Adiós Edgar José Gutiérrez Sierra


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Al inicio de Aporías, un libro de Jacques Derrida, el autor dice que la muerte, cuando llega, hace que la vida parezca muy corta, que ha llegado de sorpresa, siempre muy pronta. Sinceramente nunca habrá una reflexión sobre la muerte que nos haga comprenderla porque la muerte no existe para ser entendida, comprendida y explicada, sino para vivirla (aunque parezca contradictorio), es decir, para experimentarla.

¿Cómo experimentamos la muerte? ¿Cómo nos enfrentamos a ella? Y como preguntará Derrida en su texto ¿Cómo es posible la experiencia de la muerte?

Derrida hace una reflexión sobre el sintagma «mi muerte» para mostrar la imposibilidad de relatar la muerte propia, para mostrar la dificultad de hablar sobre lo propio en la muerte. La experiencia de la muerte vendrá a ser siempre la muerte del otro.

Quiero honrar la muerte del profesor Edgar José Gutiérrez Sierra, un tipo sencillo y amable, alguien que en mi concepto tendrá siempre calidad de maestro por el interés y aprecio que les brindaba a sus estudiantes. Lo conocí en el 2012 cuando me matriculé en una de sus clases en la Universidad de Cartagena, Filosofía, Nación y Cultura (o algo así); desde entonces le aprecié como alguien digno de escuchar, puesto que sus intervenciones contenían elementos valiosos que aportaban al crecimiento intelectual y humano.

No me gusta el vallenato ni la música folclórica, pero Edgar Gutiérrez me enseñó a escuchar ese tipo de música desde otro punto de vista. Me mostró la historia cultural del vallenato, la cumbia, el porro. No solo eran las clases, eran las conversaciones en pasillos y calles. Nunca entendí las fiestas de noviembre y despreciaba todo lo que suele ocurrir en esas fechas porque no soy partidario del desorden en esas dimensiones; pero Edgar mostraba una visión distinta sobre las fiestas de independencia, recalcando siempre que más allá de ser unas simples fiestas novembrinas, se trata de la celebración y conmemoración de un acto histórico y memorable que implica unas prácticas culturales que hoy, tal como él mismo demandaba en conversaciones e intervenciones, son tergiversadas y violentadas por las distintas administraciones distritales.

El profesor Gutiérrez me impulsó a ver a Cartagena de otra manera, a pensarla distinto. Muchas han sido las veces que me he quejado de esta ciudad, he perdido la cuenta de las veces que la he despreciado e insultado, pero recuerdo las enseñanzas de Edgar y me callo la boca, y me arrepiento de todo lo malo que he dicho sobre Cartagena para quedarme solamente con la queja sobre el calor, algo inevitable que toca aceptar.

Me habría gustado conocerlo más a fondo para ver si podía llegar a ser su amigo. Hizo falta tiempo, pero es que el tiempo nunca será suficiente. Siempre, al llegar la muerte, nos damos cuenta que nunca es suficiente, que siempre faltará.

Se me han muerto familiares y gente conocida, pero esos familiares no eran personas cercanas a mí, y la gente conocida era simple gente conocida. Es la primera vez que siento tristeza y dolor por la muerte de alguien porque le aprecio aunque no éramos amigos. Era mi profesor de filosofía, uno de esos tantos que he tenido, pero de los pocos a los que les puedo guardar cariño. ¿Por qué? Por esos buenos valores y atributos que exponía en su conducta sin dificultad porque no le costaba ser verdadero.

 Lo único que me resta decir es adiós, a-diós, a-Dios, a Edgar Gutiérrez. Le agradeceré por siempre sus lecciones sobre política, filosofía y cultura cartagenera. Ojalá las administraciones futuras no desprecien sus investigaciones culturales y valoren su trabajo filosófico-histórico-cultural, quienes lo conocimos lo hacemos, pero se sentiría bien que a nivel político tengan en cuenta sus aportes, porque estoy seguro de que Edgar es de esos que vale la pena recordar por siempre.

Adiós Edgar, gracias por tu tiempo en clase, en pasillos, en la calle, por tu tiempo en este mundo. Gracias por haber existido.

Ahora estás incluso cuando ya te has ido.

Fotografía cortesía de KbezaRodante


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