EL HOSPITAL EFÍMERO DE UN SOÑADOR


Con noventa de años de edad a cuesta, recostado en una blanda poltrona de piel de caballo de color negro, lleno de la luz radiante de una vida exitosa en la profesión médica y totalmente vestido de blanco, incluidas las canas, como ha estado desde hace un par de lustros, recuerda respirando el pasado: haberlo soñado, gestado, parido y con pocos años observarlo desdibujado y vencido, con las tripas picadas y desgarradas estado en plena infancia institucional.

“Un nuevo y moderno escenario donde enseñar y aprender la medicina, con todos los adelantos de la ciencia, era necesario al final de la década de los sesenta”, dice hoy, orgulloso y repitiendo a cada rato que tiene noventa años, el médico y profesor de la Universidad de Cartagena, Arnold Puello Benedetti, luego de más de cuarenta años de ejercicio profesional y docencia de la radiología.
Desde los albores, los profesores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena se preocuparon por contar con adecuados escenarios para el desarrollo de la enseñanza y el aprendizaje. A finales del siglo XIX, ya dentro del claustro de San Agustín existía un anfiteatro para que los profesores y estudiantes de medicina disecaran cadáveres. Ello está evidenciado en una fotografía sobre disección anatómica de cadáveres en un ambiente universitario, tomada en el Claustro de San Agustín y posiblemente la más antigua disponible en Colombia.
En esas calendas en Cartagena de Indias, incluso antes del Protomedicato, se enseñaba en las casas de las parroquias (barrios) o en el arrabal de Getsemaní, una medicina al pie del enfermo, entregada desde un empírico maestro hacía el deslumbrado practicante. En esos escenarios naturales y prehistóricos de la docencia y la asistencia, tomadas de la mano, se fusionaron la medicina nativa del indígena, la concepción terapéutica de la sanación africana y el aporte europeo desde la ciencia pero también de la charlatanería, que llegaba en goletas que atracaban en la bahía o en el puerto del arsenal.

Con todos esos elementos y con el aporte de la formación profesional médica francesa, que tuvieron especialmente los profesores Rafael Calvo Lamadrid y Vicente A. García, surgió y se fue solidificando en ese siglo XIX, la Escuela de Medicina de la Universidad de Cartagena, a pesar de las guerras fratricidas, de las pavorosas epidemias que diezmaron a la ciudad repetida e inmisericordemente y en medio de una lenta recuperación tras el asalto despiadado de Pablo Morillo y sus huestes.
Los entes gubernamentales deben estar siempre comprometidos con apoyar la instrucción médica universitaria. Ello pareciera observarse desde inicios del siglo XX, pues en el Decreto 535 de la Gobernación del Departamento de Bolívar del 21 de Abril de 1906 se ordenó la creación de una Policlínica para que los estudiantes de medicina realizasen sus prácticas formativas. En concordancia, el 4 de julio de 1906, fue inaugurada la Policlínica Rafael Calvo en homenaje a la memoria de Rafael Calvo Lamadrid, ubicada en la primera planta del Claustro de San Agustín, bajo el directo manejo de la Universidad de Cartagena, para realizar lo que hoy se llama nivel I de atención en salud.

Para esa época, las prácticas también se cumplían en el Hospital de la Caridad, que desde 1884, mediante la Ley Segunda, fue albergado en el Convento de las Clarisas, en la Plaza de San Diego. Inicialmente, solo se recibían varones, pero desde 1890 se contó también con sala de mujeres. Posteriormente, el Hospital de la Caridad pasaría a ser denominado Hospital Santa Clara. En 1923, fue creada la Junta Reformadora del Hospital, con el profesor Teofrasto A. Tatis a la cabeza. El hospital dejó de ser manejado por las Hermanas de La Presentación y pasó a ser de influencia gubernamental con manejo de la Universidad de Cartagena, la cual le cambió el nombre por el de Hospital Universitario Santa Clara, para enfatizar que allí se dictaban clases universitarias de Medicina.

Y floreció, desde esa primera mitad del siglo XX, una escuela médica que regó por Colombia e incluso por el exterior, a profesionales exitosos. Mientras en otras latitudes los hospitales viven siglos, la vida del Universitario Santa Clara fue fugaz, vio morir a sus profesores gestores y, para la década de los sesenta, empezaba a estar decrepito, amenazaba ruinas y no tenía los espacios para continuar siendo emblemático. El periódico el Universal, en separata espacial del 15 de Julio de 1970, dejó escrito para la posteridad un documento valioso denominado “Así es el Hospital Santa Clara”.

Nuevos profesores soñadores surgieron de inmediato para crear un nuevo hospital, liderado por los jóvenes doctores Clímaco Silva García (q.e.p.d.) y Arnorld Puello Benedetti, hijos de la Universidad de Cartagena. Ellos con entusiasmo animaron a otros hasta que fue larga la fila y pronto comenzó una campaña del orden nacional en pro de un “Nuevo Hospital Universitario para Cartagena”, un centro de aprendizaje ajustado a las nacientes tecnologías en salud.

Puello Benedetti nació en Turbaco, Bolívar, el 19 de marzo de 1926, egresado de la Universidad de Cartagena en 1949 y especializado en radiología en los Estados Unidos. A su regreso ingresó a la Universidad de Cartagena y luego de una tesonera labor parió al Gigante de Zaragocilla, al Hospital Universitario de Cartagena.

“Hacía falta un nuevo hospital. Había necesidad de algo más grande y más moderno para realizar la enseñanza de la medicina y brindar la atención a los pacientes. El anterior estaba en ruinas y no había forma de hacerlo crecer ni modificar”. Lo repite y repite sin cansancio. En esa frase se guarda lo que debe ser el querer del docente médico de la Universidad de Cartagena, la necesidad imperiosa del adecuado escenario de prácticas médicas acorde con los tiempos, espacio donde se debe fraguar la relación médico-paciente, donde se aprenda el juicio clínico, donde se consoliden las destrezas y se afiancen principios y comportamientos profesionales.

“Yo lideré la recolecta pública para tener fondos para construir el hospital. Me secundó el periódico El Universal”, dice en tono alto, con más orgullo que prepotencia. Me mira y agrega: “hicimos fiestas, trajimos cantantes, recolectamos plata e hicimos malabares. La ciudadanía puso dinero para ese hospital que construía la Universidad. Es un hospital de la Universidad y de la comunidad”. Pareciera subrayar cada una de esas palabras. Pareciera que las hubiese puesto en su lugar para borrar las dudas de la propiedad del hospital o para llamarnos la atención sobre la responsabilidad actual. “Clímaco Silva se encargó de la concepción hospitalaria, Miguel Facio Lince de los aportes nacionales. Participaron muchos otros profesores. Todos pusieron una piedra para levantar es gigante de diez piso con alma de maestro de escuela y corazón de médico abnegado”, dice dando a cada uno y a cada cosa su lugar.

“Aquí en Cartagena estuvo un barco hospital llamado HOPE”, me dice y hace silencio. El barco HOPE estuvo cuando iba dejando de funcionar el Santa Clara y nacía el Universitario de Cartagena, fue un importante aporte docente y asistencial a la medicina cartagenera, un intercambio como se denomina hoy. “Cuando el barco se iba, importantes amigos de los Estados Unidos me preguntaron qué quería del barco para dejarnos y dije: “todo menos el barco”. Y dejaron toda la dotación de lencería, instrumentales y equipamiento médico. Varios camiones llenaron el primer piso del hospital en ciernes mientras un cascarón vacío navegaba hacia otros continentes. “A la vez gestionamos muchos más aportes, donaciones y compras. Nunca eran abundantes, pero si fueron lo suficiente e inauguramos…..el hospital”.

Una vez más hace silencio y ahora una respiración profunda. No alcanzan a humedecerse sus ojos, pero pareciera. Conozco las razones. El hospital se inauguró sin su gestor más importante, sin su amigo, sin el hombre que dejó todo, incluso su vida, sin el hombre al cual se le taparon las arterias coronarias y se le rompió necrótico el corazón, estudiando y luchando contra las adversidades para crear y construir el Hospital Universitario de Cartagena.

No le digo nada, no obstante me dice adivinando mis pensamientos y refiriéndose al doctor Clímaco Silva García: “fue un ser extraordinario. Él hizo totalmente el Hospital Universitario de Cartagena. Fue su motor en la concepción y en la construcción”. Y es cierto y los documentos lo demuestran, si el Ginecólogo Clímaco Silva no hubieres dado todo para forjarlo, el Gigante de Zaragocilla no hubiese nacido.

Puello Benedetti tomando un sorbo de agua desde el vaso que le ha traído su hija Elena y sin dejar secar unas gotas añade: “Yo lo ayudé en el Universitario Santa Clara, cuando fue director. Lo ayudé en la consolidación de la construcción, en la organización y distribución locativa del Universitario de Zaragocilla. Fue a Medellín a estudiar para crear el mejor hospital, y lo hizo”. Otra vez el silencio y la mirada en la distancia. El doctor Silva murió a los 45 años de edad de un infarto cardíaco fulminante, un domingo a las once de la mañana, sentado en el escritorio de la que iba a ser la inminente oficina del director, trabajando, fumando, tomando café y haciendo los últimos ajustes previos a la apertura del Hospital Universitario de Cartagena. Fue el 30 de noviembre de 1975, faltando solo cinco días para la inauguración.

Rompí el peso de la nostalgia, la impotencia de la realidad y el silencio con una pregunta. ¿Hubiese sido igual la suerte del Hospital Universitario de Cartagena si el doctor Silva hubiese estado? Enseguida dijo: “No, no hubiese sido igual. Comenzó bien. Nos fue muy bien en la construcción, se terminó pronto. Trabajé en los inicios del funcionamiento con dedicación. Había donaciones externas, muchas del Ministerio de Salud. Logramos buenos apoyos, pero después vinieron esas vainas, cambiaron las Juntas Directivas, aparecieron intereses, cosas, me harté al extremo de eso y me aparte con dolor del hospital. Todo el manejo había quedado en manos de ellos. Lo acabaron”.
Le pregunto por la presencia universitaria, pero no me alcanza a escuchar y dice: “fue decayendo y terminaron cerrándolo. Después lo abrieron por etapas, por partes, con pocos pisos, con gerencias, con negocios y dejó de ser el hospital que se quería en los comienzos. Ya no fue el mismo que comenzó, cuando estaba completo. El Hospital Universitario de Cartagena fue mal administrado y eso lo llevó a la muerte”.

En sus palabras ahora hay un acento difícil de comprender, que puede ir desde la frustración o el desconsuelo. “Me gustaría volver a ver al hospital completo y todo institucional, oficial, universitario. Hoy estoy totalmente desconectado, pero conozco cómo se ha deteriorado”. Con el peso de la edad y en un día muy lúcido, pide a los jóvenes, a la Universidad y a la ciudadanía cartagenera que puso su dinero, que regresen y tomen su hospital. “Se construyó para enseñar y servir”, dice con un repentino brillo en los ojos, como el del sol que nace luego de varios días de lluvias implacables.

El Hospital Universitario de Cartagena, fue soñado por profesores para la realidad de la enseñanza médica, coherentemente como lo hicieron sus predecesores. Allí está su aporte como docentes, más allá de lo que entregaron en las aulas de clases, mucho más allá de la paga contractual recibida. Además de Puello Benedetti y Clímaco Silva, el Hospital Universitario de Cartagena fue soñado por los profesores Miguel Facio Lince, Adolfo Pareja Jiménez, Haroldo Calvo Núñez, Moisés Pianeta Muñoz y muchos otros que la historia debe recordar. Ellos construyeron una estructura monumental, funcional y proyectada al futuro para que funcionara por muchos años, para brillo de la docencia médica cartagenera. No obstante, su existencia fue efímera, los herederos no pudieron conservaron con vida el fruto de los soñadores. El Hospital Universitario de Cartagena murió el 24 de julio del año 2003, teniendo solo 28 años de una tortuosa existencia. Con su cierre se murieron las horas de desvelo, trabajo y anhelos de sus soñadores, quedando un gigante desmembrado, desolado, desangrado, con el torso encorvado y plantado en un campus triste llamado Zaragocilla, y solo rodeado por silenciosos almendros polvorientos y deshojados.

Hoy día, muy posiblemente el único soñador vivo de ese proyecto llamado Hospital Universitario de Cartagena, no puede ver desde su balcón al otro lado de la Bahía de Cartagena al gigante y académico Hospital Universitario de Cartagena, creciendo en Zaragocilla, el fruto resplandeciente de su “alto espíritu cívico, de una lucha incansable, del optimismo encomiable y de la fe ciega en su ciudad y en sus gentes”, según palabras que quedaron escritas en un periódico local de julio de 1970 sobre Arnold Puello Benedetti, cuando él, siendo joven soñaba con aportar y construir el hospital universitario que Cartagena necesitaba a todas luces. De eso hace cuarenta y seis años.


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