Muerte cultural: Una carta abierta de Germán Lleras a Colombia


*Nota escrita por el filósofo cartagenero Germán Lleras Giraldo*

Vivir en Colombia es toda una carga existencial, de hecho, alguna vez en nuestras vidas hemos sentido la sensación irreversible de borrar nuestra realidad con un puño que reviente las bases de todo este escenario. Ser colombiano implica tener las tripas fuertes, porque en cada momento nos exprimen las excrecencias.

Mi cuerpo, destinado a pudrirse y ser olvidado junto con los demás, ha sentido que esta nueva época ha puesto a la sociedad en una tensión increíble. Pero de alguna forma, la anestesia mental y viciosa que nos permea desde el pasado evita que vomitemos todo el malestar. No obstante, aunque en el pasado han ocurrido millares de desastres, contradicciones y males, hoy se presenta un punto decisivo: la muerte del humus cultural.

Repetimos los errores del pasado pero con nuevos atuendos y caras, en esencia son los mismos, y la estupidez sigue siendo nuestra fe en el país del sagrado corazón de Jesús. En pocas palabras, se desarrolla un eterno retorno de calamidades. Esto no niega las virtuosas acciones de un puñado de personas que luchan por mostrar lo contrario, pero el Estado y la nación son las versiones más perturbadoras de un Goliat contemporáneo, un Goliat más grande que el sol, el cual atiza las espaldas de cada colombiano promedio sin clemencia.

Tenemos la economía en contra, con un sistema explotador y generador de desigualdades, controlado por las mismas elites socio-políticas a quienes brindamos pleitesía, tenemos el sistema político en contra, manipulador, corrupto y asesino; tenemos la sociedad en contra, ignorante, violenta, supersticiosa y vasalla para los intereses de sus explotadores. ¿Cómo aspiramos a ser libres y felices en un mundo como este? Las anteriores anotaciones, por muy trasnochadas que suenen, sigue siendo la evidencia de una batalla que hemos perdido como colectivo.

Pero todo es una mera ilusión, pretender que cada una de esas contradicciones resultan ser exteriores a nuestros actos por muy individualistas que sean es no reconocer el potencial creador de una especie preñada hasta la garganta de locura. Desde un punto de vista filosófico y personal, mi inconformismo con este país, y el de muchos, con nuestra realidad, no es más que un sueño que se nos impuso como normal e irreversible.

Para Cornelius Castoriadis, los malestares sociales de talante radical y que se desarrollan como un espiral incendiaria, nos están invitando a ser partícipes de una muerte cultural. Pensamos que este país es un ser eterno, una cosa incambiable, cuando lo que nos hace creer el carácter incambiable no es más que un sueño colectivo, el cual duerme nuestra poiesis. En otras palabras, están muriendo los valores, las formas de relación y socialización de la comunidad con ella misma, está falleciendo la vida cultural y la concepción misma del individuo con su contexto histórico-social.

Nuestro sueño colectivo, plagado por toda clase de condiciones y antecedentes histórico-sociales, ha carcomido el humus cultural que nutre la raíz estructural del país. La gente, en su mayoría, subestima la oportunidad de estos últimos tiempos, si efectivamente la presión existencial que nos agobia está demarcando una puesta en crisis en la comprensión del ciudadano y del mismo ser humano, no es posible negar que de esa muerte nacerá algo.

Jugando un poco con los relatos de Giovanni Papini, si justamente ahora el tiempo se detuviera, y cada colombiano estando inmóvil en la acción que estaba realizando, empezara a reflexionar sobre todo lo vivido y hecho, desmenuzando con ese tiempo eterno y estático, se daría cuenta de una verdad cruel y amarga: hemos fallado. Hemos fallado como Estado, como nación, como ciudadanos y hasta cierto punto como individuos libres.

No obstante, en lo incipiente de nuestros errores, debemos terminar la procesión de este funeral llamado Colombia, debemos construir a mano limpia los sepulcros de nuestra nación junto con sus males, asesinar con el cuchillo de nuestras almas la cultura podrida que se ha reproducido en cada esquina. Pero ante todo, luego de ser actores de un mismo entierro, hacer parir de las entrañas más profundas de cada hombre y mujer un nuevo abono cultural. No hay forma de mejorar algo podrido, hay que matarlo o dejarlo morir, pero tenemos el compromiso de construir luego de la muerte de los valores, un nuevo norte, pintar una sociedad diferente. Para ello es necesario despertar de este sueño, de la ilusión antigua que mantenemos con ahínco o como esclavos.

Ese despertar debe ser agresivo, doloroso y desgarrador, un abrir de ojos que se produzca no por fuerzas exteriores, sino por las tormentas internas que hay dentro de cada uno. Sueño con un despertar arrasador, con una movilización de masas que desahoguen sus crisis existenciales, sus heridas y cansancio, en una sola acción: dar a luz un nuevo mundo de valores para quienes no han muerto. De esta forma, vuelvo a tomar calma, a aquietar por breves instantes una existencia colmada de Colombia.


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