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Es agradable ver nuevas propuestas en el cine colombiano que sean frescas y entretenidas y que recreen parte de una cultura sin caer en los estereotipos, así es Lecciones para un beso, la ópera prima del director Juan Pablo Bustamante.
Aunque fue filmada en Cartagena los personajes pueden encontrarse en cualquier ciudad del Caribe. La historia es universal, toca a los espectadores mayores en el lugar donde habitan los recuerdos y a los más chicos en los anhelos y las expectativas.
¿Quién puede decir que no siente revivir las mariposas en el estómago cuando recuerda su primer beso por más torpe que haya sido?
Un adolescente se ve obligado a mudarse de ciudad cuando su mamá decide abrir un restaurante en Cartagena, el chico se resiste a la nueva experiencia hasta que conoce a una niña en el Portal de los Dulces, el mismo lugar en el que Fermina Daza y Florentino Ariza, los personajes de El amor en los tiempos del cólera, se encuentran por primera vez (un guiño a García Márquez ¿Tal vez?).
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El chico se enamora perdidamente y conseguir un beso en los labios se convierte en su principal objetivo.
Para garantizar el éxito tres experimentados hombres que frecuentan el restaurante se ofrecen para ayudarlo: un mentiroso (Bárbaro Marín), un romántico (Oscar Mauricio Rodríguez) y un materialista (Salvo Basile), de paso deciden hacer una apuesta entre ellos para definir cuál de las tres técnicas de seducción perfeccionada por ellos es la más efectiva.
Los tres hombres sacan todo su arsenal para conseguir la prueba reina que demuestre la victoria: una prenda de ropa interior firmada con la huella de unos labios pintados.
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Las situaciones se enredan, surge la comedia y por seguir las instrucciones de sus maestros el chico consigue un ojo morado y el beso se vuelve cada vez más esquivo.
El desenlace de la historia no fue el que esperaba pero como buena comedia romántica, aunque sea pensada para hombres, tiene su final feliz.
Los actores primerizos José Julián Gaviria y Vanessa Galvis logran actuaciones convincentes interpretando a Alejandro y a María, los adolescentes alrededor de los cuales gira la historia.
El cubano Bárbaro Marín como el mentiroso Guillo, capaz de fingir una enfermedad terminal para conseguir un polvo, y Oscar Mauricio Rodríguez como el romántico Pablo que conquista a sus amores a punta de guitarra fueron los personajes que más disfruté.
Nunca supe si Antonia, la mamá de Alejandro interpretada por Cristina Umaña, era una costeña que regresaba a su ciudad o una cachaca con el sueño de vivir en la Costa, aparte de eso es un lindo personaje que no implicaba mayores exigencias para la reconocida actriz: una madre dispuesta a sacrificar sus planes por la felicidad de su hijo.
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Pero el personaje principal que capta toda la atención y muestra sus mejores facetas es la ciudad. El realizador aprovechó los lugares más emblemáticos de Cartagena, a través de la historia pasea al espectador por las calles del Centro Histórico, sus murallas y casas coloniales, por el Portal de los Dulces y la Torre del Reloj, hasta el Cementerio de Manga y el enjambre humano que se congrega en los “agáchate” de la Matuna parecen una postal en Lecciones para un beso.
Es una película visualmente bien contada pero con algunos vacios en la línea narrativa.
Como comedia debe ser light, sin pretender dejar enseñanzas, pero los personajes de los tres amigos son como tres voces de la consciencia que en algún momento nos han hablado a todos haciendo que los actos se inclinen hacia la mentira, hacía el interés material o hacia el romance y que en el caso de la película están aconsejando a Alejandro en su misión del primer beso.
Cada una de las microhistorias de los amigos empiezan fuertes y se van debilitando, no se ve una evolución en los personajes que con sus experiencias son los que van empujando las decisiones (la mayoría erradas) que Alejandro toma para acercarse a María.
Al perder fuerza, el desenlace termina siendo un evento fortuito y no el resultado del crecimiento del personaje de Alejandro a través de sus vivencias y las de sus fracasados tutores.
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En una cinematografía nacional tan cargada de realidad hacen falta más películas como Lecciones para un beso que brinden momentos de entretenimiento sin sacrificar la calidad y sin recurrir a la caricaturización de los personajes y a la ramplonería que parecen ser sinónimo de humor y comedia en el país.