Castillo San Felipe de Barajas

Cultura o costumbre


Durante los meses de diciembre y enero, tuve la fortuna de poder conmemorar la Natividad de Cristo en mi amada Cartagena, después de cinco años de implacable distancia transatlántica. Pero no voy a hablar, como quizás debería, de los progresos o las involuciones que he encontrado. Voy a hablar sobre un viejo y perenne problema que he llegado a comprender solo, precisamente, gracias a esa distancia consumada en el regreso. No se trata de un problema económico, ni de un asunto moral, ni de la incompetencia de la administración, sino de un error de razonamiento que corroe la belleza y condena el futuro de nuestro Corralito: el imperdonable error de confundir la cultura con la costumbre.

Se dice en Cartagena que la impuntualidad virulenta, las guerras de picós en calles residenciales, el uso indebido de la pólvora, el bloqueo de calles sin permiso de ninguna autoridad, la conducción temeraria e incluso la falta de cuidado hacia la ciudad constituyen rasgos culturales que nos definen. Y puesto que se supone —no sin razón— que la cultura es algo bueno, hay que preservar y defender estas prácticas. Pero la verdad es que cuando las calificamos de culturales las estamos sobrevalorando, porque no son sino meras costumbres — malas costumbres. Por eso, erradamente se habla también de «cultura machista» o de «cultura del crimen». El machismo, el crimen y el mal gusto, queridas y queridos, no son cultura.

La definición más amplia y más flexible posible del concepto de cultura es «construcción». La cultura es construcción, pero no de cualquier tipo, sino aquella que deja en los pueblos, con el paso de los años, un saldo positivo en sus cuentas espirituales. Si aceptásemos cualquier tipo de construcción, de técnica o elaboración como cultura, nos quedaríamos sin criterios para comprender y promover lo mejor de nosotros, nos quedaríamos sin criterio para distinguir un buen sombrero vueltiao del sombrero «chino» que parece vueltiao pero no lo es; no habría manera de distinguir entre el valor histórico del Castillo San Felipe de Barajas y la monstruosa acuarela que le quieren poner de fondo; no habría, en fin, manera de apreciar la dignidad de lo más elevado, con lo cual acabaríamos por perder toda dignidad.

Y una cosa más: la cultura no es de los ricos; es incluso del más pobre de los habitantes de nuestras calles. Pertenece a todos, pero no como un bien de consumo que se explota y se agota, sino como emanación creativa de nuestras almas ardientes. Así que, querida lectora o lector, si como yo te sientes dueña de la cultura, de toda la cultura, porque te la mereces, reevalúa tus costumbres y haz cultura cuando salgas a la calle, construye con tus propias manos el futuro que le exiges a los gobernantes que te ignoran.


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