CARTA AL PRESIDENTE DEL SENADO


Con la fugacidad propia del buque que besa un puerto, arribo por el Magdalena a la Puerta de Oro de América para dejarle esta misiva como prueba insoslayable de mi admiración a la pujanza y desempeño de una familia que supo hacer de su apellido una empresa y que hoy celebra un nuevo triunfo en cabeza suya.

Esta admiración es tan magnifica como lóbrega. Se lo digo porque al escudriñar en la profunda densidad de mis pensamientos, considero que su elección como máxima autoridad administrativa del Senado de la República, bien puede llegar a ser el vehículo a través del cual se consolide el verdadero propósito de esta corporación, es decir, representar al constituyente primario; así como demarcar, con claridad, la distinción del poder público; y demostrar un liderazgo positivo en medio de esta tragedia política, institucional y de salud que vivimos.

Por el contrario, en el más nefasto y probable escenario, como neófito de la mesa directiva del Senado, logrará constituirse como el principio del fin. Por ejemplo, en el propósito de la candidatura presidencial de su hermano, a quién ya le prometí comprar sendos votos, con el auspicio de la corona. Y es que su llegada no tiene mérito alguno. El mérito lo tienen su padre, a quien felicito por el cumplimiento de un sueño en interpuesta persona, y Vargas Lleras, que lograron mover los hilos políticos con los partidos de gobierno. A ellos les advierto el peligro de tener un cantante en este cargo político de tal importancia. No cabe duda que su compromiso es nulo. El mes anterior cumplió catorce años como parlamentario y tan solo ha sido autor de 12 proyectos de Ley, con una aprobación inferior al cincuenta por ciento; contando, además, que en el actual periodo legislativo cuenta con ciento cuarenta y nueve ausencias. ¿Cómo va a hacer ahora en su cargo de Presidente? Espero que sus males de salud se vayan con el chasquido de los dedos. No le puedo permitir que la corporación quede acéfala, lo necesito con el mismo compromiso que graba sus canciones.

Esto me lleva a recordarle que he tenido la oportunidad de ver un sin número de surgimientos y colapsos de imperios y monarcas, como el Otomano; entre otras cosas, razón por la que sus antepasados llegaron a la República. Le confieso, creía haber visto todo en la vida. Sin embargo, al detenerme y considerar su elección, me transporto de inmediato, a la sala 056 del Museo del Prado, en Madrid, para ver en el óleo: Jardín de las Delicias, de Bosco, específicamente el panel inferior derecho, la premonición de lo que puede ser su mandato. No cabe duda que podría, usted, ser el monstruo que come humanos y los despide por el Cul, como diría Diderot, en virtud de castigar la avaricia. Sin embargo, me inquieta que sea caníbal, o peor aún, fratricida y termine afectándonos a todos. ¡No pierda de vista nuestros negocios y aspiraciones electorales, se lo pido!

Con usted en el mando legislativo y la clara evidencia de un poder absoluto del ejecutivo, se termina de crear el Cerbero antidemocrático. Sólo espero que no dé inicio la hoguera inquisitorial. El escenario que usted dirigirá es la cuna por excelencia del debate. Aguardo porque no sea objeto de debate el darle, o no, la Cruz de Boyacá a Silvestre Dangond, por representarnos bien con la comunidad latina en Miami. Aunque le soy sincero, eso espero, estimando su falta de manifestación sobre tema alguno. Sin embargo, tenga en cuenta que toma una bomba social, económica y política ad portas de explotar.

El prefijo del sujeto que lo identifica, “Honorable”, se debe honrar, precisamente, y no vilipendiar. Hoy está usted en la picota pública enfrentando dos acusaciones sumamente graves. De un lado, las declaraciones de su coterránea y ex congresista Aida Merlano, donde lo tilda de “pieza clave” en la estructura de compra de votos del denominado caso: “Casa Blanca”, descubierto en las elecciones regionales del 2018. De otro, cooperar en la fuga de la misma Señora, en otrora parlamentaria.

Aunque, es un secreto a voces, no está bien que el congreso le haya entregado un fuero, una semana antes de presentarse en audiencia libre, a una persona quien tiene que adelantar esta diligencia ante la Corte Suprema de Justicia. El mensaje quedó claro para el alto tribunal, ahí se lo mandamos para que lo sancionen. Ojo con lo que deciden, no se les olvide que nosotros incidimos en su elección y constantemente les mostramos nuestro afecto antes de proferir fallos. ¡Magnífica idea!

Al despedirme, con estas líneas escritas, siento que pierdo mi tiempo. Tenía razón Foucault, lo normal podría llevar a un debate interminable, aquello que hoy se considera normal no lo era hace años, y sin duda alguna usted de esto no entiende. Ya lo advertía Maquiavelo, los ricos y poderosos estamos donde estamos siendo malvados. De todos modos, tenga en cuenta que el hecho de hacer las cosas de una manera no quiere decir que no se puedan cambiar. No pase por alto que la justicia es un término medio entre dos extremos, donde cada extremo es la injusticia. Esa justicia garantiza lo que los griegos definían como eudaimonia, es decir, felicidad. La felicidad de ser intachable en el accionar, el pensar, y, no menos importante, en servir a la sociedad. ¡Para eso lo eligieron!

Por esto lo exhorto a que no caiga en desidia, quiero que se implique con las cosas. Es tiempo de cumplir, entre otros temas, el fallo de la Corte Constitucional y trabajar desde la presencialidad. Este tipo de “rituales” colectivos, son el caldo de cultivo para la sincronización de los grupos políticos y la atención de las verdaderas necesidades de la Nación. Es una regla básica, propia de su naturaleza primitiva como mamíferos bípedos, que constituyen las relaciones en movimiento, al aire libre y con maletines negros, ¡Claro está!

Salga de las sombras de la cueva. La verdad y la honorabilidad no lo van a cegar, todo lo contrario, le va a permitir ejecutar a cabalidad su función, y quitarse esa imagen de Lady Macbeth, con la que lo reconocen. Usted puede, así lo estimo. Bien es cierto que el oro se acrisola, frente a la adversidad, mientras que la paja se quema. Confío que no se quemará; de hacerlo me demostraría que no vale la pena salvar a un Estado que puede dañar a sus conciudadanos.


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