Una vez más, Cartagena se prepara para una jornada electoral y el panorama es del todo desalentador. Observo a los candidatos, reviso las primeras encuestas, analizo el avance de las campañas y, sin mayor esfuerzo, me doy cuenta de que estas elecciones para la alcaldía de Cartagena serán simplemente más de la misma vaina: Politiquería, clientelismo, compra de votos, lambonería, promesas vanas, patrocinios dudosos, candidatos títeres, propuestas sin fundamento y mucha contaminación mediática y en el espacio público.
Por más que quisiera fijarme en los próximos comicios con un poco de optimismo, me temo que la ciudad, nuevamente, se encuentra a las puertas de anotarse otro fracaso democrático. Quisiera ver en las elecciones de 2015 la oportunidad de corregir el rumbo administrativo de Cartagena, pero no observo en el ramillete de candidatos alguno que me genere confianza, credibilidad, que me convenza de sus intenciones y posibilidades de enfrentar los múltiples problemas de Cartagena con una gestión contundente.
En la publicidad de sus candidaturas, veo la sonrisa de diseño y el cutis fotoshopeado de los aspirantes, diagramados junto a sus lemas de campaña rimbombantes y carentes de sentido. Veo sus cambios extremos de imagen para aparecer en los carteles, pero dudo de que alguno de verdad quiera, o incluso pueda, llegar a la alcaldía de Cartagena para gestionar un cambio extremo positivo en la realidad social de la ciudad, en el desastre de desigualdad, inseguridad, falta de movilidad y retroceso en el que está sumida.
Los candidatos para estas elecciones, al igual que todas las anteriores, se esmeran para que su cara aparezca repetida en las paredes, en el parabrisas de los automóviles de sus lagartos, en la ventana de la casa de algún crédulo que confía en que resolverán los problemas de su barrio. Los aspirantes de este año, igual que sus antecesores, se esmeran por la parafernalia, por el titular de prensa, por inflar sus hojas de vida, por hablar pestes de la administración saliente, pero a la hora de mostrar un plan de gobierno realista y fundamentado, que le ofrezca un mejor futuro a la ciudad, se quedan cortos.
Desde que cumplí la mayoría de edad, han pasado cinco elecciones para alcalde de Cartagena y en todas he votado en blanco. Me enorgullece haber ejercido cada vez mi derecho constitucional, mi deber como ciudadano, pero al mismo tiempo me parece triste que en ninguna de esas cinco oportunidades, y por lo visto tampoco en ésta, tuviera ganas de marcar en el tarjetón un recuadro distinto del vacío. Cinco comicios, seis con este del próximo octubre, en que me quedé a la espera de un candidato al que pudiera confiar el mandato de administrar la ciudad.
En Cartagena, los ciudadanos se debaten entre el abstencionismo o el voto guiado por el estómago vacío y el cerebro poco informado. En Cartagena al tarjetón electoral se le trata como al cartón de un bingo, donde se marca cualquier número, como si estuviera en juego algún premio de poca monta y no el destino de una de las ciudades más importantes del país. El destino de Cartagena lo decide un billete de $50.000, porque solucionar el problema del diario es más urgente que pensarnos a futuro. En Cartagena a los candidatos con el mayor respaldo político de dudosa procedencia, es a quienes mejor les va en las encuestas y luego en las urnas.
Quisiera pensar que no estamos a dos meses de otra decepción electoral y de otro periodo en el que administrativamente se repetirán los mismos vicios, las mismas mañas; quisiera pensar que por fin, esta vez, la mayoría de los ciudadanos optaremos por la dignidad del voto en blanco como símbolo de protesta democrática; sin embargo, temo que, una vez más, las elecciones para la alcaldía de Cartagena serán como todas, la misma vaina.