¿Qué tan difícil ha de ser, para quien no tiene corazón o el hielo de la vida se lo ha endurecido, olvidar? – Me pregunté después de haber concluido una conferencia sobre hacienda pública a funcionarios departamentales, hace unos días-. ¡Muy fácil!, respondí con una inmediatez abrumadora. Sin embargo, esa premura en mi respuesta, propia de quienes vivimos los afanes de una vida que no da tregua para pensar, me invitaron a reconocer que lo fácil, verdaderamente, es recordar cuando se tiene memoria, pues el olvido invade a quien su corazón, profundo, ha perdido.
¡El tiempo! – pensé-, mientras corría de la conferencia a uno de mis entrenamientos preparatorios para hacer mi primera competencia de Ironman. Es irónico – dije -. El tiempo es un concepto cargado de una profunda contradicción. Está presente desde siempre, pero jamás tenemos tiempo, salvo para olvidar. Olvidar conversaciones inconclusas, promesas diluidas en él, cafés que se enfrían en la mesa de ese sitio frecuentado, con anterioridad, libros que aguardan con paciencia ser leídos, aprendizajes de nuevas disciplinas, vivir nuevas vidas, darse muchas segundas oportunidades, para reconstruir, para reconocer que la cotidianidad, aunque lineal, hace de nosotros nuevas personas y caminos por transitar; sin embargo, no se puede. ¡No hay tiempo!
¡Que me de igual perder todo, sino puedo hacerle frente al tiempo! – susurré mentalmente -. Supongo que ese es el insumo, fundamental, para ganarlo todo y dejar de vivir un mismo año hasta que uno muera, con la pretensión de llamarlo vida; pues ésta, en realidad, debería ser vivir tantas vidas, como años terrenales vivíamos; puesto que, si uno lo ve en perspectiva, aunque desconocemos el fin de nuestra historia, debemos garantizar, en cada página de nuestro libro, la memoria de no habernos rendido.
El diablo, el mal o lo adverso, como quiera llamársele, a razón de no tener unas instalaciones del infierno confortables, crea hermosos caminos que nos conducen hasta ese lugar. En ese sentido, la maravilla del tedio, acompañado de la mentira disfrazada de una demagogia absoluta, sólo deja claro una cosa: la única forma de cambiar algo, es haciéndolo, ojalá acompañados.
Hay misterios terribles del alma humana. Nos duelen memorias de experiencias pasadas, haciendo de nosotros un camino de heridas, a la espera de ser apuñalados en cualquier instante, como consecuencia de dolores anteriores acumulados, que marcan lo violento, que marcan nuestras heridas, haciéndonos recordar, con más facilidad, los momentos malos versus los buenos.
Como caballo de guerra, soportar la pastura mata más rápido que la herida de una bala. Vivir en silencio y con paz, invita a la rendición, haciendo de la lucha el único vehículo de camino a la libertad. En contravía, el paso acelerado de la tiranía, hecha materia por la indiferencia, acusa una agudización de los sentidos, con los que se percibe el crecimiento de las raíces de una eterna soledad acompañada.
¡Las realidades son disímiles! – le dije al cielo, mientras mi entreno avanzaba y la bicicleta me permitía recorrer los horizontes dilatados de las apacibles y misteriosas altiplanicies risaraldenses -. Debía conversar con alguien. No para que fuera interlocutor mío, sino para que me escuchara. Es tal la ceguera del alma y profunda la sordera del corazón, que mi pretensión no podía ser superior. Resolví entablar diálogo con un viejo conocido, de particulares reflexiones, pensamiento crítico, pero cooptado por el Sistema. Ned Land - le dije –. Leyendo a Colombia y su realidad, infiero que el problema radica en la realidad psíquica. ¿Por qué? – replicó -. Muy sencillo – asentí con la cabeza -. Verá, usted, Cervantes se le anticipó a Freud, siendo él, el verdadero padre del psicoanálisis. Tanto la filosofía, gnoseología, teoría del conocimiento y epistemología, han hecho carrera por determinar si la trascendencia de algo es inmanente, o no, al ser humano, con lo que se determina la naturaleza y voluntad de su conducta. Teóricos en la materia, le han agregado parte de la cosmovisión occidental, para referir el voluntarismo, en términos de De Ockham, desde el que la trascendencia cobra sentido al momento de determinar que conocemos, sólo, lo que queremos conocer; mientras que, en el caso de Kant, refiere el reconocimiento de la existencia de algo fuera de uno, sólo para uno y su beneficio. Sin embargo, viejo amigo – continué -, lo cierto es que, tanto Sancho Panza, como Don Quijote, están centrados en sí mismos, viviendo, confortablemente instalados, en su realidad psíquica, siendo ésto lo único que les importa saber para ser “felices” y “progresar”. Es decir, en Colombia, no sabemos si estamos frente a gigantes o molinos, pues cada uno percibe su realidad de acuerdo a lo siente, piensa, quiere, pero, fundamentalmente, ve.
Desde esta reflexión, caí en la cuenta que, como seres humanos, sociedad general y sociedad colombiana, estamos frente a una destacada representación teatral, digna de todos los premios posibles. Miré a Ned Land y le dije: usted es un adulto contemporáneo, fruto de la generación de cristal y polvo estelar, donde las sensibilidades son absolutas, decir la verdad es equiparable con la arrogancia y falta de empatía, el orgullo es regla de existencia, sumando a una determinada voluntad de no persistir, de no insistir, de no seguir yendo, aunque las posibilidades sean nulas.
Me miró con desdén – propio de quien refleja su molestia -. No se moleste – asentí con mi mano derecha -. Tengo razón en lo que le digo. Tenemos un absoluto problema de gobernabilidad, alentado por la construcción de liderazgos autoritarios que dan por resultado unas versiones Bukele, de centro, izquierda y derecha, Made in China – sonreí con ironía -. Carecemos de liderazgos civiles para tomar decisiones militares, por lo tanto, hay una infinidad de preocupaciones territoriales que se suman a las bajas capacidades en materia de seguridad, pues los escenarios técnicos se han convertido en fortines políticos al servicio de empresas electorales.
Usted, Ned Land, como la mayoría de colombianos tienen un problema de percepción. El hecho de no ver algo, no significa que no se sienta, por ejemplo, la presencia y aumento de la inseguridad y criminalidad en Colombia. Usted no la ve, pero se siente, se huele. La idea de “La Paz Total”, lo único que ha hecho es fomentar la competencia libre por el control territorial, hecho que me afana, pues dudo de la capacidad estatal para garantizar procesos electorales libres y transparentes, si se considera que, en dos de cada tres municipios quienes gobiernan son actores armados irregulares, en castellano: Bandidos.
El problema está en que este gobierno busca negociar y no someter, en el marco de la paz que se pactó en el 2016, si de disidentes habláramos. Lo que sucede, estimado Ned Land, es que las negociaciones de paz y su resultado son la causa subyacente para obtener el premio Nobel de Paz (un reconocimiento al ego y la vanidad de quien lo busca), por eso la necesidad de adelantar conversaciones de paz, sin fundamento.
Al ver las cosas, en detalle, es patente que no hay política de sometimiento porque no hay Ley. Las alianzas criminales entre policías y jueces, no conocen límite. No hay autonomía judicial frente a los gobiernos Territoriales y Nacional. Como sociedad, hemos permitido la cooptación de liderazgos civiles. Hemos perdido la confianza ciudadana en las Instituciones. Se nos ha hecho paisaje reconocer 25,3 homicidios por cada 100.000 habitantes (una de las cifras más altas a nivel mundial). Es normal identificar una percepción de inseguridad del 85%, es decir, 8,5 personas de cada 10 encuestadas.
Sucede, Ned Land, que pedimos sin sentido y propósito. En dos años los congresistas fruto del Acuerdo de Paz, terminarán su período y no hicieron cosa alguna, diferente a verse involucrados en actos de corrupción, en silencios cómplices y bellaquerías, propios de quienes, en otrora, odiaran y criticaran; mismos, con los que hoy toman, plácidamente, café en los pasillos del Congreso, mientras el Estado se desmorona. El problema central es que las decisiones tomadas, en materia de seguridad y defensa Nacional, no se toman en paz, contrario, por ejemplo, a lo que le sucede al ELN y compañía, quienes, en eso, nos llevan mucha ventaja.
Esto no es lo único que vivimos. El escenario es más complejo y delicado. Con la aprobación del proyecto de reforma constitucional al Sistema General de Participaciones, el pleno de la Cámara de Representantes, desatendió, como es costumbre y regla, los conceptos técnicos emitidos por sendos tanques y centros de pensamiento económico que advirtieron las funestas consecuencias fiscales.
La advertencia va más allá del incremento nominal de un 12,5% del total de ingresos corrientes de la Nación. Eso sería darle la misma relevancia subjetiva al ínfimo incremento del salario mínimo en un 6%, es decir, $78.000, devaluados pesos, sobre la base de un 5%, como proyección de la inflación y el pésimo resultado de crecimiento de la productividad, patente en un 0,78%, desconociendo la necesidad de un incremento en dos dígitos que, como en períodos anteriores, garanticen una menor brecha entre el valor del peso real y nominal, es decir, aseguren una capacidad adquisitiva decente.
La reforma sugiere un período de aplicabilidad entre los años 2027 y 2038, supeditado a la aprobación de una Ley de Competencias (propio de un Estado con disentería legislativa), ofreciendo la promesa de garantizar autonomía territorial, “sin perder” sostenibilidad fiscal y cumpliendo con la regla fiscal; algo totalmente alejado de la realidad. Lo que sí constituye un hecho es el inminente impacto fiscal, si se considera la superación de los techos de gasto, establecidos por la misma regla fiscal, dando por resultado un efecto de incongruencia y desajuste con respecto a la planificación financiera y presupuestal, vigentes. Con este error, el Sistema daría cuenta de $218,7 billones, representados en un 6,8% del PIB que, para efectos prácticos, desde el momento en que entre en vigor la reforma, implicaría recaudar $800.000 millones, vía reforma tributaria, sumado a reformas tributarias anuales, hasta el año 2035, momento en el que se deberían recaudar $55,3 billones. La pregunta, viejo amigo, es: Si con los recursos que se ejecutan, en la actualidad, son corruptos y no tienen la capacidad y suficiencia técnica para hacerlo, ¿qué habrá de esperarse con más recursos disponibles? Me miró fijamente y le respondí: ¡hay respuestas que no requieren de verbalización!
Su mirada inocente, vergonzosa en quienes han superado la edad parvularia, me pedía que fuera más benévolo con su intelecto. Le dije –Ned Lad, usted debe comprender varias cosas – continué -. Aunque la lluvia tarde, a su llegada vida, al desierto, da. Dios no saca la primera mano, eso nos corresponde a nosotros. En eso consiste la fe, pues no hay fe con garantías. Sin embargo, pedimos y despreciamos, buscando algo mejor, desconociendo que lo que nos conviene está enfrente, insistiendo con tenacidad.
Los padres no son amigos de sus hijos, son padres. Si pudiera conversar con el Presidente Nacional – miré a Ned Land -, le diría: ¡sea presidente!, Primer Mandatario, no compinche de sus ministros y servidores. ¡Dirija, esa es su obligación constitucional!
Lo que sucede, Ned Land, es que utilizamos la razón para justificar lo que sentimos, desconociendo que todo empieza con la emoción y termina en ella. Todo ésto, fruto de nuestra actividad mental y sentidos. Aunque no lo reconocemos, somos quien está dentro nuestro, eso nos hace cabeza y no cola.
Le confieso una cosa. Amo a mis enemigos y contradictores (no son pocos) y les cargaría, con gusto, sus pertenencias por dos millas, aunque me pidieran que sólo lo hiciera por una. El tratamiento a mis enemigos es más gentil que a mis amigos. Tengo claro que, aquel que odia se destruye, pues éste se vuelve contra uno. Nunca he odiado; trato de no pensar en eso, pues el olvido puede ser una forma de odio y no concibo la idea de autodestruirme y olvidar. Lo que pasa es que se debe renunciar a la idea absurda de pretender adaptar los principios morales al estilo de vida contemporáneo; ésto sólo responde a la determinada perversión del orden correcto de las cosas.
Sin embargo, no todo está perdido. Es posible, en un caso de lejana ocurrencia, dejar de perder el bus justo cuando se llega al paradero, si hacemos de la paciencia una virtud; si dejamos de correr, pero, fundamentalmente, si perdonamos.
El tiempo nos volverá a juntar con lo que sea menester y digno de nuestra presencia y esencia, por eso, mi estimado amigo, Ned Land, para la política, como para la vida: paciencia, silencio y fe, pues, a veces los milagros sólo aparecen.