Aves negras

Heraldos negros o la fiesta de la democracia


El amado César Vallejo, profeta sin quererlo de nuestras tristezas tropicales, escribió:

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
[...]

En ese estado de ánimo me encuentro mientras escribo estas líneas, saboreando la derrota electoral que acabo de sufrir como si fuese algo personal. Ojalá esta decisión democrática, tomada sólo por la mitad de las mujeres y los hombres aptos para votar, no me lleve, dentro de cuatro años, a la amarga satisfacción de un «se lo dije». Pero por más que quiera evitarlo, sé que así será. Desde que existimos como «pueblo», pareciera que casi todas las decisiones importantes, me refiero a las que definen el ser del país y de la nación, han sido catastróficas. No hemos salido de la «Patria boba», sino que hemos profundizado en ella y sus múltiples problemas de salud la han llevado a la muerte cerebral. Ahora sí que es boba, boba.

La derrota de la alternativa en estas elecciones no puede ser sentida más que como la derrota del Estado social de derecho que se proyectó en la Constitución de 1991. Es una derrota aplastante que ya nos temíamos, aunque deséabamos defender hasta el final nuestra posición. Y el final es este: Iván Duque ha sido elegido presidente. Durante los próximos 4 años, no habrá avances en materia de derechos sociales, ni en cultura, ni en educación. Los que tenemos el sueño de que en Colombia haya un sistema de salud gratuita y garantizada para todos, tendremos que seguir soñando. Los que querían que en Colombia cualquier joven, independientemente de su poder adquisitivo o de su procedencia, pudiera acceder a educación superior gratuita y de calidad, también tendrán que seguir esperando. Los que queríamos que el estado se pusiera seriamente a cambiar sus valores y sus prioridades, ídem. Es una derrota aplastante, porque se necesitaron muy pocos votos para vencernos.

Hay que evitar el análisis fácil de la «polarización» de la sociedad. No se trata de visiones contrarias con respecto al proyecto de futuro, sino del enfrentamiento entorno a cómo debe ser la relación entre el poder político y la sociedad, y del lado de la sociedad está toda la sociedad, incluso los que no lo saben. Los que no queríamos votar por Duque estamos convencidos de que el Estado debe servir a la gente; estamos convencidos, creo, que el presidente no debe ser un caudillo, sino un servidor público preocupado por que los derechos fundamentales sean garantizados en todo el territorio nacional. Si hay un distanciamiento tenso, es entre el poder y la sociedad. Nosotros –la sociedad– y el poder. Votamos para mantener esa distancia, nos abstenemos para mantener esa distancia. Duque Ganó con sólo una cuarta parte de los votos posibles. Y ahora, no puedo más que preguntarle a mis hermanos, ¿por qué no han querido tomar partido? No digo que uno siempre tenga que tomar partido, porque hay guerras injustas en las que no deberíamos participar, pero aquí, ahora, ¡ahora era el momento! Este momento pasó por encima de nosotros y fuimos aplastados. Porque no fuimos capaces de ser mujeres y hombres honrados.

Con todo esto, sin embargo, me temo que todavía no hemos llegado a comprender que el fascismo puede derrotar legítimamente a la democracia, y eso implica, naturalmente, su derogación o su suspensión. Lo que pasa es que en Colombia la gente no cree en la democracia, o lo que es lo mismo: la gente no cree en sí misma. Parece que nosotros los colombianos creemos en el señorío, en el feudalismo. Somos una sociedad fascista y feudalista. Una sociedad agraria, en términos económicos prácticamente preindustrial y con estructuras de clase bien definidas, ¿no es así como se llama esto? El antiguo régimen, ¿no? Sé que esos nombres, tan típicamente septentrionales, europeos, no hacen justicia a la particular barbarie de nuestra mentalidad, colonizada por el gusano de la maldad clasista, pseudoaristocrática –nuestro elitismo barato y desteñido. Para quien quiere ser amo, las servidumbres y las esclavitudes son cosas necesarias, siempre que ellos sean los amos. Quienes queremos ser simple y plenamente libres, sabemos que la dominación económica no es la única manera en que podemos organizarnos, ni la única manera en que podemos progresar y prosperar.

Algún día nos atreveremos a hablar del fascismo criollo como una fase real de nuestra historia, pero quizás eso sólo llegue a suceder dentro de mucho tiempo, cuando la violencia multidimensional de estas mal llamadas élites se haya recrudecido hasta lo insoportable. Por suerte, nuestro fascismo no ha tenido ideólogos que se precien, como sí los tuvo el fascismo español, en cuyas páginas algunos románticos y otros masturbadores aún encuentran regocijo. Por suerte, nuestro fascismo es demasiado mediocre para tener ideólogos. Lo triste es que al republicanismo, que debería ser la marca de la legitimidad en la política colombiana, le pasa lo mismo: carece de referentes intelectuales, carece de ideas. ¿Bolívar? ¿Santander? ¡Muy insuficientes! Pero lo más grave de todo no es siquiera eso. Lo mas terrible, lo más bárbaro de todo el mal que ahoga a Colombia es que a nadie le interesan las ideas. Además de que nadie parece esforzase en solidificar ideas poderosas, en hacerlas efectivas, a nadie le interesa concebirlas, perseguirlas hasta lograr que habiten la conciencia. Quizás por eso, pero qué se yo, no hemos podido darle a las libertades individuales, a los derechos sociales, a la diversidad, al arte, a la comunidad, el valor que merecen sólo por la vida, por mor de la vida. Y cuando parece que una esperanza crece, que un pensamiento se levanta y da un paso o dos, vendavales y desastres lo desarraigan y lo destruyen. «Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; o los heraldos negros que nos manda la muerte».

 


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