No conozco a Cyriaque Simón Fierre Akomo Zoghe, lo que no me impide escribir unas cuantas líneas acerca del manuscrito, surgido de su pluma, que acabo de leer.
El título "La religiosidad bantú y el evangelio en África y en América" sugiere, a primera vista, una ambiciosa investigación sobre las creencias de uno de los pueblos africanos que más influyeron en la conformación de la cultura latinoamericana, pero más especialmente en la caribeña.
Y lo es. Pero, a medida que se lee, uno quisiera que este libro fuera más largo y más profuso en detalles sobre la vida de los bantúes en su propio territorio, más que en América, a donde vinieron a parar de la mano del invasor europeo.
Porque es, mediante las descripciones y revelaciones que hace Akomo Zoghe, como empezamos a explicamos una cantidad de manifestaciones, signos y expresiones culturales —de variada forma— que se ven en Cartagena y en territorios como el palenque San Basilio, Maríalabaja, San Pablo y Retiro Nuevo, que fueron, en el hoy departamento de Bolívar, parte de los más de 80 palenques que se levantaron en este territorio durante La Colonia.
Me han dicho que el autor de este libro —un africano evidentemente orgulloso de serlo—, además de ser un estudioso de la historia y de su propia cultura, es también es un gran interesado en los idiomas. Y tal vez no resulte tan asombroso decir que puede hablar el castellano con solvencia, pues cualquier extranjero en cualquier tierra, puede pronunciar algunas palabras en un idioma ajeno y es muy probable que logre comunicarse y desenvolverse sin contratiempos. Pero cuando se trata de escribir, el asunto cambia.
Akomo Zoghe se vale de un plausible dominio del castellano escrito para contar cosas que producen rabia. Da rabia, por ejemplo, enterarse de que la religión católica se haya convertido en un instrumento más de la dominación y la esclavitud al enseñarle a los africanos que Dios los había creado únicamente para ser esclavos de los blancos.
Da rabia saber que un exabrupto como la Inquisición fue creada, no para defender buenamente los principios de la fe católica, sino para exterminar a los judíos que supuestamente pondrían en peligro la maquinaria de dominación en la que los curas católicos estaban apoyando a los grandes empresarios del negocio negrero.
En pasajes como estos, Akomo Zoghe parece encontrarse con el escritor uruguayo Eduardo Galeano cuando afirma que los europeos “calumniaron a Dios, para acometer las grandes campañas de sometimiento con que forjaron su imperio en este lado del mundo”.
Pero este libro también alegra. Alegra saber que los bantú, desde tiempos inmemoriales, tenían bien cimentado su engranaje de creencias, su cosmovisión basada en el respeto por los ancestros; pero también su vida terrenal centrada en la importancia para los más ancianos de la comunidad, algo que, si bien recordamos, hasta hace poco se veía en nuestras propias colectividades.
Sobre esto último —y no creo que me salga del tema— no son pocas las organizaciones afrodescendientes de Colombia que están luchando para que nuestras autoridades reconozcan que la resolución de los conflictos entre congregaciones afrodescendientes debería volver a ser asunto de los consejos de ancianos, tal como se hacía en el África y se siguió haciendo en América, en los tiempos del sometimiento europeo.
Sostienen los dirigentes de esas organizaciones que era tanto el respeto que las comunidades afros sentían por sus ancianos que no se necesitaban documentos, ni notarios, ni abogados ni jueces para dirimir un problema de tierras, un apremio matrimonial o una contienda entre dos clanes familiares. La palabra era el único documento válido. Y más que la palabra, la honestidad de las personas que la pronunciaban.
“Justicia ancestral” lleva por nombre esa forma de mediar en los problemas. Y así —creen los líderes afrodescendientes actuales— debería resolverse el dilema de los territorios ocupados por afrodescendientes en los corregimientos de la bahía de Cartagena y en algunos municipios del departamento de Bolívar, sobre los que se cierne la mano criminal de los grandes inversionistas nacionales e internacionales con megaproyectos turísticos sembrados en los ojos.
Este libro de Akomo Zoghe tiene algo de todo eso. Y todavía más: podría tomarse como un homenaje a los grandes líderes negros, quienes, después de descubrir la doble moral y las injusticias de la religión católica, decidieron apelar a la rebeldía, organizar a sus hermanos de raza y lanzarse hacia los montes, cabalgando en busca de la ruta que el arco iris mostraba hacia las costas del continente negro, según lo narra Galeano.
Esa búsqueda aún continúa. Los descendientes de esos caudillos negros no nos cansamos de buscar la ruta que nos lleve hasta nuestro pasado, que fortalezca nuestra apego a los ancestros, que nos resuelva los problemas identitarios en pos de que se nos reconozca como forjadores de muchas de las cosas buenas que el mundo actual disfruta sin reconocer su origen. Un ejemplo podrían ser las investigaciones y los escritos de Cyriaque Simón Fierre Akomo Zoghe.