada de tu maestra!
A lo lejos se escuchó como le respondían.
-¡¡Ya voy, Capitana!!
El enano de pelo rojo llegó corriendo. Arrastraba dos enormes toneles de vino uno con cada mano.
-¡Ya estoy aquí, Capitana!
- ¿Dónde te metías, muchacho?
Diana le miraba desde lo alto de la mesa. Su voz era tal cual la de un capitán pirata.
-Me habían mandado a buscar más vino. ¡No he podido llegar antes!
Diana sonrió satisfecha.
- ¡Más vino! ¡Eso me ayudará a bailar!
Quirón le dijo a Prometeo.
- ¿Pero no se supone que ella no está acostumbrada a beber vino?
Prometeo no respondió. Sin dejar de comer, hizo un gesto entre el a mí qué me cuentas y el yo no la conozco. La Capitana cogió al niño de pelo de estropajo rojo y lo sentó sobre sus hombros.
- ¡Ja, ja, ja! ¡Comamos, bebamos, riamos! ¡La noche es de los valientes!
Sin que el narrador sepa muy bien cómo, agarró uno de los toneles de Ajax, sin soltarle ni a él ni al pedazo de carne que aun sostenía, lo abrió y empezó a beber de él. Sin freno, sin contención, sin respirar. A beber, a beber, a beber... Y cayó a plomo sobre la mesa. Ajax saltó en el último momento salvándose del trompazo. Diana ya estaba dormida cuando la mano de Prometeo evitó que su cabeza golpease la madera. Fue ahora cuando el Alto Maestre respondió a su amigo.
-No, no está acostumbrada a beber vino.
Quirón hizo un gesto y todo el líquido que se había desparramado volvió al tonel del que había bebido la muchacha.
- ¿Y Esculapio dónde se esconde?
Prometeo bajó de la mesa a Diana. La dejó en su silla. Sin que una recuperación tan veloz tuviese el menor sentido médico, la Capitana empezó a recobrar poco a poco el conocimiento al tiempo que volvía a pedir comida. ¡Dadme comida, hombres!
-A él nunca le ha gustado mucho lo de comer y beber en grandes cantidades.
La respuesta de Quirón sorprendió a Prometeo. Aun medio inconsciente, Diana abrió aterrada los ojos al oír hablar de semejantes costumbres.
-Pero, aun así, podría venir a la fiesta, ¿tampoco le gusta lo de bailar, cantar..., reír?
Quirón comía con parsimonia. Sus cubiertos eran juguetes en comparación con los espadas que los guerreros utilizaban para partir la carne.
-Me temo que no.
Diana gritó. Volvía a sostenerse en pie, todavía un poco temblorosa, con un pollo entero entre las manos.
- ¡Ese tío es un idiota!
Todos los guerreros corearon el cántico de su capitana: ``¡¡Idiota!! ¡¡Idiota!!´´
- ¡Ajax, ven con tu mamaíta! ¡Ven que te de la cena!
Y se agachó buscando al niño debajo de la mesa. Todos reían. El diminuto guerrero se escondía de su Capitana borracha. Prometeo y Quirón continuaron cenando. La fiesta duraría toda la noche. Aún quedaba mucho por bailar y cantar. Aún casi nadie había saltado las siete hogueras. Aun le sobraría tiempo a Diana para volver a ganar a los incautos que osasen desafiarla a un concurso de comedores. La fiesta de la primavera se repetiría muchos años más. La fiesta no dejaría de celebrarse nunca. No ella. Selene tocó la flauta. Las estrellas conocieron el sabor del vino.
....... ....... ....... ....... ....... ....... .......
-Prometeo...
Diana se cogía de la espalda de su Alto Maestre.
- ¿Qué?
Amanecía. La cama aun reflejaba la luz de la Luna.
- ¿Estás dormido?
Prometeo abrió los ojos.
-Ya no.
Silencio. Diana tardó en volver a hablar.
-Perdona.
Prometeo se dejó llevar por los leves tirones que Diana daba de él. Quedó bocarriba. La muchacha a su lado. Le cogía del brazo izquierdo.
-No importa.
Diana estaba inquieta.
- ¿Cuánto falta para que te vayas?
Prometeo la miró sin gesticular.
-Me iré a mediodía.
-Ah..., ya.
Diana en el pecho de Prometeo. Sin atreverse a mirarle a los ojos.
-Diana...
Ella levantó la vista.
- ¿Sí?
Prometeo sonrió con ternura.
-No tengas miedo.
Diana volvió al pecho del chico.
- ¡No tengo miedo! Sólo que...
-Sólo que...
La muchacha movió la cabeza de uno a otro lado.
-Me preocupa que vayas tú solo.
Prometeo le acarició el pelo. Le pasó la mano por las mejillas.
-No me va a pasar nada.
-Ya..., pero yo..., yo preferiría ir contigo.
-Ya hemos hablado de eso, Diana.
Diana subió por el cuerpo de Prometeo. Llegó hasta su cabeza.
- ¡Sí, pero no me convences! ¡Si yo fuera contigo...!
Prometeo la cogió de las muñecas.
- ¿Y dejar el monasterio solo? Alguno de nosotros dos debe quedarse para garantizar que nada le pase a la Orden. Yo tengo que ir a Berlín, pero tú no, Diana. Tu lugar es este. ¿No te habrás olvidado de quién es la imprescindible?
Diana cerró los ojos. Se volvió a dejar caer sobre Prometeo.
-Pero entonces el que estarás solo serás tú. Ya sé que eres muy poderoso, pero no tanto, Prometeo. Mi padre aun es demasiado. Incluso para ti.
Diana habló muy bajito.
-Yo..., yo te quiero, Prometeo. No soy capaz de soportar la idea de que te pueda pasar algo. Por favor, no vayas. No me dejes sola.
El muchacho bajó a la altura de los labios de Diana. La miró unos instantes en silencio. Sonrió.
-Diana..., mi pequeña Diana. No te imaginas..., no puedes llegar a imaginarte lo esclavo que soy de ti. Del tacto de tu piel, de tu voz cálida... Te robaría del mismo infierno con tal de verte sólo una vez más. Te quiero más de lo que soy capaz de entender, más de lo que soy capaz de explicar, pero...
Prometeo se perdió en la mirada de Diana. Desapareció entre sus sentimientos que volaban hacia dos ojos hechos de nubes.
-Pero tengo que ir, Diana. Tengo que hacerlo. Es mi deber.
Ella le apartó el pelo de la cara. Le cogió con fuerza de la cabeza. Le apretó con ansia.
-No vayas, Prometeo. Quédate a mi lado.
-No me pidas lo que no puedo darte, Diana.
-Sólo te pido que no mueras, Prometeo. ¡Tan sólo te pido poder seguir amándote!
El Alto Maestre no respondió. No dijo nada. Diana desvió la mirada. Cerró los ojos.
....... ....... ....... ....... ....... ....... .......
En el balcón de su dormitorio los amantes veían el amanecer cubiertos por la misma sábana. De pie. Una ligera brisa movía la tela.
- ¿Sabes que eres el único hombre con el que he hecho el amor?
Prometeo rio.
-Claro que lo sé, Diana. ¿Con quién más lo ibas a hacer, si no?
Diana se hizo la sorprendida.
-Bueno, no sé si te habrás fijado en que convivo con bastantes hombres aparte de ti y no soy fea, la verdad. Si quisiera, no me faltarían pretendientes. ¿Cómo sabes que no he estado con ninguno de ellos?
Prometeo la contempló burlón.
-Diana, estoy a tu lado desde antes de que tuvieses uso de razón y casi nunca me he separado de ti. Si hubieses tenido algún pretendiente, me hubiese dado cuenta, créeme.
Diana sonrío.
- ¡Bueno, pues sí que tienes confianza en ti mismo! Soy una mujer libre. Por más que hayamos estado juntos desde críos, podría cambiarte por otro ahora mismo.
Prometeo se sentó en una silla del balcón. Diana tuvo que sentarse con él para no quedar desnuda al arrastrar el chico la sábana consigo. Prometeo la acomodó sobre sus rodillas. Diana se quejó de que estaba incómoda, de que dejase de tratarla como a una niña.
- ¿Y con quién, si es que puede saberse? ¿Cuáles han sido mis adversarios por tu corazón a lo largo de todos estos años?
-No te lo tomes a broma, soy guapa, lista y tengo la mayor herencia del Imperio. Soy el mejor partido que nadie pueda querer.
-Sí, todo eso está muy bien, ¿pero, además de mí, quienes han intentado acercarse a ti? ¿Cuántos galanes te han pretendido?
Diana se calló. Tardó en contestar.
-Bueno..., con intenciones serias...
- ¿Sííí?
Diana respondió tan bajo como pudo.
-Ninguno.
Prometeo sonrió enternecido ante el infantil enfado que se apoderó de Diana. La abrazó. La apretó contra él.
-Diana, eres la muchacha más bonita que he visto en toda mi vida. Eres dulce y cariñosa y te garantizo que tu belleza es muchísimo mayor en el interior que en el exterior, pero...
- ¡¿Pero qué?!
Prometeo no tuvo más remedio que decirle la verdad.
-Diana, ¿cuántos hombres crees que se acercarían a una mujer que conoce más de veinte maneras diferentes de partirles el cuello?
Diana se encogió de hombros.
-Sólo soy una pobre e inocente chica a la que educaron para matar. ¿Qué culpa tengo yo de hacerlo tan bien?
-Diana, Diana..., me temo que, exceptuando a tu Alto Maestre, jamás encontrarás a nadie que sea más fuerte que tú y que, por tanto, se sienta seguro a tu lado. Ten en cuenta que, de vez en cuando, eres un poco...
- ¿Un poco qué?
-Un poco agresiva, Diana.
Diana se enfadó.
-Yo no soy agresiva. Lo que pasa es que soy muy viva.
Prometeo enarcó las cejas.
-Diana, esta noche le rompiste un tonel en la cabeza a uno de tus guerreros porque te dijo que si ganabas los concursos de comedores era porque hacías trampas, que era imposible que una chica tan delgada comiese tanto.
- ¡Pero él empezó! ¡Yo sólo me defendí!
- ¿A romperle un tonel en la cabeza a alguien lo llamas tú defenderse?
Diana volvió a callarse.
-La verdad, niña, es que en este mundo el único hombre capaz de soportarte soy yo.
Diana protestó.
- ¡No te pases!
Prometeo sonreía convencido de sus palabras.
-Me temo que es verdad, Diana. Una vez se te conoce, se descubre en ti a un ser maravilloso, pero, hasta entonces, la impresión que das es la de ser una violenta homicida. Una desequilibrada. Una chiflada, vamos. Tienes que admitirlo.
-¡¡Eh!!
Prometeo la apretó con fuerza.
-Pero tú tranquila, que yo jamás dejaré de quererte. ¿Qué sería de mí sin una loca tan bonita como tú a mi lado?
Diana respondió disimulando la sonrisa.
-Pues lo que eres cada vez que me separo de ti: nada. Un niño perdido en un mundo que aún le da miedo. Una mirada de esmeralda tras la que se esconde un corazón de mantequilla.
Prometeo y Diana se miraron en silencio. Los dos desearon besarse. Los dos se besaron.
- ¿Qué es la muerte para aquel que sabe lo que es el amor?
Dijo Prometeo.
-No es nada. Una broma. Una mentira que no merece ser creída.
Respondió Diana. Los rayos del Sol escaparon de entre los picos redondos de las montañas. Cayó una sábana. La luz se recortó contra dos cuerpos abrazados en un balcón, dos almas que jamás se separarían.