Tal vez los indígenas zenúes que viven en el barrio Membrillal no han leído la historia de Bebeagua, el sacerdote de los indios sioux, quien soñó, con varios años de anticipación, lo que sería el destino de su raza.
Una mañana con menos sol que las otras, Bebeagua se despertó inquieto, pues la pasada era la tercera noche en que soñaba que una telaraña gigante lo atrapaba, lo aprisionaba hasta asfixiarlo y dejarlo inmóvil, sin vida.
El más viejo de los sabios de su tribu le explicó el significado de la pesadilla: la raza que en ese momento poblaba al continente que todavía no se llamaba América, quedaría rezagada por las calles, pidiendo limosnas y siendo el objeto de la burla y el despojo por culpa de una ralea extraña que vendría desde tierras lejanas a someterlos y a reducirlos a cenizas.
Los indígenas zenúes de Membrillal tal vez desconocen esa leyenda, pero sí han vivido en carne propia lo que anunciaron las pesadillas del gran ungido Bebeagua. Al menos es eso lo que cuentan cuando se les pregunta por los motivos de su llegada a Cartagena, procedentes de San Andrés de Sotavento, entre los departamentos de Sucre y Córdoba.
Leovigildo Castillo Suárez, el capitán del cabildo indígena de Membrillal, relata que su arribo a la capital de Bolívar se produjo hace cinco años, a mediados de 2001, después de que un grupo de hombres pertenecientes a las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), que operan entre Sucre y Córdoba, les ordenaron que abandonaran esas tierras, so pena de ser exterminados a balazos, tal como les pasó a dos miembros de la etnia.
Manuel Enrique, un hijo del capitán Leovigildo; y Dagoberto Martínez, un hermano, murieron a manos de los paramilitares sin ninguna razón aparente, “pues nunca habíamos recibido amenazas de parte de nadie”.
Sin embargo, la causa del exterminio tiene su trasfondo, y el capitán Leovigildo lo explica mencionando los litigios de tierras que desde las épocas de la colonia los indígenas vienen sosteniendo con los grandes terratenientes del Caribe colombiano.
Según los zenúes, a finales de la colonia, cuando concluyó la gesta emancipadora, la corona española dejó documentos en los que ordenaba que las tierras que fueron invadidas por los invasores europeos fueran devueltas a los indígenas, por tratarse de su patrimonio ancestral.
Esos documentos aún existen y, con ellos, los indígenas zenúes han logrado recuperar 20 mil hectáreas de tierra, de las 83 mil que, en los documentos, les devolvió la corona española; sólo que después de los invasores del viejo continente, vinieron los de la propia tierra.
En la primera mitad del siglo veinte, cuando se generó la llamada “época de la violencia”, siniestros personajes de las grandes ciudades llegaron a los territorios de los indígenas y los sacaron a la fuerza para darle paso a las que actualmente son grandes haciendas y negocios familiares, que pronto protegieron con escrituras de dudosa procedencia y autenticidad.
En San Andrés de Sotavento, en donde opera el Resguardo Mayor de los zenúes, el capitán Leovigildo y su gente disponían de 500 hectáreas de tierras comunitarias, que también fueron recuperadas mediante los documentos de la corona española.
“Muchas de esas tierras las recuperamos de dos maneras: la primera era la forma legal, ya que el Gobierno Nacional nos ayudaba en la restitución y se comprometía a pagarle a los terratenientes lo que hubieran invertido en sus grandes haciendas. La otra forma era la directa, pues si el terrateniente definitivamente se negaba a devolver, entonces le ‘invadíamos’ la propiedad hasta que lo hacíamos salir”.
Y fueron varios los terratenientes que salieron de los predios, pero al mismo tiempo entraron los paramilitares; y después, quienes empezaron a salir, en diferentes direcciones, fueron los indígenas, “pero únicamente con la ropa que teníamos puesta, porque ni un chocorito nos dieron tiempo de recoger”.
A Membrillal llegaron unas sesenta familias zenúes en condición de desplazadas, pero la sorpresa para ellas fue mayúscula cuando encontraron que en Cartagena también había hermanos de raza viviendo desde hacía tiempo en no muy buenas condiciones que digamos.
“Lo primero, entonces, fue buscar la ayuda de ellos y de las autoridades distritales —recuerda Yuris Bello, Alguacil Mayor del Cabildo—. Pusimos la denuncia de desplazamiento en la Red de Solidaridad; y ésta comenzó a colaborarnos con colchonetas, ropas, alimentos, medicinas y otros elementos, pero después de tres meses nos suspendieron la ayuda, dizque porque ya éramos ciudadanos cartageneros”.
El paso siguiente fue buscar el apoyo del entonces candidato a la alcaldía de Cartagena, Alberto Barboza Senior, quien prometió el respaldo para la creación del cabildo indígena, con la única condición de que los zenúes lo ayudaran en su aspiración por alcanzar el poder.
“En esa ocasión apoyamos cinco candidaturas: la de Barboza, a la Alcaldía; la de Libardo Simancas a la Gobernación; la de Daniel Vargas, al Concejo; la de Jesús Payares a la Asamblea; y la de María Mena, como edil de la Localidad Tres. Todos ganaron, pero el único que nos cumplió fue Barboza, y eso porque lo obligamos a través de la Defensoría del Pueblo.”
El 2 de octubre de 2002 se creó el Cabildo Zenú en Membrillal, después de la realización de un censo, mediante el cual, con ayuda de la Policía de Bolívar, el capitán Leovigildo y su gente llegaron a contabilizar 900 indígenas esparcidos en diferentes sectores de Cartagena, la mayoría viviendo en condiciones paupérrimas en barrios como El Pozón, Las Palmeras, La Sierrita, La Popa y Olaya Herrera; o fungiendo de limosneros en las zonas turísticas del Centro Histórico.
Actualmente, las asambleas de los zenúes se realizan en la iglesia que las Hermanas Franciscanas administran en Membrillal, ya que los indígenas no poseen sede propia, lo que se constituye en uno de sus principales objetivos de lucha, como también lo es la construcción de una escuela llamada “La maloka indígena”, en donde los niños zenúes aprenderían todo lo académico, pero lo principal es el sostenimiento de su lengua nativa. El presupuesto de la obra está por el orden de los 117 millones de pesos.
“Desde antes de la creación del cabildo estamos conversando con la Gobernación de Bolívar (no con el gobernador, que nunca nos ha dado la cara) para que nos cedan unas tierras de Membrillal que pertenecen al departamento, y nada se ha logrado. Pero tenemos la ayuda de una ONG española llamada Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad, con la que vamos a recibir 27.5 hectáreas de tierra con opción de compra, las cuales son privadas actualmente.
Allí pensamos poner en práctica proyectos productivos en los que nos ayudaría el Gobierno Distrital. La idea es crear una granja integral en donde haya piscicultura, el cultivo del maíz, la yuca, la papaya, la maracuyá y la cría de toda clase de animales. Pero estamos esperando que la ONG se pronuncie, porque ellos habían dicho que en agosto arrancábamos.”
Mientras tanto, 30 muchachos zenúes están poniendo en marcha un proyecto cultural en donde los niños de la etnia se integran con sus costumbres artesanales, musicales y danzísticas, apoyados por el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena (Ipcc), lo cual desembocaría en una feria en donde se expongan el sombrero vueltiao, las hamacas, las mochilas, los bolsos y todo lo que pueda fabricarse con la tradicional caña flecha.
Cuando se enferman, los zenúes acuden al puesto de salud de las Hermanas Franciscanas, pero pretenden presentarle al Departamento Administrativo de Salud del Distrito (Dadis) un proyecto para la creación de un régimen especial para la atención de su etnia, por lo que pronto empezarán a entablar conversaciones con la Red Para el Avance de las Comunidades Afrodescendientes (Red/Afro) que lideró, en días pasados, una iniciativa de esa naturaleza.
Leo —uno de los más jóvenes del cabildo— a lo mejor tampoco ha leído la leyenda del sacerdote Bebeagua, pero, sin saberlo, pone todo su empeño en que la pesadilla concluya, enseñando a los niños zenúes las danzas del sol y del fuego, además de las ceremonias para elegir nuevos caciques que sueñen mejores cosas para el futuro.
LOS DISCRIMINADOS TAMBIÉN DISCRIMINAN
Vale destacar, sin embargo, que el cabildo no se conformó únicamente con indígenas sino también con muchas de las familias afrodescendientes que convivían en Membrillal desde mucho antes de que aparecieran los desplazados del río Sinú.
Cuenta Jerser Torres Reyes, uno de los antiguos componentes del cabildo, que la organización del mismo fue idea de Virgilio San Martín, un miembro de la comunidad afro y pastor de una iglesia evangélica, quien le comunicó al capitán Leovilgildo Suárez las conveniencias de formalizar ese ayuntamiento.
La agremiación se organizó más temprano que tarde, con su correspondiente junta directiva conformada por afros e indígenas; con Leovigildo Suárez como capitán; y con Virgilio San Martín, como fiscal.
El hecho causó curiosidad entre la opinión pública de Cartagena, pues en Membrillal se estaba conformando algo así como una resurrección, en el siglo XXI, del mítico país de Pocabuy, en el cual, según el compositor banqueño José Barros, nació la cumbia, gracias a la unión cultural de los negros y los indios que allí se refugiaban huyendo del maltrato del saqueador europeo.
Yuris Bello Beltrán, quien para entonces, fungía como alguacil mayor del cabildo, y gracias a su experiencia como organizadora de cooperativas, hizo visibilizar la presencia de los indígenas ante los medios masivos de comunicación de Cartagena y del departamento de Bolívar.
En San Andrés de Sotavento se concertó una primera reunión para establecer lo que serían las pautas y la búsqueda de logros por parte de los indígenas que aguardaban en Cartagena.
“En esa misma reunión empezaron los problemas”, afirma Jerser Torres, quien dice recordar que “el pastor Virgilio San Martín regresó decepcionado, porque el Cacique Mayor le hizo una pregunta bastante desobligante”:
—¿Usted es indígena o es un cascarón?
—¿Y eso qué significa?— preguntó, a su vez, el pastor.
—¿Es que no se ha visto? Usted está muy negro para que haga parte de un cabildo indígena.
Después de aquel encuentro, el pastor Virgilio viajó a Venezuela, en donde todavía se encuentra radicado, pero Yuris Bello y Jerser Torres continuaron en el cabildo, hasta que las diferencias fueron tantas que decidieron retirarse.
“La gota que derramó el vaso —afirma Yuris—, fue cuando el capitán Suárez nos comunicó que debíamos hacer una nueva junta directiva, porque el resguardo mayor de San Andrés de Sotavento no estaba de acuerdo conque hubiera afros conformándola. Como es lógico, preguntamos que por qué dejaron transcurrir cinco años para darse cuenta de que la mayoría del cabildo estaba conformado por negros. No nos contestaron, pero la respuesta la entendimos más tarde: servimos de idiotas útiles mientras se conformaba el cabildo y llegaban los beneficios”.
Otra de las respuestas, pero de parte de los discriminados, surgió hace siete meses, mediante la Corporación Afrocaribeña de Membrillal (Coafromen), la cual desde el principio se erigió como una instancia para defender los intereses de los negros que habitan ese área rural. Pero lo más curioso es que Yuris Bello, la presidenta, es una indígena zenú, cuyos rasgos físicos lo delatan a gritos.
Es más: después de conformada la corporación, y en cuanto empezaron a llover los primeros logros, una buena cantidad de los zenúes que componía el cabildo indígena se retiró, y ahora forma parte activa de Coafromen.
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Un jueves, de 2006, desde las 10:00 de la mañana, los miembros de la nueva corporación afro se reunieron en la casa comunal de Membrillal con el fin de seguir planteando la forma de conseguir los objetivos propuestos desde un principio.
Por el momento, tienen a su haber la afiliación de 160 familias, la consecución de 117 becas para cursos de artesanía, percusión, teatro y danzas, a través de la Escuela Superior de Bellas Artes, institución que también aportó los docentes, con la colaboración del Ipcc.
Mientras los jóvenes de la corporación aprovechan, cada sábado, las becas de Bellas Artes, la junta directiva enfila las baterías hacia el mejoramiento de la vivienda en Membrillal, como también el acceso al Plan Mundial de Alimentos para conseguir apoyo en educación, tratamiento a la tercera edad y una sede propia para sus reuniones.
En la reunión de ese jueves, mientras dos mujeres zenúes preparaban, en la cola del patio, un sancocho descomunal; y mientras los niños afros correteaban con los indígenas, como burlándose de las diferencias que inventan los adultos para cumplir con la penosa “misión” de odiarse, varias ancianas de ambas etnias contaban anécdotas del desplazamiento forzado en sus lejanas tierras de origen.
“Ya me han explicado —dijo Jerser Torres— que en Colombia los negros y los indios (las dos etnias más discriminadas) son celosos con los pocos espacios que el Estado les concede. Por eso les cuesta trabajo convivir. A eso agreguemos que en la clasificación socio-racial que nos inventaron desde la colonia, el indígena es considerado de una casta superior a la del negro”.
“Antes —recordó con gracia Edinson Orozco, otro miembro de la corporación—, cuando estábamos en el cabildo, algunos querían estirarse el pelo para ser indios. Ahora, con la llegada de los beneficios, tratan de enroscárselo para volverse negros”.
Febrero de 2007