Que yo sepa, la vagina nunca le ha hecho daño a nadie. Tiene labios y no dientes, así que sólo entiende de besos, no de mordiscos. Su boca no es de fuego como la de un revolver, por eso hace el amor y no la guerra. Si mostrar la mano con el dedo índice y medio en forma de V es símbolo de paz, es quizá porque esa V se parece a la vagina. Y cómo no iban a parecerse, si la vagina es también un saludo de No a la violencia y No a la muerte. El asunto de la vagina (entre muchos otros, claro está) es la vida, cuando se constituye en el umbral que atraviesan los seres humanos para venir al mundo.
Si esto es así, si la vagina, por donde se le mire, no representa amenaza o irrespeto, ¿por qué entonces se convierte en motivo para que la exposición Mujeres Ocultas de la artista María Eugenia Trujillo, no pueda exhibirse?
En Mujeres Ocultas, Trujillo interviene una serie de custodias y relicarios, bordando en su centro figuras vaginales, con lo que pretende reflexionar acerca del rol femenino en un mundo que privilegia al hombre; cuestionar el papel de la mujer en las instituciones religiosas que las discriminan, silencian y condenan; e, igualmente, abordar la problemática del cuerpo de la mujer como objeto histórico de violencia.
Pese a las intenciones antes descritas, resulta que las vaginas bordadas de Mujeres Ocultas han ofendido a varias organizaciones católicas del país. Argumentando que la obra violenta su derecho a la libertad de culto y libre desarrollo de la personalidad, estas organizaciones lograron, a través de acción de tutela, que el Tribunal Superior de Cundinamarca suspendiera temporalmente la apertura de la exhibición, hasta tanto se emita la sentencia.
Una situación preocupante. En primera, porque se trata de la censura a una obra de arte, lo que por sí sólo, como país, nos retrocede varias décadas en términos de libertades civiles; y en segunda, porque esa censura opera por cuenta de argumentos religiosos, lo cual se supone proscrito en un país que se considera laico.
La obra de María Eugenia Trujillo ofende por una simple razón, vivimos en un país de intolerantes, religiosos y de toda índole. Un país al que se le dificulta admitir la diferencia, y que sataniza todo lo que no se ciñe o pretende cuestionar el mandamiento del varón, blanco, capitalista y católico. Un país que considera ciudadanos de segunda categoría a quienes se apartan de esos valores, es decir, mujeres, homosexuales, negros, indígenas, pobres y ateos. Poblaciones a favor de las cuales, y según esa manera sesgada de ver el mundo, no se debe legislar, o a favor de las cuales no debe haber garantías constitucionales; tal como lo demuestran la gran cantidad de comentarios de odio que generara el aval de la Corte Constitucional a la adopción por parte de una pareja de lesbianas.
La obra de María Eugenia Trujillo ofende porque precisamente pone el dedo en la llaga de la discriminación, que tanto se jacta este país de combatir, pero que en realidad es una de sus prácticas más comunes. Sólo espero que el Tribunal Superior de Cundinamarca, o sus superiores, en caso de impugnación, resuelvan la acción de tutela que aún se encuentra en trámite, a favor de la libertad de expresión.
Quien crea que la vagina le ofende, que no la vea, que no la explore, que no la goce; pero eso sí, que sepa que, en un Estado Social de Derecho, tiene la obligación de tolerar a quienes vemos en la vagina, particularmente en las bordadas por María Eugenia Trujillo, un discurso que brinda la oportunidad de cuestionar muchos de los dogmas religiosos, políticos y sociales que le han impedido a este país la dignidad de la convivencia.