¿Cómo hablarle a una ciudad dormida? ¿Cómo hacer para que las palabras le sacudan el sueño? ¿Cómo juntar un par de frases en un grito tan alto que logre despertarla, para avisarle que camina sonámbula hacia el abismo?
Cartagena, tienes los ojos abiertos, pero no ves, llevas un par de luceros como aretes en unas orejas que no oyen. Caminas, sí, te sueltas el afro y bailas champeta, ya no te da pena, pero te mueves dormida y, mientras tanto, te pasan tantas cosas que te hacen daño sin darte cuenta.
Si alguna vez he tenido voz para decirte lo que está mal contigo, señalarte los defectos; si alguna vez me unté los dedos con palabras saladas para revolver en tus heridas, no fue para agregarle más dolor a tu dolor. He creído que poner un espejo frente a tu cuerpo desnudo de niña abusada, podría asustarte y hacer que despiertes. Despertar es lo único que podría salvarte, Cartagena.
Pero tú sigues ausente de ti misma, andando por el camino de la amargura, embriagada de tu propia hiel, arrugando el rostro a cada sorbo y sin embargo bebiendo cada día un poco más. Tu asombrosa belleza te ha hecho su víctima, te ha enseñado a encontrar en el olvido una falsa anestesia. Tus ojos son un par de María Mulatas que vuelan lejos de los problemas, para que tus pies descalzos sigan bailando, como si nada, por entre los cadáveres de tus caballos maltratados y tus hijos violentos.
Los que se dicen tus dueños sólo saben ofrecerte al mejor postor, te han convencido de que tu máximo valor reside en el desprecio. Tu cuerpo dormido envejece en las camas de quienes pagan limosnas por una noche de tu sexo. Tu libertad es un perro en los huesos, que cada vez encuentra un nuevo letrero de “no pasar”, donde antes solía dar rienda suelta a sus paseos.
Cartagena, dormida mueres sin morir por completo, dormida renuncias a la verdadera vida y te aferras a la agonía de tu carne devorada por las hormigas. Que tanto sufrir sin que nadie te conduela no te haga perder la esperanza. Yo que te quiero, te digo cómo te quiero: Viva, humana, liberada, aguerrida, amada, despierta.
Mi niña antigua, mi niña de mentiras, mi niña herida en ambos costados, mi niña acorralada de piedra, ¿con qué sustancia debo confeccionar mis palabras para que logren alcanzarte en las profundidades del sueño? No descansaré hasta encontrar el grito exacto para devolverte al mundo de los despiertos. No puedo estar tranquilo sabiendo que todos tus rumbos te conducen al precipicio. No puedo dejar que tu caída tenga como cómplice mi silencio.
Ven, Cartagena, te estoy llamando, te estoy diciendo, que aún puedes regresar de los caminos erróneos que persigues; aún puedes cambiar los rincones oscuros donde te has perdido por unas tardes soleadas de buen mar y próspero viento. Reacciona, Cartagena, aunque te asuste, no estarás sola, te lo prometo. Más de uno te espera para cantar tu nombre, honrar su raza, renunciar al castigo y levantar la frente. El futuro sólo te pide que reclames tus llaves y seas de ti misma, señora y dueña. El presente sólo te pide (y yo te exijo) que despiertes.