Tole-rancia


La etimología del término Tolerar nos revela que originalmente tenía como principal significado  el de soportar, cargar, y provenía del latin Tolerare quien a su vez procedía de Tollere cuya raíz Indoeuropea es Tel que significa levantar, soportar. Traigo esto a colación para ponerlos en contexto y porque me gusta hablar en latín para aparentar ser un gran intelectual de amplios conocimientos y sabiduría absoluta en lenguas tan muertas como el Movimiento Progresistas de Gustavo Petro.

En un país como el nuestro de dilatado historial violento con la intransigencia como telón de fondo, se hacía absolutamente necesario tratar de apaciguar los ánimos siempre a punto de erupción. Debido a esto, de manera acertada los distintos estamentos civiles y religiosos sembraron las nociones que devinieron en lo que más tarde se conocería como Cultura Ciudadana.  Principios de respeto al prójimo y al entorno que buscan desarrollar un sentido de pertenencia solido frente a nuestros conciudadanos y la Ciudad misma. Con el paso de los años, los omnímodos medios de comunicación también entraron en la moda e impulsaron iniciativas de “Concientización” para hacer de la Cultura Ciudadana en general y la Tolerancia en especial, la base de nuestras relaciones sociales. Pero como todo lo que no se reglamenta tiende al descontrol y al exceso, no pasó mucho tiempo antes de ser abrumados con campañas cívicas en libros, revistas, periódicos, homilías, cadenas de correo, volantes lanzados por avionetas, impresos en el papel higiénico, con spray  en las murallas, en el poso del café. Dejé de comprar insecticidas porque en lugar de las instrucciones de uso decía, palabras más palabras menos que la violencia no era la solución y que siempre era mejor sentarse a dialogar con mosquitos, cucarachas y otros bichos para llegar a un consenso respecto al uso compartido de bienes y productos.

Fuimos bombardeados con todo tipo de mensajes encaminados a convertirnos en personas decentes y tolerantes que pudieran aprender a vivir conjuntamente. El error está en creer que los cambios sociales y culturales pueden lograrse de la noche a la mañana sin hacer transición ni surtir unas etapas previas. Sin embargo, el mensaje caló hondo en la mayor parte de la población. En adelante cada vez que alguien decidía que sus gustos musicales eran dignos de admiración e incrementaba al máximo el volumen de su Pick Up, los vecinos infectados de tolerancia cerraban las ventanas y dejaban pasar sin más; Cuando en la eterna fila de los bancos Colombianos con mas cajas que cajeros, algún avivato se colaba, los tolerantes hacían de la vista gorda murmurando entre sí para no incomodar al colado; En los buses de transporte público, cada vez que una embrazada, o una madre con su hijo en brazos, o una persona de la tercera edad subía demandando un puesto y ningún caballero lo cedía voluntariamente, las damas de manera civilizada se levantaban sin mediar palabra; En las salas de cine, una pareja ruidosa o un grupo de amigos alegres que hablan y comentan los pormenores de la película durante toda su proyección, tendrán el respaldo silencioso de una mayoría incomoda pero tolerante.

La abrupta puesta en marcha de programas, proyectos y campañas para civilizar a la población en tiempo record, como si no hubiera mañana, como si Uribe retomara la presidencia, produjo en los ciudadanos un aletargamiento en sus acciones y en  su proceder. La mayoría confundió Tolerancia con pasividad y permisividad, nadie es capaz de tomar la vocería ante una infracción moral o para hacer un simple llamado de atención. Como los habitantes de Metropolis se acostumbraron a callar y a esperar que aparezca el Superman de turno que los salve de la cada incómoda situación para, entonces si, plegarse todos al unísono ante la voz cantante de aquel. Nos hemos convertido en la Olivia de Popeye, en la Louis Lane de Superman, en la Rama Judicial de Colombia, siempre clamando por ayuda.

Levantar la voz para defender derechos y causas justas no es sinónimo de mala educación ni de ordinariez, cada cosa en su momento y en sus justas proporciones, y al igual que los correazos a los niños de antaño, tal vez se verá mal al principio pero a la larga verán que resulta. Mientras tanto, en mi libro titulado “No te orines la p*ut* muralla”  y en el anterior titulado “Callate la cochina boca, no me cuentes la fucking película” Trato más a fondo y de manera civilizada el respeto al prójimo y la tolerancia en situaciones de estrés.


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