Breve defensa de la pelota caliente


Es el deporte de la simetría y los talentos precisos. La fuerza bruta ─escasa, opaca y mal vista─ no tiene eco allí. Son nueve jugadores por bando, y cada bando tiene nueve oportunidades para vencer sin tener que llevar la ridícula cuenta circular de las manecillas implacables. Su hábitat es un diamante pulcro de cerquillos blancos, y por allí se pasea como un animal vistoso de andar sosegado, porque no hay elegancia en el afán ni deleite en el apuro. Su dinámica se compone de explosiones instantáneas entre remansos y de corcheas de júbilo entre dos silencios; como un amor adolescente, como un canto de sinsonte.

 

Aquí lo hemos rebautizado como la pelota caliente por la modesta razón de que «béisbol» no tiene la fuerza poética suficiente ni la contundencia lingüística necesaria para que los hombres y las mujeres del caribe puedan nombrar ese estado del alma en que la vida se detiene por el breve momento que transcurre entre la danza hipnótica del lanzador y el mordisco seco de la pelota en la madera.


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