#TBT: Gabo les pone el ojo a las faldas de las mujeres


Domingo 23 de mayo de 1948

Por: Gabriel García Márquez

Columna: Punto y Aparte

El Universal

Mientras el Consejo de Seguridad discute sobre el intrincado problema de Palestina, las mujeres fieles a la eterna política de la coquetería, discuten si es o no conveniente alargar diez centímetro a la falda. La polémica ha llenado de un día a otro los cuatro puntos cardinales de ese universo independiente, autónomo, que no se preocupa de doctrinas Monroes ni de actas de Chapultepec.

La jurisdicción del sexo feo termina allí. En esa frontera imprecisa, sin delimitaciones geográficas, donde se quiebran irremediablemente las pretensiones de los maridos oligarcas. En su ribera desconocida empieza el caprichoso, el pintoresco y voluble país de la moda. Nosotros -los de este lado del sexo- ante la imposibilidad de conocerlo nos limitamos a creer que es un mundo distinto, descomplicado, sin fenómenos atmosféricos y sin fuerza de gravedad, en donde los habitantes tienen una digestión perfecta y una conciencia limpia. Un país ideal de donde un día -sin tarjetas de visita- nos llegó la falda larga.

Al principio tuvo que luchar duramente, enfrentarse a la resistencia civil de los maridos que sabían que diez centímetros de falda eran suficientes para desequilibrar el presupuesto nacional. Tuvo que argumentar contra una generación que tenía los sentidos acostumbrados a una moda más franca, más elemental, y que no podía permitir que las rodillas y los tobillos pasaran a ser un espectáculo de leyenda. Pero la falda larga era irrevocable voluntad del ancestro, el retorno al puritanismo, a la recatada vanidad de nuestras abuelas. Y tuvo que prosperar.

Por eso, por ser esta moda un retorno inesperado al pretérito, creo que ella está sometida a leyes cronológicas especiales. A un tiempo que podría ser el que inventaron los diseñadores de la “falda con almanaques”.

La frase entrecomillas, que podría presentarse en cualquier baile como un verso modernista, la dejo para significar esa ancha campana, jovial y serena que llevan nuestras mujeres desde hace unos días. El elemento decorativo son las hojas de los calendarios, tiradas allí, sin premeditación, como se van tirando al cesto de los papeles. Pero el resultado -y esto debió ocurrírsele a alguna aburrida secretaría de oficina- es, simplemente, maravilloso.

Vienen así vestidas nuestras mujeres, transitando por un calendario nuevo, desordenado, desprendido de un tiempo que no es el tiempo lógico, matemático, al que estábamos acostumbrados, sino a otro que, por lo informal, puede ser el que está vigente por las variaciones de la moda.

Así vestida, la nuestra es una mujer intemporal. Moviéndose en ese tiempo personal, privado, nuestras muchachas, con su elasticidad, con ese lejano desgarbo amoroso, iniciarán un renacimiento de la galantería.

Ya no habrá para nosotros otro “jueves” sino que se quedó dormido escuchando el rumor de sus rodillas. Nuestro “viernes” será que el que se curvó sobre su vientre y puso en él su oído para sentir el tropel de una lejana cabalgata.

Abril nos llegará desde la cintura de la novia para inventar una moderna primavera.

Pero tal vez -y esto es lo malo- hoy no sería domingo en el traje de todas las muchachas.

 


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