SEGUNDO CAPÍTULO: VAMPIRESA
-¿De verdad estuviste en la guerra?
Hay preguntas que merecen una bofetada y bofetadas que merecen una pregunta. Quizá la que debería haberte dado cuando antes me tomaste del cuello y apretaste con violencia contra ti lanzándonos a los dos de vuelta a una cama que acababa de rendirse a nuestra pasión y se había roto por sus cuatro patas. Te dio igual. No podías parar, no ibas a parar, no habrías parado aunque el suelo se hubiera abierto bajo nosotros y el infierno y sus millones de diablos solitarios nos hubieran tragado como tú querías tragarme a mí.
-¿Qué viste allí?
Mujeres a las que uno les hace el amor y mujeres que se lo hacen a uno. Sin preguntar. Sin pedir permiso. Tomando lo que saben que es suyo de un modo que no permite cuestiones, resistencias, nada que no sea dar lo que ya se ha rendido, lo que deseaba rendirse, lo que era tan necio de creer que conquistaba cuando jamás pudo aspirar a otra cosa que a ser conquistado.
-¿Quieres saberlo?
Me miras fijamente. Tus ojos negros se me clavan como dos estacas de madera que se endurecieron hasta volverse piedra. Detrás de ti parpadean en rojo y dorado las pocas luces de la ciudad que a estas horas siguen encendidas. La oscuridad envuelve tu rostro blanco como la nieve, tus cabellos infinitos, tu melena lacia que cubre tu fino y poderoso cuerpo desnudo, tu mirada fija que no parpadea, que no sonríe, que no hace nada y que me contempla congelada en un presente que se sabe continuo cuando tomas conciencia de que el futuro no existe y los recuerdos son mentiras que nos contamos para poder sobrevivir.
-Ya lo suponía.
Sonríes melancólica. Te recuestas sobre las sábanas empapadas. Cierras los ojos. Te giras ofreciéndome la espalda. Deslizo los dedos sobre ella. Apenas las yemas. Dejo un hilo de aire entre tu carne y la mía. Desde la nuca al comienzo de las nalgas mis dedos dibujan surcos en tu piel, escriben palabras prohibidas, narran tu historia, la de tu pueblo, la de aquellos que bebían sangre y dormían colgados del techo vigilando los cadáveres de sus enemigos. Me pierdo en tu envoltorio delgado, fuerte y hermoso bajo el que se esconde una mente que por completo desconozco y que no sé si de verdad quiero conocer. Siento tu corazón ahí adentro y me pregunto si late por mí, si late por ti, si aún es capaz de latir o si hubo alguna vez en que la sangre lo tocara y latiera por alguien. No es la esfinge la que nos aterra, sino la sospecha de que no haya secreto alguno, sólo la fantasía de aquel en el que desesperados necesitamos creer. La esperanza en un futuro, en un tiempo mejor, en aquello que ha de venir y que, en el fondo, sabemos que nunca vendrá porque no existe fuera de nuestras ilusiones. Respiro. Pierdo la mirada en el contorno urbano más allá de las ventanas abiertas del dormitorio. Hace calor. Mucho calor. Demasiado calor. No se escucha nada. La pequeña ciudad de provincias duerme profundamente otra noche más de su largo verano. Silencio. Te creo cuando me dices que lo que más te gusta de estar conmigo es el silencio, la calma que nos envuelve sobre los restos de este lecho que hemos destrozado tras una noche entera de ese tipo tan especial de agresividad que se alimenta del amor, la pasión y el deseo.
-Había una mujer…, estaba escondida detrás de un montón de chatarra, un coche abandonado…
Ayer cuando caminábamos por el centro de la ciudad casi nos encontramos en la plaza mayor con varios de mis compañeros de trabajo. De esos que no quieres que sepan nada de ti más allá de lo imprescindible. Imagina si me ven aparecer con una mujer del brazo que con tacones es más alta que yo, que tiene figura de modelo, que se viste con unas telas tan exiguas que cuando empiezas a mirarlas hace rato que ya terminaste de hacerlo y que te mira fijamente, sin parpadear, sin piedad, con una expresión que grita he vivido más en algunos días malos que tú en toda tu vida. Una mujer demasiado joven para tener la sonrisa a medias, torcida, cicatrizada, que siempre tiene. Demasiado silenciosa para a veces creer que sigue caminando a tu lado. Demasiado furiosa cuando hace el amor, te arranca mechones de pelo y te hunde las uñas, para no pensar que no es una mujer, sino un espíritu de la tierra embrujada del Este de Europa de la que procede, un demonio que jadea sobre ti, una niña que asistió al fin del mundo y se quedó a vivir en su borde viéndolo girar.
-Cuando me acerqué a ella me miró sin verme, sin saber qué hacía yo a su lado… Tenía una herida en el costado… Permanecí a su lado acompañándola. No pude hacer más hasta que… se fue…
Hace medio año me dijiste que acababas de aterrizar en Madrid. Que esa noche dormirías en un hotel del Barrio de Salamanca. Que te gustaría verme. Subí a mi cochecito italiano de juguete. Crucé el país en mitad de la noche. Llegué a la puerta en la que me esperabas. Recuerdo tu abrigo oscuro y tus botas de cuero negro. La noche brillaba y tu presencia, como extraña fuerza de la gravedad, absorbía la luz a su alrededor obligando a todos a mirarte para verte sólo cuando tú lo permitías. Fuimos a la plaza de Santa Ana. Paseamos por las callejuelas atestadas de gente. Te cogiste de mi brazo y sentí por primera vez tu calor. Volvimos a tu hotel. La mañana siguiente vi el amanecer conduciendo un coche que debió conducirse a sí mismo para llevar de vuelta a casa a su exhausto dueño.
-Tú no podías hacer nada por ella…
Tus ojos se abren. Me observan preguntándose quién es este hombre que te mira estúpido pensando que sabe algo, lo que sea, de ti.
-¿Entonces, para qué estaba allí?
Uno de mis grandes defectos, entre tantos otros, es que tengo tendencia a llenar el silencio. Cuando la gente se queda callada, yo soy el que no puede evitar decir algo. Quizá porque en mi mente siempre hay demasiadas cosas dando vueltas y alguna debe salir. Quizá porque creo que si nadie habla es porque se aburren y, si se aburren, por necesidad ha de ser culpa mía. Sin embargo, cuando estoy contigo tengo la sensación de que el silencio es algo sagrado, algo que no se puede romper y que quien lo rompa recibirá un castigo inmediato. Tu mirada me recuerda constantemente esto y me hace desear no hablar. Sólo acompañarte en silencio. No es necesario decir nada.
-No sé para qué estaba allí. Me apunté para disfrutar del entrenamiento, de la emoción, de la acción… El dinero era bueno. Pero nunca crees que un día tu trabajo no consistirá en sostener un fusil, sino en sostener la mano de una persona que se va mirándote a los ojos.
Años después de estas vacaciones, cuando tú ya tengas una hija y yo casi haya empezado a escribir estas líneas, me dirás que tras estar conmigo te diste cuenta de que una adicta a la adrenalina como tú no podía vivir con un hombre como yo. Siempre me ha hecho gracia que alguien que se define de tal modo esté al mismo tiempo tan necesitado de silencio. Vivir es jugar perpetuamente a dos bandas con nosotros mismos. Amor y pasión, silencio y ruido, vida y muerte. Todo junto, todo desordenado, todo sucediéndose sin tiempo ni para tomar aliento.
-Pero aun y todo, no lo dejas. Podrías venir aquí, conmigo, dejar esa vida.
Una carcajada. No has sido capaz de evitarla. Mueves tu cuerpo y lo aprietas contra el mío. Me sujetas maternal la cara. Me miras divertida. Debería estar prohibido transmitir ternura, cariño y melancolía en una sola mirada.
-¿Y vivir juntos por siempre?
Subes sobre mí con tus muslos sujetando mi torso. Te estiras alzando los brazos como si trataras de alcanzar el techo de la habitación. Suspiras. Te dejas caer suavemente. Descansas tu cabeza sobre mi pecho, tus manos en mis hombros.
-Me conformo con que me dejes dormir.
Acepto resignado el rechazo. Ni la propuesta creyó en sí misma. Pienso qué haremos mañana. Podríamos ir al puerto. Es la Virgen del Carmen, será bonito ver salir a los pescadores en procesión subidos en sus pequeños barcos. Tal vez te guste que nos acerquemos a la playa. Yo no creo que me bañe, pero a ti te relaja estar en el agua, bucear, no escuchar nada.
-El silencio…
-¿Mmmm…?
No dije nada. No me hagas caso. Duerme. En dos semanas vuelves a tu vida en la que el silencio es tan escaso. Dormir en mi mundo y cazar en el tuyo. Silencio en mi vida y ruido en la tuya. Es la ventaja de saberlo todo, de ser narrador omnisciente y ver el futuro que para mí ya es pasado. Que digo ahora lloverá y ahora llueve, la noche de verano inunda las calles, las leves cortinas vuelan, la ventana se vuelve cuadro sin marco, los goterones tibios se mezclan con nuestro sudor, la humedad nos envuelve, las pieles lo sienten, los corazones no pueden evitarlo, tus ojos se abren, tus dedos templados se deslizan de pronto insomnes. Te alzas. Me tomas de la mano. Me llevas al balcón sonriendo como sólo las lindas vampiresas saben sonreír. Cuánta vida me robarás ahora, hermosa criatura nocturna.