Para muchas cosas hemos sido un pueblo; para otras tantas hemos hecho galas de todos los malestares de una ciudad grande, inhóspita. Pareciera que los últimos acontecimientos públicos descolocaron las premisas sobre las cuales hemos erigido nuestra idiosincrasia. Basta con repasar los procesos judiciales que empapelan la dignidad del cargo administrativo más importante de la ciudad y las fotografías de ese mismo, electo popularmente, atajado y ultrajado; con saber un herario público huérfano de controles, mengüado en sus aportes a la cultura, y una ciudadanía cómplice -por interés, necesidad o empatía, no hay juicio- con todo este pálido carnaval de cinismos en que se convirtió el día a día noticioso de Cartagena, la heroica.
Y así, entre las muchas opiniones y también omisiones que suscitan estos malestares de lo público y político, Cartagena se vislumbra caótica, silenciada. Atónita. Mientras los preparativos por la visita del sumo pontífice maquillan lo impostergable de un acuerdo honesto ciudadano, ya se sienten los revuelos del proselitismo político; sus estrategias malogradas de conquista votante, sus afanes por figurar en las fotografías de las asistencias sociales, los apretones de manos entre líderes comunitarios y prospectos resabiados de representantes del pueblo en este parapeto que llamamos democracia y que ha consistido, a lo largo de tantos cuantos años, en cafés clandestinos y reuniones de lino y holán ¿dónde está la promesa de un proyecto de ciudad con liderazgo asertivo?
¿dónde están los hijos del EME, los nietos de la violencia, dispuestos a redimir sus raíces escribiendo un libro nuevo que contemple errores piadosos y aciertos sinceros?
Quien apela a la pregunta tarde o temprano obtiene respuesta. Si bien este espacio desde donde les escribo ha sido siempre distensionante, hoy se asume parte y acepta -también- su compromiso. Quien escribe es, valga la fortuna, una mujer crédula pero realista; comparte con otros blogueros y columnistas la necesidad de entrelazar procesos ciudadanos y comunitarios para blindar nuestra dignidad colectiva de sus depredadores. No digo nada nuevo, el protagonismo se lo dejo a quien lo precise. Nunca se ha tratado de izquierdas ni derechas y sí, mayúscula, de ofrecer ambas manos para ayudar. La venida del papa es fantástica oportunidad para entrar en reflexión y despertar la fe que sólo se consigue allanándose a la escucha tanto de los pares como del propio ser, más allá de la religión,sus incontables errores y vergonzosos delitos.
Todo lo personal es político; todo lo político por consecuencia nos atañe. Este es el mundo contemporaneo, y tampoco innova: Allí donde la palabra languidece y los distractores abundan reina el caos y la incomprensión.
No queda de otra que seguir sonriendo.
Que el perfume de lo solemne que envuelve a la ciudad con esta visita nos convoque como individuos a reflexionar sobre nuestro compromiso con el otro, nuestros tropiezos recurrentes como sociedad, los grises de nuestras costumbres, el vicio característico por la jerarquización social del que nadie parece salvarse.
A Cartagena le ocupa, como a todo el Caribe, volver a leerse, conocerse ¿quiénes somos más allá del ñame y la mecedora? ¿cómo enaltecemos la historia con nuestro presente?
Y en lo exitoso de retroalimentarnos salir de esta nefasta repetidera e inaugurar nuevo capítulo.
¿y por qué no?
Tania del Pilar Sanabria Forero.