Sin desconocer que a lo largo y ancho de nuestra geografía cartagenera existen oportunidades de mejora, dificultades e inconvenientes que afectan la cotidianidad y empañan su belleza, es y será siempre motivo de orgullo haber nacido o crecido en la llamada ciudad heroica. No necesitamos viajar en el tiempo 4 siglos atrás para encontrar en la historia el episodio colonial que nos haga valorar nuestra ciudad, pues ella es más que la arquitectura heredada y los mitos o leyendas tejidos por el tesón con que se defendió de los ataques. Cartagena es la suma de la alegría y hospitalidad de su gente, más la música que pone a vibrar nuestros corazones y a bailar nuestro cuerpo, más el dulce sabor de nuestra gastronomía, más el grito del voceador de barrio que nos levanta en las mañanas, más el calor del mediodía con la sed de un raspao’, más el sonido de las palomas y las mariamulatas y el olor a enyucao, cocada, caballito y alegría.
Dilo, hablar de tu tierra es hablar de ti mismo. Cartagena es lo máximo, porque está llena de padres, hijos, abuelos, estudiantes, empleados, trabajadores que a diario despiertan con la ilusión de salir adelante, y en la búsqueda de la prosperidad familiar y del bienestar personal y de quienes le rodean, aportan su granito de arena a la ciudad que soñamos. Ninguno de sus habitantes está de espaldas a su mejora, pues en la medida que alcanzamos nuestros propios objetivos económicos, sociales o académicos, Cartagena recibe la satisfacción de la realización de sus hijos y se beneficia del progreso. Recordemos que los hogares no son repúblicas independientes y que el éxito también tiene efecto dominó.
Admítelo, aunque cueste olvidar los agravios. Cartagena es lo máximo porque es y ha sido siempre nuestra, completamente. Somos ajenos a las cortinas de hierro o las divisiones ideológicas que afectaron en el siglo XX a algunas ciudades y países de Europa. Cartagena es una sola, olvidémonos de las barreras mentales, sociales y paradigmáticas que nos dividen, disfrutémosla de extremo a extremo valorando cada una de sus virtudes. Nuestra ciudad tiene cualidades que encantan cada uno de nuestros sentidos, ¿para qué alabar la casa del vecino, si en la nuestra hay una sucursal del cielo?
Créelo, porque si tienes la convicción eres capaz de crear y transformar. Cartagena es lo máximo porque es una y nada más. No se tienen dos mamás biológicas, y la nuestra es incomparable. La ciudad que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Seamos conscientes de nuestras lagunas y exageraciones al momento de juzgar y comparar nuestra ciudad con las demás, sobretodo con las vecinas. Lo que sabemos o desconocemos de las otras ciudades es justamente lo que su gente ha permitido mostrar, ya que desde adentro custodian su buena imagen por el sentido de pertenencia que le profesan a su tierra y por el tema reputacional que repercute en el turismo, a la larga, en el bolsillo de todos.
Cartagena sí es lo máximo. Decirlo, admitirlo y creerlo nos ubica en la ruta de la transformación. Declarar positivamente lo que deseamos es una manera de programarnos neurolingüisticamente para el éxito. Nuestra ciudad merece que le respetemos su buen nombre, que en vez de divulgar sus problemas hagamos parte de la solución, que en vez de compararla hallemos en las demás la estrategia que les ha permitido ser “mejores” y aplicarla, que dejemos de autodestruirla con comentarios negativos y nos propongamos usar siempre un vocabulario asertivo, con fe en los resultados venideros.
Dilo, admítelo créelo, Cartagena es lo máximo, con optimismo y certeza, porque está llena de ciudadanos como tú o como yo, que en verdad somos lo máximo.