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El arte repite a la vida misma. Toda obra reproduce el comportamiento humano, nos aproxima a lo que somos. Angelika va conjeturando estas frases mientras se acerca a las puertas de cristal del cine.
Dentro están unas cuarenta personas haciendo fila para comprar las entradas, miran en tres grandes pantallas, emplazadas encima de las taquillas, los avances de las películas de la semana. Otros suspiran comprando comida y refrescos, o esperando a algún ausente.
Angelika resalta entre todos con una suerte de fluorescencia, va a conocer a la familia de su novio. Pareciera un domingo común, una matiné cualquiera. Sobre todo llegan niños en extremo animados con sus padres.
La que se ha empeñado en conocer a la parentela ha sido Angelika, también ha sido ella la que ha escogido el día e incluso la película infantil que están a punto de ver.
La familia Vélez ve abrir las puertas del cine, un empujón delicado la hace ver mucho más hermosa de lo que es en realidad. Se anuncia una chica con un tono anaranjado en su pelo suelto. Viste un short corto de jeans, camisa roja de cuadros negros sobre una delgada blusa negra de tiras, todo lo que usa se ciñe a su cuerpo promesa.
El viejo Alberto le da un codazo a su hijo, Sebastián, el novio de Angelika, que está perplejo ante la aparición, y eso que la ve casi todos los días. Se conocen hace un mes y desde entonces el muchacho ha ido descubriendo a una mujer increíble a sus ojos, mezcla de inocencia y de chica con estilo vintage, la clase de singularidad de la que se creen dueños todos los jóvenes, pero cuya respiración tranquila a él también lo tranquiliza.
Alberto queda pasmado cuando ve entrar a Angelika. Se rasca su barba de cinco días, está amanecido, bebió demasiado la noche anterior y puede que aún esté borracho cuando codea a su hijo susurrándole al oído: “parece que esta vez sí la has hecho bien”. La esposa de Alberto, madre de Sebastián, es la Tata, así le dicen desde muy niña, nadie sabe en realidad cuántos años tiene, pero ha envejecido de repente. La Tata sonríe, recuerda sus épocas de juventud cuando ve la luminosidad del cabello naranja de la chica y piensa que la belleza es un rabo de nube. Julia, por su parte, la hermana de Sebastián, mira con acuciante inquisición la mirada de Gustavo, su novio, quien incluso abre la boca un poco cuando la chica se dirige, decidida, hacia ellos estirando la mano, con una dentadura esculpida por los dioses vikingos.
Angelika saluda de beso primero a la madre, luego estrecha las manos de los demás, con cortesía, pero excusándose por llegar cuatro minutos tarde. La familia dice que no tiene importancia. Han sucumbido a la naturaleza de la chica, se han rendido, todos lo notan. Hay personas que causan ese tipo de estupor en los seres, como quien se acerca a una ventana llena de aire fresco para descubrir una tarde que jamás volverá a repetirse.
A Sebastián lo abraza con fuerza, le acaricia el cuello y le arregla un poco el pelo con sus dedos.
Gustavo, el cuñado de Sebastián, empieza a envidiarlos profundamente. No es fácil resistirse a los encantos de aquella mujer que debe tener unos 24 años. Total, entran a la sala séis. La Tata compra palomitas, su esposo lleva los refrescos. Gustavo no tiene la más mínima intención de estar allí, le parece una cursilería imperdonable ver una película para niños, y no habría ido de no ser porque desde que asumió en su trabajo de periodista la franja de cine, está obligado a reseñar todas las películas de la cartelera.
En la semioscuridad de la sala, la familia Vélez se ve fuera de lugar. Hay algo en ellos que simplemente no encaja. Los demás padres de familia lo notan luego de un vistazo rápido. Pareciera que la única que sí está emocionada por el filme es Angelika, quien se ríe por lo bajo como una adolescente.
Gustavo no lo aguanta más. Está harto de lo absurdo de estar allí sentado con la familia en pleno, rodeados por críos ruidosos, asintiendo a las presunciones de una chica de pelo naranja que probablemente lo ha tenido todo en la vida, y que a lo mejor sólo se está aprovechando de las atenciones de su cuñado, un tonto pusilánime, quien para entonces no hace otra cosa más que babear encima de la chica.
Tales cosas piensa Gustavo para ocultar realmente su frustración por no ser él la cita de Angelika. Así que se levanta, dice que le han enviado un mensaje de su trabajo, lo necesitan urgente en su oficina, “pero es domingo”, le reclaman. Se disculpa, besa a Julia, y sale bastante molesto.
Aquello no le llama la atención a Angelika. Ella está feliz sobre su asiento, cual si fuera una niña expectante por la siguiente golosina. Tampoco se despide cuando Gustavo se marcha. Ni siquiera lo mira.
Atrás se queda toda esa estúpida situación, piensa.
Toma un bus maloliente. El sueldo de periodista no da para mucho, su única moneda de cambio son las palabras y éstas no valen mucho por estos tiempos. El chofer no podría ser más caricaturesco. Gustavo paga su pasaje. Se sienta y consume los 33 minutos de recorrido pensando en Angelika. Qué mujer más singular.
Cuando por fin llega a la oficina se sorprende de que esté vacía, ni siquiera los periodistas que trabajan bien temprano han llegado. Decide servirse un café del termo que siempre dejan de la noche anterior, estará ya bastante amargo, pero no lo encuentra. Sacude su cabeza con violencia, tiene un sentimiento difícil de traducir. Así que se sienta en la vieja silla de su escritorio, enciende su computador, la pantalla demora en dar imagen, y de inmediato, para alejar los fantasmas de esa mañana de domingo que él juzga absurda, decide buscar rápido la sinopsis de la película que voluntariamente se perdió. De cualquier manera tendrá que reseñarla y quiere saber que clase de tonterías estarán viendo sus familiares al lado de esa chica que parece sacada de un sueño.
Sin embargo, lo que encuentra en Internet es un resumen de dos hojas que alguien ha escrito en un blog particular. Tanto mejor, se dice. Empieza a leer el primer párrafo:
“El arte repite a la vida misma. Toda obra reproduce el comportamiento humano, nos aproxima a lo que somos. Angelika va conjeturando estas frases mientras se acerca a las puertas de cristal del cine”.