Hasta hace apenas diez años, la calle del Arsenal aún era considerada la vía principal de la rumba en Cartagena. Sin embargo, hoy, basta echarle un vistazo a sus noches, para advertir que su época de discotecas abarrotadas y rumba “pupi”, pertenece a otro tiempo. Muchos de los que nacimos en los ochentas o un poco antes, estrenamos la cédula en alguno de los bares de la calle del Arsenal, que para principios de siglo, era el lugar donde había que ser visto en las noches de los sábados. Un dato que hoy parece de ficción, al fijarse en la seguidilla de locales abandonados en la que se ha convertido.
El decaimiento de la rumba en el Arsenal se debe en gran parte a la transformación de la mentalidad de los cartageneros, que hoy exigen que sus lugares de festejo reflejen su identidad. No podía seguir siendo el sitio representativo de rumba en Cartagena, una calle donde no se valía ser pobre, negro, o lucir un look demasiado cartagenero. No podía seguir siendo la rumba que la ciudad le ofrecía a los turista, una que jamás se enfocó en la música local, donde la champeta no sonaba ni por casualidad, a menos que fuera una canción muy notoria.
La rumba del Arsenal era tan pretensiosa y postiza como la decoración de Mister Babilla. Las porterías de sus discotecas eran dueñas de un filtro que prefería que los cartageneros fueran minoría o que sólo prefería a aquellos que se tomaban el trabajo de lucir pinta de estrato seis. Famosa era la frase “lo siento, es una fiesta privada”, con la que los porteros espantaban a quienes según el “casting” de la administración, no merecían el acceso. En el Arsenal, a la dinámica de la rumba la envolvía un halo fantoche y arribista; un código con el que no comulgan las nuevas generaciones de cartageneros, cada vez más orgullosos de su estampa mestiza y de su extracción social, cualquiera que sea.
El Arsenal sobrevivió a la rumba en la Plaza de los Coches, hoy también venida a menos, de la que se recuerdan establecimientos como Antigua, La Tarzana o Casa Blanca. Sobrevivió a la aparición de discotecas en la avenida Pedro de Heredia, entre Los Ángeles y la Bomba del Amparo, de la que se recuerdan establecimientos como Karamba, Tribala o El Burladero. Mientras la rumba del Arsenal fue reina, muchos consideraban que las discotecas por fuera de sus linderos estaban destinadas para aquellos que no gozaban de gran presupuesto. Se trataba de recintos que intentaban emular a los del Arsenal, en los que tampoco se sentía un ambiente particularmente cartagenero, al menos no en términos musicales.
Sin embargo, el Arsenal no pudo sobrevivir a la nueva rumba de Getsemaní. Desde hace unos cinco años, se cambiaron los papeles, la calle de la Media Luna le regaló su marginalidad a la del Arsenal. Bastó que se abrieran lugares como Bazurto Social Club o Café Havana, con un enfoque más cercano a la identidad cartagenera, salsera y champetúa, para que Getsemaní se cotizara como el sitio principal de la rumba en Cartagena. Cabe anotar que hoy es posible encontrar buena rumba y de varios estilos en casi cualquier barrio, al tiempo que eventos antes marginados como los del Rey de Rocha, han agrandado su audiencia.
El decaimiento de la calle del Arsenal obedece a un cambio generacional y de mentalidad que enorgullece, pues habla de la Cartagena que están dispuestos a construir sus ciudadanos más jóvenes: una Cartagena alejada del arribismo, que procura un festejo cada vez más incluyente y donde cada quien asiste a los lugares de entretenimiento donde se siente más cómodo, con el objetivo principal de divertirse y no de figurar.
Por supuesto sigue habiendo rumba de lujo y “fiestas privadas”, pero al menos queda la satisfacción de que no ocurren en discotecas representativas de la ciudad, y que cada vez más, nuestra rumba asume un rumbo hacia una Cartagena más auténtica.