HERIBERTO SALCEDO GUARDO, EL HOMBRE DE HIERRO...


Mi padre, Heriberto Salcedo Guardo nació el 8 de enero de 1924 y falleció el 19 de noviembre de 2009. Hoy se cumplen cinco años de su partida. Un hombre de clase popular cartagenera que supo aprovechar las oportunidades que las circunstancias que la vida le ofreció en su tiempo, que a pesar de no haber cursado sino hasta quinto de primaria, podía hacer cálculos estructurales para grandes bodegas y edificaciones, así mismo gozaba de una amena oratoria como para sostener una conversación de cualquier nivel debido a su fuerte afición a leer y escuchar radio asiduamente.

Un hombre del que su niñez y juventud poco se sabe, más que uno que otro cuento rebuscado de su infancia en Arjona, población bolivarense de donde era nativa su madre, Celina Guardo Villadiego y donde vivió los primeros años de su vida.

A mi padre le tocó asumir el liderazgo en su familia desde muy joven, debido al temprano fallecimiento de su padre Julián Salcedo, ya que después de la nefasta noticia, la pobreza se agudizó en la familia Salcedo Guardo. Siendo mi padre, el hijo y hermano mayor, le toco madurar y comenzar a trabajar siendo aún un adolescente, esto lo privó de tener una juventud como la de cualquier otro. Cargador de bultos, cortador de caña en Sincerín, marañero y cantante de bares, fueron varios de los oficios que realizó antes de encontrar su verdadera vocación como herrero.

Desde que tengo memoria, recuerdo a mi papá siendo un herrero. No tengo claro en qué momento aprendió el oficio, pero la herrería se convertiría en su profesión y estilo de vida —en mi casa todo era de hierro, ciertamente no se cumplía el refrán, “casa de herrero, cuchillo de palo”, en mi casa hasta la mesa del televisor era de hierro—. Mi padre  aprendió el arte de la herrería y la forja de su hermano mayor (por parte de padre), el Nene Salcedo. Ellos hicieron parte de una generación de obreros que construyeron grandes obras en la ciudad de Cartagena durante la primera mitad del siglo veinte, tales como el estadio de béisbol, el coliseo de la Escuela Naval y el polvorín en la población de Caño del Oro, en la isla de Tierrabomba.

En 1954 aproximadamente, mi padre decidió abrir su propio taller de herrería, entonces una tía, María del Carmen Barboza le sugirió que bautizara el nuevo taller con el nombre del santo de su devoción, porque de hacerlo así, nunca le faltaría trabajo. Mi padre así lo hizo, lo llamó Taller San Pancracio. Sólo que pasaron varios meses antes de que le dieran el primer contrato como trabajador independiente, lo que nunca hizo decaer la fe de mi papá. Me cuenta mi madre que desde muy temprano en las mañanas mi padre se iba al taller y a puerta cerrada, martillaba el yunque y encendía la fragua sólo para que se escuchara ruido simulando trabajo, cuando en la realidad no había; no obstante, mi padre seguía yendo día tras día hasta que el taller fue ganando nombre y reputación, los trabajos fueron llegando hasta convertirse en el taller de herrería más reconocido de Cartagena y otros lugares del Caribe Colombiano entre 1960 y 1990. Mi padre tenía la firme convicción de que el éxito en la vida se alcanzaba con tres cosas: la persistencia, la honestidad y el cumplimiento. Siempre recalcaba orgullosamente que esos eran los valores para alcanzar todo lo que logró.

Haciendo recolección de estas historias mientras escribo, caigo en la cuenta de los elementos que forjaron el carácter de mi padre, que a su vez fueron pasados de forma indeleble como una marca de hierro a todos los integrantes de mi familia. Lástima que las circunstancias económicas, sociales y políticas hayan cambiado de tal forma, que tales valores promovidos y practicados, no sólo por mi padre sino por toda una generación de Cartageneros, hayan quedado en la nostalgia del pasado.

Recuerdo a mi padre como un hombre trabajador e incansable, madrugador y buen tomador de café; buen hijo y entregado al bienestar de su madre a quien sostuvo hasta que falleció; fue un padre fabuloso, y un esposo complaciente y generoso. Nos dio todo lo que estaba a su alcance para proveernos de una vida cómoda y alejada de aquel recuerdo de pobreza de su infancia. Lo recuerdo como un hombre de humor fino y cuentos llenos de hipérboles, fiel a sus amigos de parranda,  Lucho Calvo, Rafael Villegas y Alfonso Díaz, entre otros. Un hombre que de tanto lidiar con el hierro construyó corazas en su ser, que lo hacían casi que inexpresivo en términos emocionales, pero profundamente sensible y débil ente sus seres más queridos, sensibilidad que se despojaba de todo bozal al cantar boleros, danzones y sones cubanos a la vieja usanza caribeña.

Mi padre nunca nos dijo que nos quería o que nos amaba, pues era un hombre de aquella época en que decir esas cosas era muy raro; sin embargo, sus demostraciones de afecto eran infinitas y aunque no salieran de su boca, colgaban de él letreros imaginarios expresando el más profundo amor por todos sus hijos y seres queridos. Era un interlocutor fabuloso, pasábamos horas hablando de política y actualidad mundial, un hombre militante del partido liberal que se vestía siempre de pantalón blanco y camisa roja para salir a votar. Sosteníamos debates fuertes acerca de las negritudes, las políticas internacionales y de religión, que aunque no siempre estábamos de acuerdo, la discusión siempre nos sacaba risas porque sabíamos que poco o nada iban a lograr esos acalorados debates entre padre e hijo.

Ya para terminar, quiero compartir algo muy personal de mi vida con él: mi padre fue mi mejor amigo, asesor de negocios y consultor político durante los últimos cinco años de su vida, yo redescubrí el amor de mi padre después de muchos años debido a un doloroso suceso personal, que al él enterarse, llamó rápidamente a darme apoyo emocional. Yo rompí en llanto al escuchar su voz y pude notar su infinito amor cuando me dijo con voz angustiada, “dime que hago para que no te sientas así”. Yo simplemente le respondí, ya lo hiciste.

No lo voy a negar, me hace falta mi padre, mi amigo, mi interlocutor, mi asesor… mi héroe. Heriberto Salcedo Guardo, el hombre de hierro!


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