En un sistema socioracial, entre más blanco seas, menos sufres los rigores excluyentes que el mismo sistema impone. Eso ocurre en todo el mundo. De manera que la gente le saca el quite a la exclusión a través de dos procesos muy conocidos en nuestro medio: el blanqueamiento y el negacionismo.
Hay muchas tácticas para blanquearse y una de ellas, desde siempre, ha sido el buen vestir; pues, un cuerpo vestido es portador de clase social. De ahí en adelante hay muchos matices que dependen de las experiencias de cada quien, ya que, vestirse tiene una relación clave con el contexto, en especial, con la realidad y el paisaje cultural donde uno esté.
Dicho esto, las prácticas del vestir en las gentes de todas las clases, cambiaron con la masificación del consumo de ropa, lo que acaeció gracias a la industrialización textil y la conquista de los mercados a nivel global. Un acontecimiento que, a su vez, estandarizó las prácticas del vestir según directrices que venían de Londres, París, Milán y Nueva York. La moda, pues, depende de los cambios periódicos de estilo y de las propuestas creativas. De ahí que sean tan importantes las temporadas de la moda.
De manera que es la actualización del gusto lo que favorece la permanencia del negocio; la idea es que la moda caiga en desuso para estimular la continuidad del consumo. Cambiar y actualizar los estilos del vestir fue una práctica que apareció en la nobleza ilustrada y sus cortes, en especial, Francia del siglo XVIII. Para entonces, en América Latina, la pintura de castas tiraba línea de cómo debía vestirse cada estrato étnico racial. Lo que queda muy claro es que era prohibido, o en todo caso, muy mal visto que los negros se vistieran como blancos. De hecho, el Código Negro Carolino, publicado en la Guyana Francesa en 1704, ordenaba a los amos a proveer a cada esclavo, cada año, dos prendas de lona del agrado del amo.
Las prácticas del buen vestir, el buen hablar y las buenas maneras fueron reservadas, en general, como aspectos distintivos de la élite, hasta el día de hoy. La plebeyez, la negrada de baja escalera aunque bien se vistiera, deslucía en cualquier escenario. Es más: una negra o un negro bien vestido era un acontecimiento exótico, exuberante, estrafalario. Un antecedente clave de esto son los Cabildos de Negros, celebrados desde la colonia. Allí las esclavas eran vestidas por las amas con sus mejores trajes y sus alhajas más lujosas, en el marco de una disputa simbólica y social entre las propietarias. No así con los esclavos, quienes siempre se caracterizaron por la desnudez parcial. No se olviden jamás del año 2012, cuando Cartagena fue promovida como destino turístico exhibiendo en público un joven negro vestido como esclavo, es decir, encadenado y cubriendo sus partes pudendas con un paño blanco.
A mediados del siglo XIX, se pusieron de moda los esclavos de lujo, en Londres. Uno de los más famosos fue el negro Julius Soubise. Era esgrima, poeta y actor. Era esclavo de propiedad de la Duquesa de Queensbury. También, por la misma época apareció el Minstrel en el sur de los Estados Unidos: un género teatral que tenía como actores a sujetos blancos pintados de negro y que se mofaban y exageraban el estereotipo del negro ignorante, esclavo o liberto. Los negros aparecieron en el Minstrel hacia 1860 y tenían que exagerar su propio estereotipo. Un aspecto novedoso era su práctica del vestir, pues, el personaje aparecía con un traje basado en el dandy inglés: saco, chaleco, corbata, camisa blanca, zapatos, pantalones y sombrero de copa.
Los estilos del dandismo repercuten en la moda Zoot Suite practicada por los negros de Harlem en Nueva York desde fines del siglo XIX hasta muy entrada la década de los cuarenta del siglo XX. A su vez, este estilo, incide en la comunidad mexicana en los Estados Unidos, dando lugar al Pachuquismo, cuyas prácticas del vestir, se hicieron famosas en el cine mexicano con el personaje “Tin – Tan” del actor Germán Valdez. Tales estilos también inciden en la comunidad italiana y en las comunidades caribeñas.
En el mismo siglo XIX en Cuba, especialmente en La Habana, aparece el Teatro Bufo, un género dramático callejero que se fundamenta en estereotipos como el gallego, la mulata sensual, el negro pícaro que, muchas ocasiones, aparecía muy bien vestido y no en harapos. Estos últimos también fueron representados por actores blancos pintados de negro y con el tiempo aparecieron los actores negros.
De manera que es en los escenarios públicos como los cabildos de negros, los salones de baile o las obras de teatro popular donde legitimó el buen vestir en los negros. Hay otros (e insospechados) escenarios y circunstancias en la vida cotidiana, en que los negros practicaban el buen vestir, toda vez, que las relaciones de clase y sus dinámicas sociales son complejas. Allí tenemos el caso de los affranchis, negros y mulatos en condición de libertos, en la actual Haití y en Nueva Orleans, que vestían a la última moda de las cortes francesas y eran considerados unos arribistas por las clases inferiores y no muy bien vistos por los blancos, aunque, esa práctica del vestir, facilitó la mezcla interracial; pues, la ropa se actúa y sirve para seducir.
Cuando llega el período de la independencia en las colonias americanas, se vuelve común ver a negros luciendo prendas militares. Al parecer, esta novedad despertó terror entre los criollos y las clases superiores. Por algo Simón Bolívar mandó a fusilar al almirante José Prudencio Padilla. Era desconcertante ver a un negro ataviado con todos los símbolos de la jerarquía militar: ramas de olivo tejidas en la casaca, charreteras, botas, quepis y tricornios. Eso todavía ocurre, que yo recuerde nunca hemos tenido un general, un almirante negro. Y eso que Padilla fundamentó la creación de fuerza naval de la nación.
No hay que olvidar que cuando acaece la explosión discográfica de música costeña en los años cuarenta, los músicos negros y mulatos se tenían que vestir muy bien para que los dejaran entrar en los clubes sociales de Cartagena y de Bogotá. Un papel muy importante jugó las carátulas de los discos, la prensa y las fotos publicitarias, pues, sirvieron de modelo y guía para el vuelco de las costumbres en las prácticas del buen vestir en las clases populares. Las lentejuelas en las cantantes mulatas y el smoking en lo músicos negros se convirtió casi en norma: es clave la imagen de Celia Cruz y de Pedro Knigth.
Un caso de gran elegancia y sofisticación es el de Luis Carlos Meyer – El negro Meyer- músico barranquillero nacido en 1916 y autor de canciones como “Micaela” o “El Gallo Tuerto”, entre muchas otras que fueron éxitos internacionales en los años cuarenta y cincuenta. Se considera que Meyer fue quien popularizó la cumbia y el porro en México, Estados Unidos, Europa y toda América Latina y el Caribe. Muchas de sus canciones forman parte de las bandas sonoras de las películas mexicanas de fines de los años cuarenta y de buna parte de la década de los cincuenta. Muchos creen que el negro Meyer fue tan importante como Benny Moré. Lo cierto es que siempre se distinguió por su elegancia impecable, en especial, por que se ataviaba de smoking de color blanco.
Dicho todo lo anterior, quisiera compartir algunas pistas sobre uno de los negros más elegantes del Caribe en la primera mitad del siglo XX. Algunos piensan que se trata de un caso de dandismo negro; es decir, un intento por practicar la sofisticación en el vestir –reservada a las élites- en el cuerpo de un sujeto negro, lo que fue interpretado por muchos como exotismo, como una práctica lamentable de lo estrafalario.
Alfonso Teófilo Brown (1902 – 1951) también conocido como “Panamá” Al Brown fue el primer latinoamericano en obtener un título mundial de boxeo, lo que ocurrió en 1922. Hijo de un esclavo liberto de Nashville –Horacio Brown- y de una negra inmigrante antillana Esther Lashley, Al era políglota. Sabía inglés por su padre, francés por su madre de Martinica y español porque nació en la ciudad de Colón, cuando Panamá aún pertenecía a Colombia. Los inicios de su carrera pugilística sucedieron en Nueva York, sin embargo, en Europa se consolida, especialmente en París. Allí encontró un ambiente propicio para desplegar otras facetas interesantes y polémicas de su vida, pues, los círculos intelectuales y artísticos de Francia, en su pretensión de renovarse, estaban abiertos a las sensibilidades negras venidas de África, Estados Unidos, Suramérica o Las Antillas.
Lo anterior favorece el proceso de dandificación de Al Brown, especialmente cuando conoce al intelectual, artista y cineasta Jean Cocteau con quien sostuvo una relación sentimental, rodeado de un ambiente bohemio y cabaretil. Al se distinguió justamente por su buen vestir y su vida plena de exquisiteces y excentricidades: mandaba a planchar la ropa a Londres porque consideraba que en París no sabían planchar. Cocteau se convirtió en su manager y de su mano, no sólo recuperó su título mundial de boxeo, sino que además incursionó como bailarín de finos cabarets y modelo artístico para escultura y pintura, en un París que experimentaba el vanguardismo del siglo XX. Al se codeaba con la aristocracia parisina y miembros de la intelectualidad y el arte como la bailarina negra Josephine Baker y el pintor Pablo Picasso y, su amistad con Coco Chanel repercutió en su reconocido buen gusto en el vestir.
En los inicios de la Segunda Guerra Mundial, Al Brown regresó a Nueva York donde vivió y murió tan pobre como nació. El cineasta panameño, Carlos Aguilar describe ciertos aspectos al final de la vida de Al Brown:
“La policía lo encuentra abandonado en una calle y creen que se ha quedado dormido. Lo trasladan a la estación, pero como no se despierta lo llevan al hospital Sea View, de Staten Island. Allí se dan cuenta de que está en coma. Días después despierta y ve el final: tiene tuberculosis y sífilis. Le pide a una enfermera papel para escribir una carta a la Asociación de Boxeo de Nueva York, solicitando que ―como había donado bolsas de sus peleas para mantener a boxeadores que cayeron en la pobreza―, por favor le hagan un entierro digno. Envían la carta y al día siguiente muere: el 11 de abril de 1951. Aunque la Asociación estaba en Nueva York, las cartas se demoraban varios días en llegar y, como no aparece nadie a reclamarlo, el hospital decide enterrarlo en una fosa común en una caja de madera de pino. Entonces, unos amigos, con los que compartía vida nocturna, reclaman el cuerpo diciendo que son sus familiares. En lugar de llevárselo para hacerle el sepelio, se van con el ataúd por los bares que frecuentaban y comienzan a pedir plata con el fin de enterrar al ‘Ex Campeón Mundial’, pero usan lo obtenido para seguir bebiendo. Al amanecer, ya sin dinero, regresan al mismo hospital y dejan la caja en la entrada. Entonces el hospital vuelve a contemplar la idea de la fosa común, pero llegan los dirigentes de la Asociación de Nueva York, se llevan el cuerpo y lo entierran en el cementerio de Long Island. Al año siguiente, el Consejo de Panamá reclama el cuerpo y lo traen al país….” (Aguilar, 2015. Revista Panorama)
El caso de Alfonso Teófilo Brown, nos sirve para destacar ciertos aspectos concretos que tienen que ver con las prácticas del vestir en los sectores populares. Se trata de un proceso multi – dimensional, donde es clave pensar la experiencia que ciertos grupos sociales tienen con la modernidad, en especial, si se tiene en cuenta la aparición de nuevas sensibilidades que tienen que ver con el vuelco de las costumbres, el formación del ámbito urbano, la aparición de los estilos de vida y la relevancia del ocio y el tiempo libre, que adquirió para la época de Brown en París, un alto sentido de la distinción social.
Esto último fue así en razón de los escenarios públicos que favorecían la escenificación y la actuación de las identidades en tanto prácticas del vestir. La gente se viste para ver y para ser vista. La presencia de Al Brown en París se dio en términos del espectáculo a donde quiera estuviera presente: escenarios deportivos, tertulias, bares y cabarets, distritos de la elegancia, barrios aristócratas, centros comerciales, cafés, bulevares y terrazas entre otros.
Negro, boxeador, de origen marginal y bisexual Alfonso Teófilo Brown vivió la experiencia de superar la condición de pobreza en su Colón natal y en una carrera de espléndido ascenso pugilístico hizo convergencia con la cultura del espectáculo, en un París constituido en centro mundial de la moda; su proceso de dandificación puede relacionarse con las sensibilidades de otro proceso tan complejo como el de la racialización, en especial, si se hace énfasis en la adopción, la adaptación y la apropiación de los estilos de vida.
A mi juicio, Al “Panamá” Brown fue un tipo auténticamente elegante. Un señor de su tiempo y del mundo, que irrumpió con gran relevancia en las sensibilidades de la moda que caracterizan tanto el siglo XX. Considerarlo estrafalario es una manera de excluir todo lo que él representa. Ya saben que todo lo del negro y todo lo del pobre es robado.