Los “enredados” de Marta Zúñiga


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Hace que miremos con una atención y una lentitud desmesurada. Casi inmóviles -mientras alrededor de nosotros la prisa y el ansia lo arrastran todo- nos entra en un mundo de transferencias al que no hace falta ser transportados con cuerpo y alma. Es suficiente fijar la mirada en sus lienzos, pintados con mucho acrílico verde, para que se esparzan las formas y salpiquen brillos, armonía y alegría. Sus mangles, sus hojas, sus aguas, que han vencido el presente (estarán para siempre en nuestro recuerdo como bellas proporciones), evocan no pocos sonidos silvestres y aromas marinos.

Marta detiene ante nuestros ojos una asonancia, una secuencia, un eco, que no puede acallarlo porque pareciera llevarlo entre el pecho y la respiración: es la pasión por sus atractivos enredados, por sus “retorcidos” vástagos. Períodos pasados arriba, abajo, al lado de estos “zancudos vegetales” o “serpientes de madera”, como la he oído conjurar a los mangles de Barú -los allí nacidos, crecidos, talados o, algunas veces, desecados (como muertos)- la acercan a intrigantes placeres.
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Persigue, a su manera, que estos árboles, al igual que el tiempo, felizmente reencarnen, renazcan, vuelvan a hacerse presentes y sean amados, más que otras cosas del universo porque comprende, con dolor suficiente, las consecuencias ecológicas negativas por deterioro y agotamiento, y las absurdas indiferencias (particulares y públicas) para evitarlo.

Mantiene en su mano prisionero, encerrado, el equilibrio (agua y tierra, vegetal y animal, aire y mineral) hasta que le estalla en trazos, en imágenes y con colores acrílicos lo inflama, ¡dibujándolo luz!. Así nos hizo, de la serie “Manglares”, a Susurros, Hojas Náufragas o Bajo el ondulante Mar (están en la muestra Tonalidades del Museo de la Presentación), y nos advierte sobre qué vendrá con “Solo una Gota de Aquel Mar”, su próxima exposición individual en el Museo de la Inquisición, el año entrante. Marta pinta para qué nosotros, desde la tierra, reconozcamos en los mangles un paraíso: doble (aéreo y subterráneo) y entretejido (brillante y en tinieblas), y para enterarnos sobre el mejor momento para advertirlo...con ella...mirando sus cuadros.
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Echa, encima, traza una flor, un ave y uno que otro cuerpo que flote, en memoria de la madre quizá, otra artista (quien pintó ininterrumpidamente flores y figuras humanas). Es entonces, cuando me atrevo a decir, que esta obra es, aún, más hermosa.

"Si no te habitara el mar, no tendrías esa cualidad suprema, tan tuya, de dibujar analogías con la naturaleza”.
Justine, 20 septiembre/2013


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