Dosis mínima: Mafia


Carrie Nation, Frances Willard y un puñado de conservadores se salieron con la suya. El movimiento por la templanza habría cortado de un tajo, a punta de garganta y golpe, los vicios y acciones indecentes de toda esa cantidad de gente enferma por el alcohol proveniente de Europa. Se había aprobado la Ley seca. Sus promotoras no estuvieron vivas para verlo, seguramente hubiese sido el momento más excitante de sus vidas, aunque su cuerpo, acérrimo conservador, les diera indicaciones de no dejarse llevar por el clímax de su agotadora lucha.

Estados Unidos era una caldera. A punto de suprimir de manera categórica la ingesta masiva de alcohol, manifestaciones en distintas ciudades del país, calentaba todo el panorama que venía hirviendo hace años atrás auspiciado por los integrantes del Movimiento por la Templanza. Se avecinaba, literal, una guerra. Convencidos que el problema era el líquido y no la sociedad, hicieron hasta lo imposible para que las bocas europeas, y estadounidenses también, no saborearan ni una sola gota de ese líquido detestable.

La Ley seca sería la decimoctava Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de 1917. En el acta rezaba “nadie manufacturará, venderá, transportará, importará, exportará, entregará o poseerá licores intoxicantes con la excepción de los autorizados en esta acta.” Curiosamente, el acta no prohibía principalmente la compra y el consumo de alcohol. Lo anterior era, nada más visto en letras, la acción más desafiante a una comunidad cegada por el vicio. Tomar, beber o cualquier otro verbo que ponga en la garganta el sabor evidente del alcohol, ha sido y será la actividad social más antigua del mundo. Esta vez sería limitado, vigilado y reprimido; ya sabemos cómo se comporta el Homo sapiens cuando lo someten a lo que no quiere. 

Andrew Volstead fue más que todo un facilitador para que esta ley tuviera un mayúsculo respaldo, fungía como presidente del Comité Judicial de la Casa Blanca. Supervisó y le dio pista para su aprobación. La popular llamada Ley seca, se conoce también por el mismo nombre del político nacido en Minnesota, ese mismo que le dio rienda suelta a una ley que traía cargada en sus espaldas, más tragedias que soluciones. Sin embargo, fue Wayne Wheeler, miembro de la Liga Anti-Bares, quien encubó y redactó la ley. No hay que dar mayores detalles sobre el hobbie de Wheeler, dañarle la fiesta a la gente. Así de simple.

Las presiones hacia el presidente Woodrow Wilson fueron tan sofocantes, que éste no dudo un segundo en hacer bailar el esfero y firmar lo que sería más adelante, la representación más cruel de la violencia a petición de un puñado de personas que estaban seguros que el uso de esta ley iba a acabar con todos los desmanes de la tierra gringa. El 28 de octubre de 1919 se haría real, y lo temido por todos era ya una realidad. El consumo de alcohol era controlado por el gobierno, y se abriría casi de inmediato, la puerta más grande para los contrabandistas. Lo prohibido, así sea amargo, siempre será lo querido.

Alphonse Gabriel Capone empezó su vida criminal desde niño. Siendo él uno de tantos inmigrantes italianos en busca de una mejor oportunidad en un país desconocido, empezó a codearse con los mafiosos de la época. Su trabajo, en principio, no era más que llevar recados y encomiendas, traer y llevar, lo que le encargaran. Su seriedad y actitud le hizo crear campo en el barrio, y en vista de sus buenos resultados cada vez que se le solicitaba, fue siendo el consentido del patrón de turno. 

Johnny Torrio, su mentor, en vista de su prolijo talento para la delincuencia, le empezó a encargar cosas más serias. Le ordenó las extorsiones, organizaba pequeños negocios, servía de guardaespaldas, o simplemente le encargaba menesteres que Al Capone podría realizar. Era una versión italo-estadounidense arrasadora de la criminalidad. 

Torrio vio en él un apoyo y lealtad incondicional, y no dudó en enseñarle todo lo que había aprendido para que fuera su mano derecha y su más confiable socio. Mientras Al Capone y Johnny Torrio amasaban fortunas a costa de actos criminales, en ese mismo tiempo en que consolidaban un equipo totalmente funcional para fines vandálicos, donde abrían burdeles y casinos, cobraban extorsiones de grandes sumas de dinero y demás ocupaciones de gánsters; la restricción del alcohol se hacía mucho más fuerte en el país.

Consumirlo en los establecimientos de aquellos mafiosos era cada vez más difícil, y la creación de un escuadrón de agentes del gobierno para hacer cumplir la ley le hacía la vida inviable a los dueños de todos esos establecimientos donde se gastaban todo el dinero del mundo en vicios, alcohol, juegos y mujeres. Fue entonces cuando Al Capone, en un momento de brillantez, le comentó a Torrio la posibilidad de producir, distribuir y vender alcohol ilegal. La seducción que implementaría Capone a su profesor era tal, que en simples pasos le demostró las innumerables ganancias que este negocio ilícito les traería. Un mafioso no lo es tanto por la cantidad de gente que asesine, sino por las ganancias que pueda traer a la organización.

Las ventas se incrementarían, todo lo que es ilegal tiende a tener valores elevados; el control sobre las ventas serían exclusivas de Torrio y Capone, tenían el capital para las bodegas de producción, almacenamiento y distribución; los clientes no se irían a otros lugares, en un solo lugar encontrarían todo. Era un compilado de beneficios que ofrecían, que era imposible despreciarlo por aquellas personas descarriadas de la moralidad y buenas costumbres.    

Torrio, en un acto de respeto, le dice a Capone que no lo ve viable, no por el momento; además, habría que hablar con su jefe: Giacomo Colosimo. Si algo caracterizaba a Johnny Torrio, era un bajo perfil, no le interesaba ser el centro de atención de nada y, mientras menos problemas hubiese para él, mucho mejor. Capone y Torrio hablan con su jefe directo, y éste les deja rotundamente claro que no le interesa provocar a las autoridades, les ordena la no producción, venta y distribución de alcohol ilegal. A Colosimo también se le conocía como Big Jim, una humanidad de casi dos metros de altura que intimidaba lo que estuviera a su paso. El regaño no fue muy pedagógico que digamos, y Torrio sintió que Capone lo había expuesto con su jefe.

Capone, convence una vez más a Torrio, y éste, en una decisión normal y cotidiana en las tablas de la mafia, manda a asesinar a Colosimo. Una llamada a su oficina, lo hace salir para la revisión de una mercancía. Giacomo Colosimo sale a la supervisión de ésta, y en ese trayecto, Francesco Loele más conocido como Frankie Yale, sicario de confianza de Torrio, y primer jefe de Al Capone, ejecuta a Colosimo sin ningún tipo de arrepentimiento. Nadie se atribuyó el crimen. En los pasillos, todos los que gozaban de dichas andanzas, en voz baja, manejaban la tesis que había sido Torrio quien había dado luz verde para liquidar, sin tanto ruido a su jerarca.       

Ya se había eliminado el primer obstáculo para el plan de los dos capos, maestro y discípulo, crearían una estructura inmensa en la producción, almacenamiento y distribución de alcohol ilegal. Lo siguiente sería una lluvia de sangre y dinero. Una persecución de las autoridades. Un rastreo sin descanso a Torrio y Capone. Un hostigamiento al negocio ilegal del alcohol. Lo que en algún momento era la salvación para el vicio, según el Movimiento por la Templanza, ahora era la carta abierta para el crecimiento monumental de la camorra. 

¿Solucionó el problema del alcohol la Ley seca? No. ¿Hubo restricción verdadera para el consumo del alcohol? No. ¿La violencia dejó de existir en los Estados Unidos? No. ¿Los ciudadanos dejaron de beber alcohol? No. ¿Bajaron los índices de violencia doméstica? No. La Ley seca no solucionó nada, al contrario, abonó el terreno para que aquello que se quería corregir se hiciera ahora mucho más intratable. Guardando las proporciones, la restricción de la dosis mínima en Colombia va directo hacia el mismo camino mencionado anteriormente, es solo cuestión de paciencia y tiempo. Prohíbe algo, y ese algo será conseguido como sea.

 


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