Un domingo estando errante...
Hace menos de un mes el médico turbaquero Víctor Lombana Jiménez organizó una fiesta en su finca Villa Rosa con un mariachi que convocó no sólo a viejos sino también a jóvenes amantes de la música ranchera.
La fiesta coincidió con los anuncios radiales y televisivos de la visita a Colombia del cantante mexicano Vicente Fernández, cuyas piezas también sonaron a lo largo del tiempo que duró la francachela de Lombana Jiménez.
Pero el hecho más significativo se presentó cuando los amigos del médico empezaron a pedir en coro “!que cante Vicente, que cante Vicente, qué cante Vicente!”, hasta que dentro del grupo de invitados se levantó un adulto mayor de mediana estatura, sombrero vaquero, camisa manga larga, pantalón caqui y botas negras de cuero.
Las patillas largas y plateadas que sobresalían por los bordes del sombrero, como también el bigote breve, pero bien moldeado, hicieron que un grupo de mujeres jóvenes y mayores sacaran sus teléfonos celulares y sus cámaras digitales para fotografiar al hombre que se había sumado al mariachi y, tras algunas indicaciones, comenzó a interpretar un amplio repertorio del gran cancionero mexicano.
En cuestión de segundos se regó por toda la finca que Vicente Fernández estaba cantándole a los invitados del médico Lombana Jiménez y que las muchachas estaban locas por tomarse fotos con él o por compartir un vaso de whisky, o de tequila, según fueran los gustos del cantante.
En la madrugada, cuando culminó la velada, el romancero pidió que lo regresaran a su vivienda, toda vez que los niveles de Whisky apenas sí le permitían que se mantuviera en pie. De manera que una de las camionetas parqueadas alrededor de la finca se dio el gusto de llevarlo hasta su casa. Y las admiradoras se quedaron con la indescriptible emoción de haber visto en persona a Vicente Fernández cantando las canciones más repetidas del mundo.
Yo soy el aventurero/ el mundo me importa poco...
Rodolfo Lombana Elles tiene ochenta años de estar admirando la cultura mexicana en lo que concierne a música, caballos, gallos y haciendas, aunque sus amigos agregan que hasta la dicción del país azteca lo embruja, “porque cuando se toma sus traguitos empieza a decir ‘órale, manito’”.
Y no sólo él. También sus hermanos, fanatismo heredado de Rafael Lombana Guerrero, el padre, quien desde pequeños les transmitió a Rafaelito, Severo, Víctor, Edgardo, Rodolfo y Yersa la afición por los caballos, los gallos y la música mexicana. También a hacer piruetas en los lomos de los corceles para exhibirse y deleitar a sus coterráneos durante las fiestas patronales.
Por esas señales, a don Rodolfo y a sus hermanos los bautizaron “Los charros”, y así se les conoce en cualquier rincón de Turbaco, pues siempre fueron celebridades y puntos de referencia para hablar de la parranda y la generosidad con el vecino.
Don Rodolfo sigue viviendo en el barrio Calle Nueva de Turbaco y todavía la dicen “El Chente” (“ya se les olvidó mi verdadero nombre”), por su impresionante parecido con Vicente Fernández, de quien posee la mayoría de sus grabaciones, pero mucho más que eso “lo que deseo es cantar en una tarima con él”, dice, lamentándose porque la fecha en que el mexicano cantó en Barranquilla, varios parientes llegaron a Turbaco a buscarlo para llevarlo al concierto, “pero me cayó una tremenda gripa que no me atreví a salir de la casa. Pero algún día será. Todavía tengo mucha vida por delante”.
Y todavía guarda algunos discos de acetato de los cantantes más famosos del género de la ranchera.
Hablando de su afición por el canto ranchero, siempre trae a colación la compañía de Severo, un hermano fallecido a quien le decían “Jorge Negrete”, por la similitud que existía entre su voz y la del famoso cantante, mientras que a Rodolfo lo apodaban “Pedro Infante”, por las mismas razones. Juntos eran quienes más gozaban las fiestas patronales de Turbaco y cuanta cabalgata hubiera en el departamento de Bolívar.
Volaron los pavos reales/ rumbo a la sierra mojada/ mataron a Lucio Vásquez...
Antes de que lo nombraran alcalde de Turbaco, Don Rodolfo, en compañía de su hermana Severo, se dio el gusto de cantar en los establecimientos públicos que se abrían en el camino hacia el convento de la Virgen de la Candelaria, durante las fiestas de La Popa en Cartagena.
Después de complacer a la clientela con una que otra ranchera, los hermanos Lombana Elles ordenaban a sus caballos que fueran de mesa en mesa, saludando con un relincho a los parroquianos, lo que hacía que llovieran monedas y billetes para premiar a los cantantes a sus bestias.
Muchas de esas veladas, tanto en Turbaco como en Cartagena, fueron filmadas por realizadores norteamericanos, quienes periódicamente aparecían por estas tierras para llevarse estampas folclóricas que serían el soporte de documentales sobre Colombia y América Latina.
“A ninguno de nosotros se nos ocurrió pedirles copias a los gringos. Es que en ese tiempo estábamos tan corronchos, que nunca hicimos gestiones para que algún locutor, productor o periodista nos llevara a grabar siquiera un long play”, afirma Don Rodolfo, cuyos paisanos frecuentemente mencionan las francachelas que aquel organizaba en Calle Nueva, con el sacrificio de una novilla y 25 cajas de ron.
“Esa fiesta se hacía todos los 16 de julio —explica ‘Chente’—, porque yo le había pedido a la Virgen del Carmen que me ayudara a tener familia, y me ayudó. Las cajas de ron me las regalaban los políticos o los comerciantes; y la carne de la novilla era para todos los vecinos y para todo el que pasara por mi casa en ese momento”.
El haber tenido poco tiempo de casado con Magola del Río (q.e.p.d.) impidió que cumpliera el sueño de grabar un disco y filmar películas en México. En 1955 el súper astro de la ranchera, Antonio Aguilar, fue invitado a Turbaco para que diera un concierto en el desaparecido teatro; y los anfitriones fueron don Rodolfo y sus hermanos.
“Esa vez nos lo llevamos para Calle Nueva y le organizamos una carrera de caballos. Cuando Tony Aguilar me vio haciendo piruetas en el lomo del caballo, se entusiasmó tanto que me dijo, ‘usted, cantando y haciendo todas esas maromas en México, se vuelve millonario en un momentico. Véngase conmigo’. Pero me aguantó mi esposa”.
Dos años después, Antonio Aguilar regresó a Colombia, pero esta vez al Teatro Padilla en Cartagena. La familia Lombana Elles ocupó puesto especial en ese concierto. El mexicano invitó al escenario a Rodolfo y a Severo y terminó reiterándoles su deseo de que fueran a hacerse millonarios en México, pero todo se quedó en conversaciones.
Hablando de mujeres y traiciones...
Ya son pocos los discos que quedan de la gran colección que tenía el “El Chente”. Ahora guarda algunos de Vicente Fernández y de Javier Solís, “porque la mayoría los he regalado. Lo que sigo coleccionando con ganas son los caballos y los gallos. Y sigo viendo películas mexicanas en la parabólica, aunque muchas de esas las vi cuando joven en el Teatro Turbaco”.