NO LES DIO SU MALDITA GANA


Beto,

En "Caterva de Vencejos" (https://www.elheraldo.co/columnas-de-opinion/caterva-de-vencejos-491752) regañas a la gente por la abstención del 77% en las elecciones atípicas. ¿Debo entender que confías en el sistema electoral, en la historia de la experiencia que los cartageneros hemos tenido con la democracia? Me encanta tu abordaje escritural, porque das pistas sobre la radiografía de la corrupción en Cartagena. En ese sentido, veo estas elecciones como un período de consecuencias enraizadas en la historia del abuso, la exclusión y la explotación que nos caracterizan.

De manera que, un par de mitos son clave para analizar la situación. Que hay dos Cartagenas. Falso. Hay una sola porque la sociedad cartagenera se integra mediante el abuso. Unos viven a expensas del otros. Cada vez que pago un peaje interno, estoy beneficiando un interés particular, disfrazado de interés general. Y así es con todo, desde hace unos 30 años: con los servicios públicos, en especial; los cuales, se privatizaron, con la promesa de la transparencia, la honestidad y la eficacia. Mentira: yo creo que a nadie le queda duda que el sector privado es más corrupto que el sector público; a tal punto, que los primeros capturaron el Estado en beneficio propio; donde lo más dramático es la captura y cuasi privatización de la rama judicial; mejor dicho, se construyó la arquitectura legal que fundamenta el robo continuado de los recursos públicos. Fíjate Beto, están construyendo el tercer viaducto más grande de América Latina, en La Boquilla; se está haciendo con plata pública, sin embargo, ahí está La Perimetral que sirve como muro de contención para que la miseria no se desparrame por la Ciénaga de La Virgen. ¿No crees que ambas obras públicas están vinculadas? Yo creo que sí, alguien tomó la decisión con un criterio bien claro, porque sabe qué intereses defender y qué sectores sociales y económicos beneficiar.

Lo mismo pasó con los 6 mil millones de dólares que se embolataron en Reficar; la noticia apareció, pero, pocos y olvidados fueron los regaños públicos al enredo de plata más grande de nuestra historia republicana. Yo creo que nadie se acuerda de los cientos de comerciantes que se quebraron en los 10 años de construcción del Transcaribe; un proyecto que privatizó las vías que siempre fueron públicas: y, peor, se prestó plata para la obra que, por supuesto, pagamos nosotros, y beneficiar un interés privado (para rematar, no cubre ni el 20% del espacio urbano). Así es con todo.

Allí viene el otro mito, que Cartagena está en crisis. Totalmente falso. Estamos en el primer destino turístico internacional del país; por su parte, más del 60% de la carga que moviliza este puerto, es internacional; y, aquí reside el 70% de la base exportadora industrial de Colombia; además, la finca raíz tiene uno de los costos más altos del continente. Allí te pregunto Papa Bello: ¿Cuál crisis? Mi hermanito lindo: Que a los dueños más poderosos, influyentes y más ricos de Colombia y de fuera, le importe dos pepinos la suerte de la mayoría de los seres humanos que aquí vivimos, es la historia del mundo.

Ahí fue cuando me quedé pensando ¿Por qué este regaño social de Beto en la prensa de Barranquilla? Un recurso periodístico que abunda en la historia de la opinión pública en Colombia, donde una clase reflexiva, regaña. Y me interrogué ¿Por qué la desconfianza en el pueblo? ¿Es que acaso, hemos tenido algún alcalde (antes y después del mecanismo de la elección popular) que en verdad le haya importado los avatares de este pueblo mío, estos negros que morimos tan ignorantes como nacemos? Pilla Negro: Tú sabes que yo tengo suerte, porque el universo hizo que naciera en el hogar de un vendedor ambulante de libros y revistas, lo que propició mi interés por comprender por qué estamos como estamos, más allá de la realidad palpable. Ha sido un camino muy sufrido, pero de mucho aprendizaje. Sufrimiento, no tanto, por la precariedad, sino por la confusión. Aclarar las cosas, nunca ha sido fácil y menos para negros periféricos y subalternos como nosotros; no porque no seamos capaces, sino porque no nos dejan que busquemos el fondo y su razón.

Quiso entonces la vida, que me aproximara a los archivos institucionales y de prensa de hace 50 años hacia atrás, hasta la década de los treinta en el siglo XX. He consultado periódicos y gacetas del concejo y del municipio de Cartagena. En estos últimos, por ejemplo, aparece en qué se gastaba el presupuesto público aquella clase de cartageneros que siempre nos han gobernado (y siempre caen de pie) y se han creído blancos, ibéricos, hidalgos, aristócratas...y todo ese poco de pendejadas impresentables...y, por otro lado, ellos mismos detentaban la palabra escrita y publicada, en una ciudad que, en los años 50, el analfabetismo estaba cerca del 70% en la población. Una prensa que siempre practicó (y practica) una actitud peyorativa hacia el pueblo ignorante, flojo, incapaz y digno de todas las desconfianzas.

Si vieras el caso de cuando en Cartagena se hizo la primera feria del libro en 1942. Meses previos al evento, la prensa entera se ensañó con semejante despropósito ¿Una feria del libro? ¿Aquí? ¿En ese pueblo hediondo, ignorante y peye? Pero, si no saben leer ¿A quién se le ocurrió semejante iniciativa? A la directora de la biblioteca de la Universidad de Cartagena. Era una gringa. Se llamaba Camila Walters y era hija del dueño del Hotel Americano que quedaba en el edificio Ganem, al lado del claustro de San Agustín. La gringa le cogió la caña a las directrices del gobierno liberal que habían sido establecidas -años atrás- por el presidente Alfonso López Pumarejo (y su programa de modernización "La Revolución en Marcha", donde el presupuesto nacional de educación se quintuplicó, entre otras decisiones); pues, sí: Camila Walters decidió acatar y poner en marcha directrices que tenían que ver con la "Culturización del Pueblo" como se decía en la época. La clase reflexiva de entonces llenó de regaños los periódicos. Nadie defendió a la gringa. Se hizo la feria, duró tres días y se vendieron casi 4 mil libros, en una ciudad cuya población llegaba a los 90 mil habitantes. Dicho esto, llegaron telegramas de felicitación y reconocimiento desde el Ministerio de Educación y los influyentes opinadores locales no dijeron ni "mu". Algunos columnistas reconocieron el éxito del evento, el cual, se hizo, entre otros lugares, en los bajos del Palacio de La Proclamación, donde mi papá, cada seis meses, vendía sus libros y mis vacaciones consistían en atender el puesto, en los años setenta. ¿Quién habrá desbaratado la feria del libro de Cartagena y por qué? ¿O es que creen que el Hay Festival se propone culturizar al pueblo? La experiencia de lectura masiva que hemos tenido es cuando aparecieron el Q’hubo y El Teso.

Beto, como ambos sabemos, los libros son escasos y caros en Cartagena y, a mi modo de ver, esta falta de acceso a ellos, es intencional; sin embargo, la gente, aunque se abstenga de participar en las elecciones, se da cuenta de las cosas.

Otro buen ejemplo de la historia del abuso y la malquerencia es la de Chambacú y su erradicación. La política de Apartheid fue institucional en Europa, en Estados Unidos y en Suráfrica; y, aunque en Colombia, nunca existió, en Cartagena se practicó (y se practica). Es simple: el poder se manifiesta en el control del espacio y las condiciones de vida de la gente que lo habita ¿O, es que estamos esperando que la Universidad de Los Andes en la zona norte, tenga estación de mototaxis? ¿Quién se acuerda de Chambacú? ¿Quién se acuerda de las plumas implacables que fustigaron sin piedad a la negrada de la última escalera barrial? ¿Y es que, acaso la gente de Chambacú no se quejaba? Bueno, si consultas la prensa de entonces, te darás cuenta que los periodistas no eran propiamente la voz del pueblo; aunque una parte de ellos eran del pueblo. La voz de la prensa es la voz del dueño y su clase social, esa ha sido la historia del periodismo en estos últimos 500 años, en todo el mundo.

Dicho todo esto, celebro tu columna, porque es valiente al señalar con nombre propio a los sospechosos de siempre. De manera que, tu sinceridad y tu indignación me sirvió para señalar que hay que atar cabos y develar el edificio monumental del abuso que ha beneficiado a los mismos con las mismas, desde la llegada del Viejo Mainero a fines del siglo XIX; en otras palabras, siempre hemos vivido las consecuencias de un proyecto social y económico, pensado, planificado y decidido por un grupo privilegiado. Es por eso que la historia nuestra está por escribirse, por leerse y por comprenderse; digo, la historia de Cartagena es la historia de la falta de amor, comenzando por el propio. Y eso es así, porque para arrodillar a la gente, se comienza por la humillación permanente. Que los negros sientan vergüenza de su color, por ejemplo. Que el pueblo sienta pena de su origen (aunque la mayoría de los políticos de ahora se disfrazan de negros y de pobres: ¿Escuchaste por radio esa pretendida sensibilidad popular de “Te la tengo adentro”? Me imagino que pronto le sacarán su canción y será un éxito picotero).

Se que hay muchas explicaciones de la abstención; pero, por lo menos yo, estoy exhausto. Tengo 25 años de ser jurado de mesa y no he pelado ni una vez. Y en el fondo siento el cansancio de la gente. Nos tienen azotados y vapuleados con las promesas incumplidas, con la postergación permanente del futuro, con la agonía de esta realidad horrorosa, con el pan de la incertidumbre. ¡Ay Beto, mi amigo! ¿Qué será de nuestros hijos? Ya no se ni en qué creer, ni en quién. Y me imagino que lo mismo les pasa a mis vecinos, a mis compañeros de trabajo, a mis estudiantes, a mis amigos, a los pasajeros del colectivo, a los de la estación de mototaxis que están al pie de mi casa, a Mañe y a Freddy mis tinteros de confianza, a las meseras del Espíritu Santo, a las meretrices venezolanas que se mezclan con las familias que visitan de noche la Torre del Reloj, a las fritangueras, a los vendedores de agua, a los choferes, a los contratistas de OPS, a los jóvenes emprendedores, a los que no pasaron en la universidad pública, a los Dj de salsa que no me complacen con mis temas preferidos, a las mamás que abanican sus bebés cuando se va la luz por la noche con este calor, a los empestados con la virosis. A los habitantes del Islote que casi logran detener las elecciones como acto de protesta; y como ya pasó un par de veces en la isla de Tierra Bomba. A todos aquellos que no votaron porque no les dio su maldita gana.

Pero bueno, por lo menos llegó el negro Will Smith y nos levantó un poquito el ánimo frente a tanta impotencia, aunque padezcamos -una vez más- un sacrificio colectivo en bien del progreso cultural y turístico de la ciudad. Ya sabes el progreso de quien.


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