Calixto Ochoa y Adolfo Pacheco: Trovadores de las Sabanas del Caribe.
(Parte Final).
Fue la década del 70 del siglo pasado, la época dorada de Adolfo Pacheco, con su compadre Ramón Vargas, exitoso acordeonero de María La Alta y del Caribe; ambos interpretaron canciones que constituyen valiosa parte del patrimonio musical de Colombia.
Transcurría el año 71 cuando “El Profesor” de Adolfo, se convirtió en una de mis canciones favoritas y ello no era gratis: adelantaba mi segundo año de estudios universitarios en Barranquilla y nada más grato que escuchar al sanjacintero enalteciendo la figura de este noble profesional y a la amistad:
Te mando distinguido profesor,
Uno de mis retoños predilectos,
para que tú, como maestro,
de los mejores saques el mejor…
Amigo de la infancia y de jugar,
de sana juventud José Domingo…
Noble y valiosa la tarea del maestro:
acompañar a nuestros niños , niñas y jóvenes a ser mejores personas; pero incomprendida y recompensada por la más mezquina de las pasiones humanas: la ingratitud del 99% de los gobernantes de la historia de Colombia, al punto que hoy, la violación de los derechos laborales más elementales por parte del Estado, nos tiene sumidos en un paro nacional indefinido, liderado por Fecode.
Toda la esperanza de ser un profesional,
se la llevó el destino
y así, tu cambio resultó ,
porque tu educas unos niños
y yo trabajo resignado y feliz,
en este pueblo mío.
Sin embargo, a pesar de la declaración cantada, todos sabemos hoy, que Adolfo no se resignó en su pueblo: ejerció la docencia y bien entrado en edad, se graduó de abogado en la U. de Cartagena; de igual forma cuando la U del Atlántico fue cerrada durante dos semestres discontinuos, por el rector policía de turno(¿ 1973-1975) mi gran dilema fue laborar como maestro normalista y renunciar a los estudios superiores o esperar que pasara la crisis y efectivamente esta se desvaneció y pude graduarme como licenciado, con plena juventud a cuestas.
Mientras,en el por demás amplio pentagrama del Caribe, Calixto continuaba creando canciones que se convirtieron en éxitos internacionales y clásicos del género vallenato y de la música de acordeón de Colombia y las sabanas del Caribe.
No obstante, ya antes, desde 1961 había roto en dos la historia de la música nacional, con los extraordinarios “Corraleros de Majagual”, con sus canciones hechas poemas para enamorar, con las letras costumbristas de sus personajes, con la picaresca del costeño y con una como esta, fuera de serie: su canción más bonita, su preferida: Los Sabanales:
Cuando llegan las horas de la tarde,
que me encuentro tan sólo
y muy lejos de ti,
me provoca volver a los guayabales
de aquellos sabanales donde te conocí.
En nuestros días, volver a escuchar y cantar “Los Sabanales” es rememorar un pasado de viejos amores, de las sabanas, de Barranquilla, Santa Marta, y Cartagena; es la añoranza de aquellos besos inolvidables que bien pueden ser los de:
Diana,
Carmen,
Crucita
Marilí,
Miriam,
Norma,
o quizás los de otra boca dulce y deliciosa, cuando enamorada besa, o la de una “Boquita Salá” en las playas de Barú y Taganga.
Fue aquel año 71, cuando canté a dúo con Adolfo, una inolvidable canción de aquel viejo LP titulado: “Sueña Pacheco”, canción con nombre muy sugestivo:
La Enredadera.
…Me voy de ti como el ave viajera,
porque es mejor para los dos,
optar la retirada.
…Culpable no soy yo, ni tú tampoco
de lo que ha pasado,
una razón social,
marca el destino del amor que llega,
no me casé, pero no te humillado,
tu como yo somos juguetes
de esta enredadera.
Hoy, a 42 años de distancia, recuerdo con nostalgia la figura frágil de aquella joven normalista, inteligente y estudiosa (tal como me gustan las “mujeres), con senos turgentes, pero con más encantos espirituales que corporales.
Todo empezó en una excursión estudiantil a Tolú, en cuyas playas brotó un tórrido amor que llegó de regreso hasta Cartagena, durante pocos meses, porque las razones sociales nos metieron pronto en una enredadera que me llevó a tomar la dura decisión de la retirada.
La “traga” del noviazgo hacía prever la inminencia de la unión; pero el anhelo de estudiar una carrera profesional y el compromiso voluntario de sacar de la pobreza material a mis progenitores, fueron superiores a mis sentimientos; muchos de mis compañeros se hicieron novios y esposos y jamás estudiaron una carrera profesional.
La decisión dejó dos corazones rotos que con el paso del tiempo curaron sus heridas; es esta la vida hecha canción, o tal vez, son los poetas como Calixto y Adolfo haciendo canciones a la vida que no deja de ser una verdadera enredadera, en la cual el amor y el desamor son los hilos más visibles y fáciles de tejer y romper.
Así, mientras Adolfo cantaba a las penas del amor, en el mundo del vallenato se puso de moda cantarle a los ojos bonitos de las mujeres; de esta manera Alfredo Gutiérrez cantaba a los ojos bellos de unas damas: Ojos Indios, (su más hermosa canción según él), Ojos Verdes y Ojos Gachos.
Calixto, por su parte no se quedó atrás y compuso una de sus mejores canciones: “Chispitas de Oro”: Un homenaje a uno de los grandes encantos físicos de la mujer:
Desde el día que te vi,
brillaban tus pupilas como chispitas de oro,
como gotas de sereno,
en noches de luna clara.
y desde ese momento ,
yo no se que es de mi vida,
porque en el mismo instante
“me mataron” tus miradas…
Ahora, cuando la madrugada abre sus brazos invitando al descanso para afrontar la dura brega del mañana, evoco esos ojos que en el ayer besé, sin olvidar los de la amada cerrados por el sueño reparador, ajena a esta prosa de los recuerdos gratos.
Entonces, recuerdo otra de esas parrandas inolvidables de la Plaza Majagual de Sincelejo, cuando Calixto, Farid Ortíz, Diomedes Díaz y yo cantamos a cuatro voces:
Vivo pensando en ti,
Dios te guarde y te bendiga,
ese enorme privilegio…
Más la vida viene acompañada también de los ingratos aconteceres y al maestro Calixto la muerte se le llevó un ser amado a Marilí, lo cual le movió el alma y le obligó a cantar con tristeza:
Yo como era su amigo sincero y verdadero,
sólo de aquí le pido
a Dios que está en el cielo,
pa’ que recoja el alma de un ser que ha fallecido
y la tenga con él allá en su santo reino.
Un día cuando tuve la oportunidad de cantar la estrofa inicial de esta canción con Poncho Zuleta:
Le hice un canto a Marilí,
con aprecio y con cariño,
hoy esta noticia recibí,
que hace pocos días ha fallecido,
le comenté sobre lo doloroso que es vivir esa experiencia con la muerte de un ser amado; sin embargo, esa noche de juerga “no toqué madera “y el año pasado me tocó vivirla: tal vez quien fuera mi primera novia de muchacho falleció, llenando de tristeza el alma de este melómano empedernido .
Sin embargo mi ser todavía se resiste a creer que sea cierto y aunque la unión pasó hace muchos años, los afectos de un “amor viejo” permanecen toda la vida, transformados en sentimientos de amistad y cariño, que lleva a nuestra mente a recordar en sueños a aquella persona, saludándola de manera efusiva como si estuviera viva todavía y todo hubiese sido una falsa noticia.
Con el paso de los años, mis encuentros con Adolfo se fueron haciendo menos frecuentes, y hoy lo recuerdo, cuando una vez en Barranquilla, tal vez a comienzos de este siglo XXI le hicieron un homenaje como juglar, cantante y compositor de los buenos y como diputado de la Asamblea del Atlántico.
De manera igual, dos o más veces he asistido a los homenajes que se le han rendido en Cartagena en el Teatro Adolfo Mejía, en un apoteósico concierto de más de 10 acordeones, ejecutando al unísono las notas de la Hamaca Grande con la voz del sanjacintero.
Mi último encuentro en vivo fue cuando cantamos el Cordobés con mi conjunto “Pasión Vallenata” con la voz líder de mi hermano Rafael, el acordeón del turbaquero Oscar Carrillo y los coros de Rodolfo Mina (qepd) en segunda voz y yo en la primera:
Ya está listo el pollo de la cuerda sabanera,
para el año entrante,
cuando haya concentración…
…Canta gallo pinto,
hazle honores a tu raza,
y que te proteja el nazareno de la cruz…
Sin embargo, no fue una sola canción la de esa noche; en uno de esos amanecederos del barrio Los Alpes, de nuevo con mi conjunto, ahora, con el acordeón del sabanero José Correa, el acordeón piano de Rafael Ricardo, la voz de Otto Serge, mi hermano y yo, entonamos, otra de las más bellas canciones del juglar, llena de versos hermosos al amor, una apología al derecho de los pájaros cantores a vivir en libertad:
Mochuelo picoe’maiz, ojos negros brillantinos,
y como mi amor por ti, entre más viejo más fino…
El perdió su libertad para darnos su alegría,
lo que pa’ su vida es mal, bien es pa’ la novia mía,
es que para el animal, no hay un Dios que lo bendiga…
Esclavo negro cantá, entona tu melodía,
canta con seguridad, como anteriormente hacías,
cuando tenías libertad en los Montes de María.
Sin embargo, el cantar se vuelve adictivo y entre más lo haces, más quieres; esa era una noche muy especial y continuaron las canciones clásicas del folclor:
Pueda ser que después de dar el tropezón,
se me da por levantar los pies,
porque yo todavía tengo la pretensión
de no ser un hombre del montón, aunque abusen de mi sencillez…
Finalmente apareció y no podía faltar “El Viejo Miguel” y entonces la noche se volvió nostálgica; los acordeones sollozaron en medio del bullicio… de inmediato el público del establecimiento se silenció, tal vez, porque allí descubrimos que todos, como el poeta de San Jacinto, alguna vez hemos llevado un Viejo Miguel por dentro:
Se acabó el dinero, se acabó todo, hasta El Gurrufero,
el techo seguro, como el alero de la paloma,
pero eso no importa, porque es mejor empezar de nuevo,
cual árbol silvestre, que al renovar es mejor su aroma…
En estos días de abril matizado por las lluvias de los aguaceros ocasionales, el Gran Trovador Calixto Ochoa, mantiene estable su salud, al lado de una mujer que le cuida y adora, aunque poco dedicado a lo que mejor sabe hacer en la vida:
Componer canciones de todo género,
Tocar con maestría el acordeón, y
Cantar versos hermosos.
Por su parte, el también gran Trovador Adolfo Pacheco continúa dedicado a sus presentaciones artísticas, a sus conferencias valiosas a las entrevistas de los medios y a la recepción de los homenajes que le rendimos, los millones de colombianos que apreciamos y valoramos su arte.
¡Que Dios continúe bendiciéndolos por siempre, hasta el final de los siglos!