Cartagena de Indias se ha erigido desde hace algunos años como la cara bonita de Colombia ante el mundo, pero solo para el mundo, no así para los residentes y nativos.
El esperpéntico servicio de transporte público local trae consigo un mal mayor al que pocos o nadie se pronuncian; me refiero a las emisoras musicales de la frecuencia modulada (F.M).
Durante muchos años fui un cliente maltratado y abusado como la mayoría de Cartageneros que utiliza buses, busetas, taxis, moto taxis, carretas tiradas por caballos o algún otro ejemplar del reino animal de especie irreconocible a simple vista en la heroica. Pero además de los excesos propios del mal servicio prestado por choferes y ayudantes de choferes en sus feudos motorizados y contaminantes, debía soportar estoicamente la basura altisonante que brotaba a borbotones de los parlantes instalados a lo largo y ancho del vehículo mientras olvidaba que en ese entonces era ateo para poder rezar a las mil quinientas vírgenes y a todo el santoral cristiano para que me permitieran llegar vivo y en una pieza a mi destino. Más allá de la contaminación sonora derivada de escuchar música por encima de los Setenta (70) decibeles recomendados como tope por la Organización Mundial Para la salud, capaces de enloquecer al Dalai Lama, mi verdadero malestar provenía de quienes perpetraban impunemente y a plena luz del día los programas radiales de turno. Groserías, mala dicción comparable a la de un tartamudo ebrio, falta de conocimiento básico de su labor, ausencia absoluta de técnica vocal, y sobre todo un amor incondicional por el mal gusto, la ramplonería y la vulgaridad como único argumento para atraer y mantener oyentes.
La frecuencia modulada -F.M- con el paso de los años ha devenido en una letrina fétida y putrefacta en la que solo hay espacio para el mal gusto y la desinformación. Mientras en otras regiones de este mismo país aun se recuerdan con cariño y admiración a locutores como Alberto Piedrahita Pacheco, Otto Greiffenstein, Juan Harvey Caicedo, Tato Sanint, Edgar Perea, Manolo Bellon, Eddy Martin, Hernan Pelaez, o Ley Martin entre otros; en Cartagena los locutores solo son un remedo de mal gusto de quien quizá marcó el sendero de este chambón estilo: José Manuel Pinzón, otrora gran precursor de la radio malhablada y burda posteriormente fagocitado por la bestia deforme que el mismo ayudó a crear.
En los locutores actuales no hay un elemento diferenciador que marque su estilo, por el contrario todos son copias imperfectas de las opciones similares que ofrece el dial. Cada uno de ellos incorpora inmisericordemente los elementos de su rival, al punto que cada poza séptica que compone la franja F.M; llámese Olímpica, la Reina, Rumba, Tropicana, La Mega o la Emisora de la Policía -quizá el caso más patético por ser institucional- impiden a cualquier oyente desprevenido acercarse voluntariamente, sin importar sus gustos musicales e intereses, que por otro lado puede saciar tranquilamente en Youtube y ahorrarse los insultos e irrespeto a los que son sometidos por estos individuos anacrónicos y desmesurados.
En la sociedad en la que vivimos, los políticos corruptos son el reflejo de lo que somos como nación; Pero al menos el pueblo es quien elige y decide. En las emisoras de F.M Cartageneras los locutores no son un reflejo de lo que somos como pueblo, por el contrario son ellos quienes a punta de micrófono y por su falta de compromiso social quienes crean tendencias, posicionan expresiones vulgares y frases no solo coloquiales sino de mal gusto entre la población que escucha pasivamente todo lo que excretan sus gargantas sin decoro. La radio como medio de comunicación tiene un compromiso social más allá del burdo entretenimiento o la diarrea verbal que caracteriza a los locutores de F.M. actuales; el respeto a los oyentes y las buenas costumbres no son una moda pasajera para usar y tirar como el papel higiénico que deberían emplear para limpiarse la boca después de cada intervención suya