¡Huye lo más pronto posible, y lejos!


Hasta el siglo XVIII la diferencia entre un buen olor y la fetidez separaba a un estrato de otros. En el XIX la limpieza se transformó en un imperativo que garantizaba la moralidad de los pobres. La consigna política de la industrialización era invertir dinero para construir piletas y baños. Incluso, la limpieza salió de los manuales de urbanidad y comportamiento para instalarse en los libros de medicina. Fue un recorrido de muchos cientos de años para que entendiéramos que no había que confundir higiene con lujo. Combatir los olores desagradables y evitar modales indecorosos para alejar aires infecciosos, adquiriendo, a su vez, una apariencia educada, se convirtió en una idea colectiva. Liberar gases y rascarse la cabeza mientras se come y sacarse del cuello o de la espalda piojos, pulgas y matarlos delante de la gente sería hoy un acto reprochable.

Por etapas y capas llegaron los alcantarillados y las habitaciones específicas para el aseo del cuerpo (los baños). Pero aún hoy, con posibilidades y recursos técnicos, no tenemos muchos puntos de vista sobre la verdad y la razón de la importancia de la higiene individual y colectiva en procesos de civilización. Hemos regresado al pasado y al lugar común de la antigua aristocracia y burguesía cuando la apariencia engañaba, cuando estaban convencidos de que cambiarse de ropa interior era suficiente para purificarse porque la mugre se quitaba y quedaba impregnada en la prenda. El pobre desde luego era sucio, no podía acceder a estas indumentarias, pero igual, ni ricos ni pobres, ni por descuido, se metían debajo de una ducha o se daban el más simple baño de totumo. Entonces, en qué momento de los siguientes siglos nos acostumbramos a estar inmersos en otras maneras de emporcarnos... hasta cuando hablamos ¡Mieda, mieda! (la cargamos en la lengua)

Estoy plagada de defectos y relativismos pero procuro que mis individualidades no afecten sensibilidades ajenas. Me pienso ciudadana cuando discuto, vendo, pago, o me movilizo, entre otras actividades de nuestras costumbres culturales privadas y públicas, cuando uso la ciudad dentro de la norma impuesta. Pero no quiere decir que todo el tiempo deba aceptar, frustrada, que "tiene que ser así" como otros dicen y hacen. Rechazar, hasta por sospecha, que todo lo acostumbrado es bueno (o normal) es un dispositivo de este blog.

Aunque parece que mi idea de higiene es radicalmente diferente, muy personal, o que la mayoría comparte, no quiero seguir caminando por calles sucias de excrementos, con mojones, mocos y gargajos, sumidas en aguas fétidas, rebosadas de basuras malolientes, hartas de residuos de alimentos, y quiero, sobre todas las cosas, dejar de usar retretes que huelen a “huye lo más pronto posible, y lejos". La falta de higiene y aseo personal y del medio ya no son mis enemigos lejanos o invisibles. El consumismo (un reconocido culpable de todos los males del mundo en la ONU, hay que nombrarlo), la desordenada oferta de ventas informales y servicios turísticos, la indiferencia –no asociamos que la limpieza en casa y en la escuela trae consigo un futuro espacio de trabajo limpio y comportamientos nobles con el entorno- y, por supuesto, la falta de servicios básicos, podrían ser las causas primeras de la falta de higiene en Cartagena.

Hoy, costumbres y clase social, conceptos que el pasado nos permitían comprender el grado de sensibilidad para advertir la pestilencia, desaparecieron como la mayoría de nuestros límites, y más inaceptable es, aún, en esta era de la técnica y el dinero, cuando se tiene la opción de buscar buenas soluciones para vivir en aires libres, sanos, con los microbios controlados. Propondría, en este caso, una básica e inocente modificación pedagógica de la sensibilidad colectiva, en busca de una transformación, de una reconquista del más común y primario de los preceptos ¡limpieza es salud!

En tiempos de la peste, ante la amenaza de que asearse, limpiar el cuerpo, facilitaba el contagio, porque la piel se hacía más permeable, se aconsejaba a la gente permanecer lejos del agua: ¡Por favor, huyan de los baños o morirán!, decía la antigua advertencia, que ahora, y aquí, es una generosa prevención. Sin hacer interpretaciones pesimistas de las motivaciones para NO mantener restaurantes, cines, centros comerciales, complejos deportivos, escuelas, oficinas y hogares con baños en buen estado, con servicio de agua y limpios, me cuesta creer que esta situación sólo a pocos no moleste. Existe un método sencillo para medir mí fastidió: evito utilizarlos pero no finjo que todo está normal y limpio. Para tranquilizarme confío en que quienes tienen la responsabilidad de limpiar aún no saben nada de nosotros. Encontrar, pisar, oler un mojón ajeno nunca será agradable, siempre será una impresión cruda y desapacible, un motivo para enfurecerse.

Cuando defecar es un humilde desafío cotidiano, desearía que el tema fuera llevado a los exámenes de las escuelas para medir que tienen en mente niños y adolescentes sobre el problema, y porque en Cartagena muchos ni cuentan con un sanitario, o no han aprendido a usarlo, o quizá no le han enseñado. ¡Los estudiantes tienen las facultades mentales, no los mantengamos alejados de esta didáctica tan normal¡

En la cueva...
Situaciones repugnantes con fluidos humanos, según mi prudencia y mi antojo:
• Sonarse la nariz con los dedos para liberar las fosas nasales y lanzar los mocos al piso; y encuentro también asqueroso escupir en la calle gargajos por la urgencia de quitar el obstáculo de la garganta. Años atrás, Montaigne (filósofo francés 1533) llegó a la conclusión que así era preferible: “(...) preguntándome qué privilegio tenía ese sucio excremento para que lo recibiésemos en un delicado tejido y, lo que es más, lo empaquetásemos y apretásemos cuidadosamente contra nosotros (...) Hallé que no le falta razón; y que la costumbre había hecho que no me percatara de la rareza, sin embargo, encontramos asquerosa cuando nos la cuentan de otro país". Hoy tenemos pañuelos de papel desechables...
• Orinar el mismo arbolito en plena entrada del Club de Pesca. Los conductores de una estación de taxis (improvisada, supongo) se lo han apropiado como baño público.
• Escarbar la nariz con los dedos y la ingesta de mocos es también de mal gusto, lo considero sucio y desaliñado. Estudios científicos afirman que es apropiado para inmunizar el organismo, Mucofagía, medicamento natural...como si comieras lágrimas estancadas.

¿Deben las normas de higiene basarse en prejuicios?
¿La evaluación de los comportamientos puede relacionarse con un cuidadoso razonamiento?
¿Existe relativismo en la higiene de ricos y pobres de occidente? ¿Quiénes y cómo son los responsables?

Bibliografía
Alían de Botton, Las consolaciones de la Filosofía, Grupo Santillana de Ediciones, S.A 2001
George Vigarello, Lo sporco e il pulito. Marsillo, 1996. Traduttore Orati D.


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