Desde el semillero HISTORI-MED (Historia de la Medicina Cartagenera) y con financiación parcial de la Universidad de Cartagena en el año 2010, adelantamos una investigación cualitativa, documental y fotográfica, de un reinado estudiantil realizado por estudiantes de Medicina de la Universidad de Cartagena en el año 1949, certamen que tuvo honda repercusión y grata recordación para la ciudadanía cartagenera, de mitad de ese siglo XX.
En el proceso de búsqueda se encontraron suficientes e inéditas pruebas documentales que el joven Gabriel García Márquez, a la postre de paso por Cartagena, escritor en ciernes de El Universal y estudiante fugaz de la Universidad de Cartagena, fue uno de los bulliciosos participantes de la gesta estudiantil que promulgó a Elvira Vergara Echávez, como la reina del estudiantado de Cartagena de 1949. Las evidencias documentales, relatos de personas vivas, fotografías y anécdotas, quedaron grabadas en la novela histórica “Elvira, mi reina Estudiantil forever”, tal vez la única novela publicada donde Gabito es un personaje de la trama.
Para este 22 de mayo del 2016, las cenizas del Nobel Colombiano, Gabriel García Márquez han llegado para siempre a la ciudad de Cartagena, donde se inició en la escritura, según han sentenciado sus biógrafos y estudiosos. Para dar bienvenida a tan importante presencia simbólica y como apertura a toda la cadena de actividad académico-cultural, aportamos en este espacio un fragmento de la novela “Elvira, mi reina estudiantil forever, la cual puede ser descargada libremente del portal del grupo de investigación: www.grupodeinvestigaciónsaluddelamujer.com
o desde http://www.grupo.spotmediav.com/LIBROS/3)ELVIRA%20MI%20REINA%20ESTUDIANTIL.pdf
Si desea un ejemplar físico puede solicitarlo: alvaromonterrosa@gmail.com
“Sábado 2 de julio de 1949. El Acto de Proclamación. Ese día tocó levantarse desde bien temprano, casi desde la madrugada, para alistar todas las cosas, porque la actividad programada era excesiva. Había mucho nerviosismo, expectativa y ansiedad, porque en la tarde sería la gran ceremonia de proclamación de la candidatura real de mi Majestad Elvira 1ª. Las actividades y compromisos reales comenzaron desde las siete y treinta de la mañana, con un acto académico imponente en la placita central del colegio Fernández Baena. Hasta ese sitio llegamos mi Reina Elvira 1ª, su Comité Pro – Candidatura y obvio, yo, Rosalía, la Condesa de Gimaní. La ceremonia era la solemne izada de la bandera de la patria. El evento se cumplió en medio del Himno Nacional y de los entusiastas vítores y vivas de los estudiantes. Una vez finalizada la formalidad regresamos al Palacio Real a prepararnos para la proclamación y recibir visitantes que habían previamente anunciado la asistencia. Los carteros en sus bicicletas no dejaban de llegar a la mansión 95 de la Calle Segunda de Badillo, trayendo mensajes de adhesión a la candidatura de mi Reina Elvira 1ª, desde muchos lugares distintos.
El nombre y la gracia de Elvira 1ª cada día tomaban más fuerza y más raigambre en la conciencia estudiantil. Estos mensajes fortificaban más, la decisión inquebrantable de sus seguidores de llevarla al trono, desde donde regiría los destinos espirituales de los estudiantes de Bolívar. Muchos mensajes eran generados desde diferentes comités que existían en las Facultades de Medicina, Odontología, Farmacia y en los planteles escolares tanto de varones como de mujeres. A media mañana, al Palacio Real llegó un estudiante con un lujoso pergamino firmado por Carlos Vélez, Alfonso Ceballos, Luis Romero, Armando Crizón, Hugo Vásquez, Rafael Espinosa, Alberto Peña, Emilio Meza, Roberto Dixon, Manuel Esqueda, Néstor Padilla, Marcel Luján, Robustiano Vásquez, Eliseo Cuadrado, entre otros. La entrega del pergamino estuvo a cargo del estudiante Luis Romero quien en frases de acendrado lirismo, exaltó las cualidades que adornaban a doña Elvira y enfatizó las razones que tenía el estudiantado para colocarle sobre sus sienes la Real Corona de los estudiantes. Romero prometió a doña Elvira el apoyo decidido de muchísimos estudiantes de provincia. Mi Reina, con cálidas y largas frases, agradeció el homenaje de sus seguidores.
También en la mañana se produjo una valiosa adhesión a la candidatura de mi Reina, que le ofreció el grupo de los “Comandos”, compuesto por estudiantes de Medicina, Odontología y Farmacia, liderado por los estudiantes David Lorduy y Carlos Espitaleta.
Con el tiempo avanzando a pasos agigantados, todos estábamos de prisa, preparándonos para al gran acto de la proclamación. Y la expectativa no solo era en palacio, la ciudadanía entera estaba a la expectativa. En el periódico El Universal de la fecha, se anunciaba y se invitaba a la ceremonia, con una foto inmensa de mi Reina Elvira 1ª, bajo el titular: “Hoy será proclamada” candidata a reina estudiantil. En todas las emisoras de radio, los locutores avivaban al pueblo cartagenero a hacerse presente y observar el desfile en las vías aledañas al sitio de la proclamación y en la noche asistir a un grandioso baile de salón. La programación fue grande, amplia, monárquica, esplendorosa, deslumbrante como eran todos mis muchachos y abarcó todo el resto del día. El acto de proclamación se adelantó en la Casa Nacional del Periodista, en el pleno corazón de la Avenida Venezuela, estuvo precedida y seguida por un inmenso desfile que prácticamente electrizó y paralizó a la ciudad, y por la noche fue rematado por un grandioso baile de salón.
Pero vayamos por partes, a las once en punto de la mañana, partimos en el desfile, bajo los aplausos de los vecinos del palacio y de los pasantes. El desfile salió desde el Palacio Real de Elvira 1ª en la Calle Segunda de Badillo, pasó por el costado del Parque Fernández Madrid, siguió por la Calle del Sargento Mayor, la Calle de la Universidad, la Calle del Colegio, la Calle Vicente García, la Calle del Tablón y la Avenida Venezuela. Las personas se agolpaban en las aceras, los balcones de muchas casas estaban arreglados con flores y se agitaban banderas improvisadas. Las expresiones de felicidad de los cartageneros ante el empuje de la juventud era el común denominador. Las callejuelas citadas de la ciudad, usualmente desoladas a esas horas del mediodía cuando el sol radiante y quemante del trópico golpea inclemente el adoquinado, hervían en fiesta, en comentarios y en apretujamiento. Vinieron personas de barriadas lejanas como La Quinta, Torices, Lo Amador y El Espinal. Pobladores del corregimiento de Ternera así como de los montes y de la selva de Canapote, también llegaron a la cita y se apostaron a lado y lado de las calles por donde transitó el desfile real. Radio Colonial, Emisoras Fuentes y Radio Miramar trasmitieron en competencia el acto solemne de Proclamación de Elvira 1ª. Nunca en toda la historia de Cartagena, ni antigua ni reciente se ha realizado una cobertura radial tan hermosa y apasionada.
Los varones estaban ataviados con las mejores galas, portando vestidos enteros de lino blanco y cubiertas las cabezas con sombreros alones de paja también blancos. Algunas mujeres lucían trajes largos y sombrillas para atenuar la inclemencia de un sol persistente e implacable, que salió con todo su fulgor a iluminar el paso de mi Reina. El desfile fue suntuoso, sublime e inolvidable, y me parece que fue ayer, recuerdo minuto a minuto, todo con detalle y con gran precisión. Por ser la Condesa de confianza de su Majestad, por ser Rosalía, que en latín significa rosa pequeña y por ser la más ilustrada, conocedora, inteligente y leída de todos los nobles de Palacio Real de la Calle Segunda de Badillo, nada se me escapaba. Mis ojos se movían a todos lados y miraban todo, mis oídos estaban prestos para escuchar todo y yo respondía al instante ante cualquier solicitud. Por eso recuerdo todo lo que tiene que ver con este reinado que es para siempre, como me anunció con voz de profeta Israel Díaz Rodríguez ese día en que cayó una lluvia extraviada. Y ahora que usted viene a preguntarme sobre Elvira Vergara Echávez, pasan ante mis ojos todos los hechos como si fueran una película que detalla lo más mínimo y con precisión. Recuerdo especialmente el desfile de la ceremonia de proclamación de mi Reina, porque fue uno de los actos públicos de mayor importancia para la ciudad en todos esos años, por el civismo y la entrega de un pueblo por su reina soberana. Elvira 1ª iba acompañada de la lindísima Reina del Carnaval Estudiantil del año anterior, doña Mary Castillo y la Reina de la Marina Colombiana, doña Norma Escallón Villa. En la cabeza del desfile iba un carro convertible descapotado de placas, número 1051, que llevaba de pie en el asiento trasero a la Reina Elvira 1ª, a su lado las dos bellas damas. Yo en el asiento delantero al lado del conductor. Yo era la única noble de palacio que siempre tenía asiento alrededor de mi Majestad, para asistirla en todo y a tiempo. Como ya le he dicho estábamos a la cabeza del desfile. En seguida un buen número de automóviles en donde iban los miembros del Comité Pro - Candidatura, la corte en pleno y muchos allegados. Atrás, en coches y a pie, un gran número de simpatizantes, que no se cansaban de hacer alharaca, gritando vivas y entonando triunfales cánticos marciales.
A la entrada de la Casa Nacional del Periodista, fueron lanzados al aire, fuegos artificiales, para anunciar la llegada de la embajadora de la inteligencia, la belleza y la cultura. Los voladores estallaban como truenos en el limpio azul del cielo, lanzados por José Ignacio y Miguel Ángel Castro, los hijos varones de Pablo Castro Cuadro y Ana Francisca Robayo Morlás, residentes en la calle del Jardín del barrio San Diego. Una muchedumbre bulliciosa y presente a lado y lado, hacían calle de honor y avivaban a la candidata y a su comitiva, a medida que entraban a la edificación. Los súbditos de Elvira 1ª querían verla de cerca, tocarla, decirle lo bella que era. Los locutores de Radio Miramar, los de Emisoras Fuentes y los de Radio Colonial, se peleaban el mejor lugar para no dejar escapar el mínimo detalle y tener bien informados a sus oyentes. En todos los radios de Cartagena y de los municipios vecinos se escuchaban los pormenores de la ceremonia de proclamación de Elvira 1ª.
Bajo el calor de comienzos de julio, de la bulla emocionada de los asistentes, de los vítores dentro y fuera de la edificación, del nerviosismo de mis muchachos y bajo la sofocación del medio día, la banda de músicos de la Policía Nacional tocó el Himno Nacional para iniciar la ceremonia de proclamación. Inmediatamente Don Miguel Araujo pronunció unas palabras de bienvenida a Elvira 1ª y a su comitiva.
El punto siguiente del programa fue el discurso de proclamación, realizado por el estudiante de derecho, Gabriel García Márquez. Para su designación como orador central hubo idas y venidas. En su escogencia estuvieron personas a favor y otras en contra, hasta se estaba formando un tremendo barullo por la asignación, y es que en las cosas de gobierno y decisiones reales, también pueden presentarse enfrentamientos. Se habían escogido varios nombres como postulados para tan importante y central labor. En algunos miembros del comité se presentaron serias discrepancias y disgustos por la no aceptación de sus candidatos propuestos. También muchos se oponían a que Gabriel García Márquez hiciese de orador. Escuché decir a algunos miembros que ese muchacho, que muchos años después crecería y todos conocerían como Gabito, un estudiante de derecho que tanto faltaba a clases, no tenía ni la pluma, ni la lirica ni la oratoria adecuada para ser el orador central y pronunciar el discurso real de la proclamación de Elvira 1ª. Más ni el mismo García Márquez sabía que allí en ese comité tenía un espadachín y escudero de hacha y machete, que fue el que lo propuso y lo defendió como gato boca arriba hasta salirse con la suya. Era un pela’o magangueleño, estudiante de Medicina, compañero y amigo de andanzas de García Márquez, llamado Hugo Vásquez Caez. Y es conocido por todos, que ellos dos solían pararse en las esquinas de las calles del centro de Cartagena, sobre todo en la esquina de la Calle del Candilejo, por donde el viento se mete veloz y furioso, para observar cómo se les levantaba la falda a las estudiantes que salían de clases. Y ellos dos allí, dispuestos a mirar por debajo de la falda. En la reunión del comité para la escogencia del orador, Hugo Vásquez estuvo luchando como tigrillo y necio en su insistencia, en definitiva peleando la designación de su amigo, hasta que al fin se levantó con el triunfo. Por ello pese a todo, Gabriel García Márquez, fue escogido para pronunciar el discurso de proclamación, y aunque él inicialmente no quería, estuvo allí en el podio presto para leer su discurso.
Y oiga usted, señor, que viene a preguntarme que si yo me acuerdo algo del reinado de Elvira 1ª. Yo le pido que vaya y grite a los cuatro vientos que Gabriel García Márquez estuvo como protagonista en el acto de proclamación de Elvira 1ª y no en la coronación como han dicho muchos escritores serios en importantes en libros, revistas y periódicos. Haga usted el favor de avisarle a todos para que cambien lo que dicen, porque en estos mundos reales, una cosa es la proclamación y otra la coronación. Y cuando les cuente dígale que yo, Rosalía, la Condesa de confianza de Elvira 1ª, la noble más ilustrada e inteligente del palacio y del reino, presente en todos los eventos desde el mismo comienzo de los tiempos, se lo he dicho porque he estado en ellos.
Mi joven Gabriel García Márquez, un muchacho que frecuentemente vestía camisa multicolor, pantalón verde y zapatos sin medias, miró hasta el fondo del salón, paseó la mirada por auditorio y dijo estas palabras que de tanto y tanto leerlas en un viejo recorte de periódico que aún conservo en mi mesa de noche, ya me las sé de memoria. A propósito, en su libro Gustavo Arango ha dicho que mi Gabriel habló con voz juvenil, lenta y ansiosa, con cadencias guajiras. Señor que viene a preguntar, póngase usted sereno y escuche:
“Honorable Auditorio: antes de proclamar oficialmente el nombre de Elvira Vergara, para reina de los estudiantes, queremos sentar un precedente ante la opinión pública. Hemos entendido este certamen como una ficción exclusiva de la inteligencia. A este poderoso gremio que nos respalda no hemos ofrecido nada distinto de los méritos de las virtudes personales de una mujer distinguidísima. Pero quienes están con nosotros, quienes formamos este cálido nudo social de la jubilosa fiesta del espíritu que estamos conformando, no hemos venido con el propósito exclusivo de imponer un nombre, sino con la voluntad irrevocable de imponer un estado del alma. Si hemos de tocar el alto límite de este certamen, estaremos satisfechos de haber logrado, como por la conciencia de haber llegado a él mediante un limpio proceso de dinámica mental. La voluntad de los dioses no podría estar de nuestro lado, no podría ser propicia a nuestra soberana, si antes de que cante el gallo en la madrugada de la victoria, negásemos siquiera una vez el nombre de la inteligencia.
Y porque creemos sin reservas que este es el espíritu común de quienes participamos, desde campos virtualmente opuestos, en el presente debate, hemos resuelto participar en él y hacernos personeros de una candidata diáfana.
Venimos a proclamar a Elvira Vergara para reina de los estudiantes, en nombre de una selecta oligarquía espiritual. Reclamamos para ella el sitio inicial en una dinastía de palabras frutales y la facultad de ejercitar desde su alta monarquía todas las virtudes olvidadas: la virtud de encender una estrella en el norte de los navegantes, de mecer la campana del sincero dolor por los muertos; la de amar al prójimo por sus necesidades y no por su generosidad; la de creer en la rosa por ser la rosa y no por la certeza de sus espinas; la de criar el cordero por su mansedumbre no por la calidad de la lana; la de esperar la tarde por la pulsación del lucero y no por el repaso del trabajo diario; la de partir el pan en rebanadas de amor y no en rebanadas de transacción; la de amar al agua por su espejo no por su servidumbre; la de criar las aves con espíritu de protección y no con propósito de subsistencia; la de cultivar la fruta por su color y no por su sabor; la de abrir la puerta para que entre el visitante y no para mostrar el interior de la casa; la de arar la tierra para sembrar y no para justificar el alquiler de los bueyes; la de cantar a la vida para exaltar su belleza y no para espantar a la muerte. El ejercicio de todas estas virtudes las reclamamos para Elvira porque sobre ella estará edificado su poderío.
Y esta es la monarquía que reclamamos para ella: la del estudiante simbólico, sin tiempo y sin espacio, síntesis de un conglomerado social. Reclamamos la monarquía del estudiante, con mayúscula romántica, considerado como célula continente de todas las cualidades humanas, cifra paradójica de artes y oficios.
Suma de geografía heterogénea, puerto donde una noche de borrasca reencontraron y confundieron todas las razas de la tierra. No el estudiante convencional y literario, sino un símbolo intemporal. El que fue herrero para martillar la muerte de la bestia satánica en la espada de San Jorge y que fue carpintero para fabricar la nave en que el diablo salió a perseguir al ángel por los mares del paraíso. El guerrero en su corcel trotante y el monje que le dio llave por dentro a su conciencia. Francisco, el amigo de los pájaros, adiestrador de los animales del señor, y Agustín, el africano, tambaleándose entre el cielo y el infierno. Porque estamos reclamando para Elvira la monarquía del estudiante humano.
Y a estos hombres llámalos por testigos de su proclamación: invocamos la memoria de los grandes muertos, la de los grandes estudiantes históricos, para que desciendan sobre el instante y den testimonio de este acto. Que levanten la piedra sepulcral, blanca en polvo milenario y vengan todos, fabricados en sustancias eternas a ocupar el sitio que les corresponda. Llamamos como testigos de esta proclamación solemne a Cristóbal Colón, por quien la tierra fue redonda y familiar para todos los hombres; a Enrasmo, estudiante de Rotterdam, custodiado por el arcángel de la locura; a Dante, viajero del infierno; a Virgilio, con su vanguardia de leones; Euclides, a Tolomeo griego y a Apolonio con sus rosales de geometría y a Thales de Mileto, inventor de la línea recta; a David, cantor, con el arpa de Dios en los brazos y a Tubal Caín, descubridor de la música en las espaldas; a Moisés con su vara de virtud y sus códigos eternos; a Esculapio, a Hipócrates y a Galeno, con los parpados abiertos frente a la muerte; y otra vez a Cristóbal Colón, inventor de América, y a Miguel de Cervantes, inventor de España; a Ricardo Corazón de León; a Felipe II, contemplativo y tremendo; a Ignacio de Loyola, vasco y formidable, derrotando las legiones satánicas y a Lenin, cobrizo y general, de pies sobre la revolución.
Desciendan sus espíritus sobre nosotros y den testimonio universal para todos los siglos de estas últimas palabras: “Elvira 1ª, soberana de la inteligencia”.
Tras esta pieza de retórica se sucedieron delirantes aplausos de la concurrencia. Y con respecto a esas palabras, el escritor costeño Jorge García Usta dijo que era una muestra y un preludio de la genialidad literaria de nuestro Premio Nobel. Lo llamó coronador y discursero real, capaz de hacer sentir bien a los tribunos políticos y a las matronas perennes. Y consideró el texto como una precisa joya piedracielista que había arrancado suspiro a la notable concurrencia. Además dijo que nadie podrá negar que parte de las armas literarias que le permitieron ganar, treinta años después, el máximo premio mundial de literatura, fueron engrasadas en las tarimas de los reinados costeños frente a bellas muchachas diciéndoles cosas bonitas. Eso escribió Jorge García Usta. Pero mire señor, yo le tengo guardada una sorprendente historia sobre ese discurso que pronunció García Márquez en la ceremonia de proclamación de mi Reina Elvira 1ª, y que usted de seguro no sabe. Cuando yo la conocí me dio un ataque de risa, pero eso es tema para adelante. No se desespere usted.