El Salado, 15 años después


Hace 15 años, Sebastián Torres* tenía 10 y corría detrás de un balón en un paraje del corregimiento de El Salado (El Carmen de Bolívar). Solía hacerlo todos los días a media mañana; al compás de un trinar de pájaros matinales, que revoloteaban entre robles, acacias y almendros.
Esas especies mantienen su ritual aunque aquel niño ya no corra tras la sucia pelota entre los arbustos, y a pesar de que en el ambiente de la población hayan quedado engarzados de manera indeleble, el dolor y el llanto de las víctimas por la muerte de más de 100 familiares ejecutados aquel febrero negro.
Sebastián no puede olvidar el ruido de las motosierras, ese instante en que alguien hala del cordón que la enciende. Ese ruido de motor agudo lo acompaña. No pateó más una pelota de fútbol, para no imaginar la cabeza de su tío Arturo, artesano, rodar como un balón por la cancha del pueblo.
A sus 24 años, Sebastián lucha por ser un profesional en una universidad de Cartagena. Como pudo se vino a la ciudad, y ha logrado abrirse paso, casi que milagrosamente, en medio de “una sociedad excluyente”, me dice.
La masacre de El Salado ocurrió entre el 16 y el 21 de febrero de 2000 en los municipios de El Carmen de Bolívar, corregimiento El Salado, sitio Loma de las Vacas, y vereda El Balguero; Ovejas, corregimientos de Canutal y Canutalito, y veredas Pativaca, El Cielito y Bajo Grande; y Córdoba, vereda La Sierra, según el documento “La masacre de El Salado: esa guerra no era nuestra”, construido por el Grupo de Memoria Histórica.
Era el golpe cumbre del paramilitarismo, su máxima estrategia de guerra quizás, con la cual buscaban consolidar su poder atroz en Bolívar y en la región montemariana, y con repercusión en todas las demás zonas que habían tomado en la Costa Caribe. Y de hecho la de El Salado fue la masacre más cruda registrada en el país de la que se tenga noticia.
Los casi mil millones de pesos que pudo costar la atroz empresa de la muerte en El Salado, da cuenta de un estudio previo milimétricamente pensado para encerrar a los campesinos y poder asesinarlos.
La masacre, según Memoria Histórica, “fue planeada en la finca El Avión, jurisdicción del municipio de Sabanas de San Ángel en el departamento de Magdalena, por los jefes paramilitares del Bloque Norte, Salvatore Mancuso y Rodrigo Tovar Pupo, alias “Jorge 40”, así como por John Henao, alias “H2”, delegado de Carlos Castaño, quienes también lo coordinaron”.
El hecho fue perpetrado por 450 paramilitares divididos en tres grupos comandados por  John Jairo Esquivel, alias “El Tigre”; Edgar Córdoba Trujillo, alias “Cinco Siete”  y Luis Francisco Robles, alias “Amaury”, ex -suboficial de las Fuerzas Especiales del Ejército”.
Dice el documento que durante los días en que se fraguaba la masacre una parte de los habitantes (que habían huido) de El Salado hacia zonas enmontadas “decidió regresar el 17 de febrero, por varias razones: no resistían las condiciones extremas de supervivencia en los montes; tenían niños pequeños que necesitaban agua y alimento; percibían que el riesgo había cesado; o tenían la convicción de no haber hecho algo que justificara la huida”.
Mientras la masacre se desarrollaba dentro del territorio, la Infantería de Marina ordenó proteger los cascos urbanos de El Carmen de Bolívar y Ovejas, a través de los Bafim 5, 31 y 33  “es decir, la presencia de los militares se reforzó por fuera del territorio de la masacre”.
Memoria Histórica precisa la necesidad, de ahondar, hoy 15 años después, sobre la inacción militar, porque “el territorio de la masacre había registrado acontecimientos de violencia previos, que por su gravedad ameritaban la consolidación del dispositivo de protección militar”.
Aunque avanzamos en las políticas de reconliciación, perdón y olvido, considero que cruda historia de la masacre de El Salado, debe seguir revisándose.

*Nombre cambiado.


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