A mis 40, veinte: Tercer Capítulo. Muñeca vacía y perfecta.


Muñeca vacía y perfecta

 

Hay mujeres que nacieron fatales y hay mujeres que nacieron para la fatalidad.

-Me confundí. Como compartimos apellido creí que eras mi primo. Por eso te agregué.

Hace una hora esas fueron tus palabras. Ahora jadeas desnuda y agotada en mi cama. Te miro desde el baño. Una toalla empapada envuelve mi nuca en llamas. Gotas de agua caliente se deslizan sobre mi pecho. El suelo a mi alrededor quema. Me pregunto si fue una buena decisión hacerte el amor. Sé que no lo fue. Pero en mi vida que se llevó el tornado las buenas decisiones nunca fueron una prioridad.

-Me gusta que me golpeen.

-¿Por qué?

-Creo que porque mi primera relación fue una violación.

No te conocía de nada. Apareciste en la pantalla iluminada. Te saludé. Nos hicimos gracia. Te propuse vernos. Viniste a mi apartamento. Te ofrecí algo de beber. Hablamos media hora. Te levantaste del sofá para explorar la casa. En mi dormitorio, me acerqué para besarte. Me rechazaste.

-No, besos no. Conmigo o lo es todo o es nada.

Mi mirada se nubló. Sería tu olor. Sería el calor que emanaba tu cuerpo de veinte años. Tu respiración en mi garganta. Tu contorno endurecido contra el mío. No sé lo que fue. Pero mi mente dejó de pensar y mi instinto se apoderó de mí. Una diminuta clavija de mi cerebro desconectó aquello que nos vuelve humanos y cobardes y alguien valiente y enajenado emergió desde lo más negro y profundo de mí para tomar el control. Me escuché respondiéndote que entonces lo sería todo. Y lo fue. Te arrojé sobre las sábanas. Te arranqué la ropa escuchándola rasgarse entre mis dedos. De algún modo irracional y primitivo sentía que debía seguir, que me lo exigías, que no cabía ya detenerse y que, efectivamente, había de serlo todo, serlo ya, y serlo con desenfreno, locura y abandono.

-¿Me golpearás?

Evaporada la pasión del primer encuentro subo la mirada al techo buscándola. Veo nuestras sombras dibujadas, tu presencia pequeña, desvalida y al tiempo apabullante acurrucada en la cama. Te contemplo en silencio cuando me preguntas inocente, esperanzada y oscura desde el lecho revuelto. Jamás había visto un cuerpo como el tuyo. Y ahora que lo veo me cuesta creer que sea posible su existencia. Mis ojos lo recorren adheridos a sus formas. Terriblemente estrecho en la cintura. Esplendorosamente ancho en las caderas. Dotado de enormes senos indiferentes a la gravedad. Con nalgas firmes como dogmas de una teocracia. Delgado donde ha de serlo. Cuajado de curvas allí donde ha de cuajarse de ellas. Animado por unas manos armadas de largos dedos que se mueven con coordinación hipnótica. Entrañas ardientes y perpetuamente palpitantes, desde el primer instante dispuestas, empapadas, preparadas para recibir al varón sean cuales sean sus deseos y donde desee materializarlos. Piel tersa, morena y brillante. Resistencia y dejadez, presión y suavidad, flexibilidad y rigidez, todo en el momento justo, ni antes, ni después. Cabellos largos que ondulan, que se agitan, que cubren y se apartan según se les exija. Mirada que al amar se debate entre el placer más extremo y el dolor más aterrador. Perturbadora cuando te huye y extenuante cuando te encuentra. Es imposible encontrar un defecto por más que se busque. Tu existencia, la abrumadora materialidad que te da vida, es un insulto para el resto de las mujeres, un grito de repugnancia vuelto carne contra todas aquellas que no sean tan demoledora, contundente y asombrosamente sensuales como lo eres tú. Quizá los hombres fuimos creados por Dios, pero tú lo fuiste por el más lúbrico, salvaje y perverso de los diablos.

-No soy capaz de golpear a una mujer…

Me miras frustrada y sé que en el interior de tu hermosa cabeza no hay absolutamente nada. Aristocrática virtud. Una gata en permanente celo que sólo sabe desear y que es incapaz de limitar su deseo. Apartas la mirada y me doy cuenta de que lo único que habita tu mente es el más básico de los instintos. Me obligas a preguntarme si el vacío que me muestras no será la cumbre de todas las perfecciones. Si lo que de verdad te hará tan superior es que eres materia carente de mente, un alma cuya única razón de ser es el placer, un espíritu que ignora el pecado y la virtud, una existencia carente de tribulaciones más allá de las que le proporcionan los espasmos de gozo y dolor, un yo al que le importa poco o nada cualquier cosa que nadie piense de ti mientras observo como, aburrida, vuelves a descansar el rostro sobre la almohada fingiendo un mohín de frustración, sabiendo perfectamente, como sólo lo puede saber quién jamás reflexionó sobre ello, que tu fragilidad es más fuerte que el más poderoso de los ejércitos.

-…nunca hasta ahora lo he hecho.

Bajas los párpados. Resoplas falsamente contrariada. Bocabajo separas inocente los muslos. Alzas levemente la cadera, te acomodas en la cama sabiéndome de pie a tu lado. Me muestras ofrecida la parte de tu ser que todavía no te has preocupado en limpiar, en la que aún guardas mi recuerdo depositado en ti. La tela se mancha con aquello que fue mío y que tú desprecias mientras se desliza despacio fuera de tu cuerpo

-Si me amas, deberás maltratarme.

Da igual cuáles sean mis límites. Da igual cuál sea mi educación, cuáles mis principios, cuáles mis valores. Da igual todo. Mil veces mil libros pueden haber sido escritos sobre filosofía, moral y ética. Millones de profetas pueden haber predicado a favor de la continencia, la razón y la cordura. Todo da igual. La civilización y sus dioses se derrumban en el mismo instante en que una mujer ordena y un hombre a su lado sólo puede obedecer.

-No vuelvas a llamarme nunca más.

Echado allí donde hasta hace poco estuviste te veo irte. La semana que viene volverás. Subirás borracha a mi apartamento. Apenas serás capaz de emitir sordos gruñidos e infantiles gemidos cuando me tomes en tu boca y perdida en tu interior te expongas ausente y al tiempo tan presente para que yo te haga una vez más brutalmente mía en contra de todo lo que sé que es correcto, sano y bueno.

-No vuelvas a llamarme nunca más.

Y juro que no lo haré porque ni una sola vez de las muchas que he estado contigo durante estos dos años sentí al terminar de amarte otra cosa sino asco de mí mismo, de ti, de nosotros, de esta pasión que se ha apoderado de nuestras vidas y que cada noche te hace venir más necesitada de violencia, que cada día me hace más esclavo de ti y me exige llamarte, pedirte, suplicarte, volver a verte sabiendo que el amor no es limpio, que la pasión no es pulcra, que la vida mancha y que estar vivo te mata.

-No quiero.

Y me da igual que lo digas. Y te da igual decírmelo. Te arranco una vez más la ropa. Me la lanzas en la cara.

-Para.

Te arrojo contra la cama y me alzo sobre tu carne en nombre del castigo que es todo verdadero placer.

-Detente.

No lo hago. Porque sé que en unos días volverás y todo se repetirá. Porque sé que lo que más deseo en este mundo son los instantes de vacío y perdición que me regalas.

-Por favor, detente.

Momentos en los que estoy contigo y no estoy en ningún otro lugar. No pienso, no siento, no existo, no vivo. Sólo soy un espectro, un cadáver que te empuja y que te aprieta y que te rasga la piel y que te golpea el seno escuchándote gritar cada vez más alto, más alto, más alto.

-No se te ocurra detenerte, maldito.

Mi furia se desboca y me escucho como si ya no fuera yo, sino un animal salvaje. El cambio culmina y el amor es la fragua en la que el que metal se moldea a golpes. El hombre deja de ser hombre y se vuelve bestia sirviéndose para ello de una muñeca vacía y perfecta, de un juguete lascivo y lujurioso con el que liberar los más arcanos y prohibidos instintos, al que insultar y maltratar, al que golpear y del que abusar. Una mujer insuperable en su belleza, inexistente, fantasmagórica como súcubo, irreal y, sin embargo, tan corpórea y material. ¿Por qué cada vez que cumplo tus deseos y te maltrato, cada vez que obedezco tus órdenes y te humillo, cada vez que me someto a ti y te lacero, siento que soy yo el que sufre, que soy yo al que hieren, que soy yo quien ha vendido su alma al diablo?

-Porque tú no eres más que una pieza…

-Soy un hombre…

-…un mecanismo…

-Soy un hombre…

-…una patética herramienta para darme placer.

-¡Soy un hombre!

-Y por eso no eres nada.


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