Una mañana me levanté tarareando Días y Flores, la canción de Silvio Rodríguez. Busqué en internet y abrí el primer video que apareció. La versión que yo recordaba era una melancólica melodía de guitarra solitaria; la que apareció en la pantalla, en cambio, era otra diferente enriquecida por los mismos instrumentos con que se toca un son cubano.
Pensé que me había equivocado; pero, antes de empezar a cantar, Silvio explica que él proviene de un pequeño pueblo al sur de La Habana donde sus pobladores, la mayoría campesinos, suelen acompañar sus festejos al ritmo del punto cubano o punto guajiro y, agrega, que la canción que va a interpretar, Días y Flores, está inspirada en aquella tonada.
Empezó un repique de laúd con cierto dejo español acompañado de un raro compás en la clave: un ritmo que no había escuchado jamás. Yo, que me creía un mediano conocedor de los ritmos cubanos, quedé maravillado por lo simple y bello de aquella música. Esto hizo que reorientara de inmediato mi búsqueda hacia el nuevo tema: el punto cubano.
Los libros, algunos de gran utilidad, se quedan cortos en ciertos asuntos. Pueden mostrarnos en detalle los horrores de la guerra, pueden reseñar cada una de las obras de Beethoven, pueden enseñarnos la clasificación taxonómica de los insectos. Pueden enseñarnos muchas cosas, digo, pero nunca nos servirán para saber cómo suena de verdad un estruendo de cañones, o hasta qué punto llega a ser fastidioso el canto de un grillo, o con cuánta fe se susurran las oraciones en una trinchera. Para ello se hace preciso cerrar los libros y entregarse a la experiencia audiovisual y, en este aspecto, salvo la realidad cara a cara, pocas cosas superan a internet.
Lo que encontré al buscar por punto cubano, en un principio era lo que de algún modo esperaba: decenas de referencias a Celina y Reutilio, Albita Rodríguez y Celia Cruz. De no haber sido porque Silvio aclara que también se le conoce como punto guajiro quizá habría abandonado la búsqueda y me habría conformado con la idea de que aquello era un raro intento de Silvio de interpretar las raíces de la música cubana.
Cuando busqué por punto guajiro, las cosas cambiaron. Tenía el mismo raro compás y la misma belleza musical del laúd y la guitarra de aquella versión de Días y Flores, y así estuve embelesado por unos quince minutos; pero cuando entendí mejor la dinámica, lo que descubrí me dejó estupefacto, pues noté que la letra, invariablemente, era improvisada. Improvisaciones cantadas en estrofas de diez versos, en el estilo de Vicente Espinel, alternadas entre dos verseadores. Todas eran rimas consonantes y octosilábicas: rimas perfectas. Este es el mismo canon poético de las décimas que se cantan en nuestra costa caribe colombiana, que también son improvisadas, aunque sin acompañamiento musical. Alberto Salcedo Ramos ha dicho que en el caribe lo que nos une es la manteca; sin embargo, viendo este paralelo poético, pienso que lo que nos une es la esclavitud, que de un tajo nos trajo las cuerdas españolas y la clave y el tambor africano; y nos trajo también la espinela junto con la tozuda costumbre negra de exorcizar el dolor por medio del canto.
En el caso del punto cubano es marcada la diferencia con otras formas de improvisación por su elevada factura poética. Resulta impresionante la calidad de las imágenes que los verseadores logran a pesar de las limitaciones que les impone el metro estricto de ocho sílabas fonéticas y el margen estrecho de diez versos para completar la idea. Y lo es más si se tiene en cuenta que los repentistas las van construyendo, sobre la marcha, según el tema que vaya surgiendo con los ires y venires de la palabra cantada. Y toda esta magia ocurre en celebraciones cotidianas y ambientes festivos, muy alejados de los suntuosos claustros académicos.
Para ilustrar lo que vengo diciendo quiero dejar cinco de las décimas que he escuchado, aún cuando sé que al sacarlas de su contexto musical, temporal y temático, pierden mucho de su fuerza interpretativa y poética.
Luisito Quintana (así cantaba a una señora rubia de ojos azules)
Azules de tanto mar
mojan dos lagos tu cara
para que Dios se sentara
en ti la vida a mirar.
Mestizaje de palmar
en la fiebre de tu pelo
y en tu risa un arroyuelo
de conchas y caracoles
qué hambre de luna y de soles
teniendo tan cerca al cielo.
Alexis Díaz Pimienta (cantando a una niña en su compleaños. Yosvani es el padre de la niña)
Tiene un lunar en el pie
que es oscuro y con relieve
como en un vaso de nieve
lloviznazos de café.
Otro a la altura se ve
de su cintura sombría
Yosvani yo te diría
algo de lo que me alegro
son huellas de un tío negro
que tiene y no conocía
Tomasita Quiala (ante el pie forzado “Para ti mi ángel de paso”)
Ángel que llega y se va
sin anunciar despedida
se va y se lleva mi vida
ya me la devolverá.
Ángel que no exhibirá
mi amor jamás de su brazo
cuando quieras un regazo
dónde recobrar la calma
abro el cielo de mi alma
para tí mi ángel de paso
Juanito Rodríguez (refiriéndose al calor)
Tú pasas como la brisa
lenta sobre la pradera
cuando una amarilla hoguera
de un fogón rubio se atiza.
Hay veces que la camisa
me abro y el tórax destapo
mas cuando el sol está guapo
como un toro embestidor
los trapiches del sudor
empiezan a echar guarapo.
El Indio Naborí (ante la insistencia de su contrincante para que cante más aprisa)
Me roba tiempo y espacio
para poner hojalata
donde yo iba a poner plata
oro, zafiro y topacio.
Demora más un palacio
que un bohío en construcción
y en pos de la perfección
mueble fino fabricar
no es lo mismo que cortar
leña para hacer carbón.