El cuidador de huesos está en todos lados. Su rostro es múltiple pero real. Es eficiente en lo suyo, pero no es socialmente útil. Encarna el arquetipo del desastre. Es capaz de alinear sus pensamientos al sistema al que llega. “A donde fueres haz lo que vieres”.
El cuidador de huesos es, siempre, institucional. Parece ser condescendiente, dedicado y moderado, pero no lo es. Su objetivo es el usufructo y no espera más. Defiende su posición: su empleo, su curul; o su poder, como un perro a sus huesos. Puede que se queje, así creemos que es un tipo gregario, pero su objetivo final es la porción de poder, el momento cúspide, el logro personal, la divisa que lo hace destacar del resto.
Hace las cosas bien, pero sólo cuando sabe que es oportuno. La idea es descollar en el momento adecuado. No puede llegar al poder a través de su temple, porque no lo tiene, sino accede a él con estratagemas.
De liana en liana va, subiendo. No le importa quebrarse y hacer venias. Al fin y al cabo todo tiene un precio. Con el tiempo lo hace tan eficientemente que oculta con virtuosismo sus pretensiones.
El cuidador de huesos flota como palo muerto y va donde le lleve el río. Por lo general a buen puerto. En ello radica el éxito de su falta de criterio.
Las labores que desempeña son más medios de vidas que medios de realización. Pero, ojo, no le interesa tener muchas responsabilidades, pues siempre está ocupando su tiempo en vigilar amenazas a su parcela. Si alguien se acerca a sus huesos, gruñe.
Permanece sin planificar metas muchos años, se mantiene en la dolorosa espera de ser visto, pero mientras eso ocurre, robustece su oscuro poder.
El caos no le importa (tampoco el orden), al fin y al cabo siempre estará indemne.
Tiene una moral provisional en la que los otros no importan. Tienen una religión provisional también. Y escoge opiniones moderadas por ser cómoda posición en la práctica. No se compromete.
Lo valedero en él es que, ante cualquier circunstancia, se le vea. No obstante, si surge cualquier error del grupo, logra escabullirse. En esos casos es él quien, con eficiencia, “acusa” o enrostra defectos y errores (eso sí, jamás abiertamente, siempre de forma subrepticia).
Es que sin duda los demás no existen, pues es él el “hacedor”. Pero es el hacedor de lo rutinario y lo abyecto pues cumple al dedillo la ley de Pareto, que dice que hay gente que trabaja el 80% y produce el 20%. Por eso detesta a quien trabaja el 20 % y produce el 80%. Nunca podrá entenderlo. Además está seguro que la productividad en sus entornos nunca será cuantificable porque él está allí para evitarlo.
El cuidador de huesos busca lo suyo: un horizonte de espejos en donde sólo él se contemple. No se cree malo. Si llega a tener sentimientos de piedad estos son inoperantes ya que no se interesa realmente por los otros. Él ve su actividad como esfuerzo para vivir y cubrir sus necesidades. No responde nunca, no ayuda al grupo nunca. Su código se reduce a lo que dijo Napoleón cierta vez: “Nunca corrijas a tu enemigo cuando se equivoque”. Ve enemigos en todos lados porque los ha construido antes de conocerlos.
El cuidador de huesos jamás toma distancia de sí mismo. Se toma demasiado en serio. Una vez que tiene “los huesos” entre sus garras, no le van a venir con cuentos.
Lo triste es que cuando ha regresado a casa con el Elixir (es decir, sus huesos sin carne) no puede compartirlo con nadie. Nada ha ganado realmente en esa intensa búsqueda, ya que todo Elixir verdadero tiene que beneficiar a muchos, tiene que compartirse con la comunidad o con el mundo. Por eso el cuidador de huesos realmente no tiene nada.
No es inocente, tiene mucha culpa de la infamia del mundo, pues es la “gordana” de la corrupción.
Es el defensor de derechos que llega a matar, el educador que castra y detesta a sus alumnos, el amigo que traiciona por puestos, el abogado que fabrica testigos, el artista que plagia, el magistrado que se vende.
La lista es larga.
Es el defensor de las mujeres que las maltrata o la feminista hiriente, el periodista cínico e interesado, el policía delincuente, el médico agresor, el contratista que te exige un porcentaje por la fuerza, el funcionario que prevarica. El juez vendido, el uxoricida que habla de amor, la mitómana bajo juramento, la niñera agresora, la madre que prostituye a su hija.
Su rol es echar un vómito sombrío sobre el mundo.
Es el espíritu de Ebenezer Scrooge que se encarna. Se trata del lado oscuro de la granja humana. Se le puede identificar por el vocablo de mentira que su boca lleva.
El cuidador de huesos explica la metáfora de Erich Fromm en donde calca al hombre simultáneamente como lobo y cordero. Fromm considera que todos desarrollan en diferente medida esos rasgos: la mayoría de los hombres son corderos y sólo pocos son lobos.
Fromm creía que esa minoría de lobos podía exaltar la condición de lobo en la mayoría de corderos. Sin embargo, esos lobos necesitan de la ayuda de la muchedumbre de corderos para llevar a cabo su labor biliosa. Fromm llegó a la conclusión de que el peligro para la humanidad estaba realmente en dar poder extraordinario a hombres ordinarios, más que a los lobos mismos.