Sobre toros, humanidad y sangre


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Desde hace semanas he intentado escribir algo sobre las corridas de toros, le he dado vueltas al asunto en mi cabeza. Me quedo mirando los carteles que promocionan este evento, recuerdo al responsable público de la decisión de volver a asesinar toros por diversión; pues, corridas de toros significa ver cómo matan a un toro y divertirse con ello. Pienso en todas las personas que están de acuerdo con esta actividad… pienso en la sociedad.

En diversas épocas la humanidad ha encontrado cierto placer morboso en ver matar a otros seres; durante un tiempo la plebe y la gente de bien se divertían viendo como otros hombres se asesinaban, estoy seguro que al enfrentar el momento de abolir esa actividad, también la defendieron como tradición, como parte de la cultura. Clandestinamente hoy hacen peleas de perros, de gallos, estoy seguro que de seres humanos también, y en general, de muchos otros seres, con el mero objetivo de divertir a partir del derramamiento de sangre; lo preocupante es que esto se haga de forma legal, que un impulso asesino sin fundamento racional sea incorporado en las actividades con validez legal y supuesta aprobación democrática.

No soy experto en perfiles psicópatas, pero he tratado de estudiar el tema. He tratado de analizar hasta qué punto todos los seres humanos somos psicópatas en diversos sentidos y niveles. Los vegetarianos y veganos nos reprochan a nosotros los omnívoros, carnívoros, que no somos coherentes cuando decidimos luchar por el bienestar animal, por derechos que ellos no necesitan (los derechos animales los necesitamos nosotros para no incurrir en estupideces); el mero hecho de que comamos la carne de otro ser nos hace, en cierta medida, psicópatas, comer la carne de otro ser es indicador de autoridad, de poder, de control: por eso juzgamos con mayor rigidez a los caníbales, vemos eso como aberrante pero la diferencia entre comer un ser humano y un animal oscila sólo en consideraciones morales y por eso juzgamos al caníbal como un psicópata, mientras nos llamamos a nosotros mismos gente normal. Nos adaptamos a una forma de canibalismo indirecto, uno llamado política.

Las características fundamentales de un psicópata es el maltrato animal sin sentimiento de culpa, hasta avanzar al asesinato de otros seres humanos, sin reconocer culpa ni ver aspectos negativos en ello. Este accionar violento es desatado por deseos, por fantasías sexuales o placeres de otra naturaleza que el individuo sólo logra satisfacer a través de la muerte del otro. El psicópata goza ver morir a su víctima, a su escogido.

Si suponemos ser una sociedad que avanza hacia el desarrollo de los buenos valores (recordando lo difícil que es hablar del concepto de bueno y de valores) y del bienestar individual de la gran mayoría entonces tenemos dos opciones: Por un lado, aceptar nuestras aberraciones y explotarlas, llegando (¿Quién sabe?) a volver a asesinar legalmente humanos por gusto, por diversión; por otro lado, dejar de practicar actividades violentas que alimentan el morbo; buscar, así como nos muestra la filosofía antigua, la sabiduría que en el mundo de hoy parece ser tan anacrónica y vacía, desplazada por el desarrollo tecnológico y la ciencia.

Mayor injusticia es colocar un ser de una naturaleza distinta a la nuestra a probar nuestro tanato-poder en vez de hacerlo con alguien de nuestra misma especie. El toro tiene más fuerza bruta, posee cuernos, armas naturales; no habla nuestro idioma, no ve el mundo como nosotros (algunos pensarán que ni siquiera concibe un mundo), pero si recordamos aquel sentido común o buen sentido del cual Descartes dice que es la cosa mejor repartida en el mundo, veremos que los animales de hecho sienten y experimentan emociones y deseos. ¿Cómo podemos traspasar las fronteras de la necesidad alimenticia para crear espectáculo con el sufrimiento de un ser naturalmente más noble que el hombre ególatra?

Aún a muchos les cuesta entender que no somos la mejor creación de este mundo (creyendo en el relato bíblico de la creación); más divinos y santos son aquellos quienes viven en el equilibrio natural, en el orden de los fenómenos (los acontecimientos). Pero el hombre, aquel dotado de inteligencia, de ciencia, aquel que conoce lo bueno y lo malo (pero que se hunde más en lo malo), aquel ser cercano a Dios, es el animal que más atenta contra el planeta, contra los otros seres vivientes y contra sí mismo. Es decir, los humanos son una especie de animales suicidas, y en el suicidio se llevan a los demás.

“Por sus frutos los conocerás”… tal vez no sea precisa mi citación, pero eso fue lo que Jesús dijo según el evangelio de Mateo sobre los fariseos y escribas; esto se lo podrían decir los animales entre ellos sobre nosotros. Nuestra inteligencia, considerada divina por los religiosos, considerada como una maravilla de la evolución por los científicos, ha servido realmente para crear división y separación entre todos los vivientes. Martin Heidegger habló sobre la carencia de mundo, pobreza de mundo y el Dasein en cuanto formador de mundo. Esto quiere decir que cosas como las piedras carecen de mundo, no son vivientes, son puras entidades colocadas-ahí; la pobreza de mundo es propia de los animales, quienes viven aturdidos en su mutismo y no son capaces de comprehender las entidades; por último, el Dasein o formador de mundo, aquel quien está abierto al mundo, a las entidades, que pueden manipularlas y configurar el concepto de mundo, encuentra su único ejemplo en el hombre. El privilegio del mundo es otorgado al hombre, el ser supremo de la naturaleza.

Pero quiero atreverme a contrariar al maestro alemán y afirmar, adelantándome en los resultados de mis investigaciones filosóficas, que el animal no vive aturdido en su mutismo, sino que el hombre, aquel formador de mundos, está inmerso en una sordera absoluta respecto a las entidades y los seres, no es capaz de ver más allá de sus propias consideraciones, de su propio mundo, carece de comprensión sobre otras formas de vida, otras formas de conciencia.

¿Qué hacer entonces? Vivimos buscando definiciones sobre una naturaleza que carecemos, puesto que al final somos lo que decidimos ser, lo que la sociedad nos influencia a ser, pero ahí en la frontera de la sociedad, entre esa línea imaginaria que divide la sociedad de la naturaleza, están los animales observando desde un lenguaje radicalmente distinto al nuestro que es inaudible a nuestros refinados oídos.

Los políticos que gobiernan hoy día decidieron realizar la corrida de toros, duélale a quien le quiera doler, porque como autoridad, para algunas cosas si son serios. Es inevitable lo que pasará en enero. Cartagena de Indias será escenario del asesinato de varios toros, y así como hemos olvidado la sangre de los esclavos, olvidaremos también la sangre de los animales, hasta que esa sangre nos alcance y nos recuerde nuestros espantosos actos, porque aunque sean otros quienes entierren la espada en el toro y sean otros los que se diviertan en el público, esto es algo que nos corresponde como colectivo, como especie, como raza, o como queramos llamar a esta masa que se autodefine como humanidad.

 

 

Foto tomada de google.com


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