Cada vez que veo a Abelardo De La Espriella lo primero que pienso es que está disfrazado. Y no porque carezca de gracia al vestir o porque los colores no le combinen. Sino por la sencilla razón que su atuendo me hace evocar el vestuario de un personaje de teatro. El sombrero, las gafas de sol, las medias de motivos estrafalarios (cuando las usa), el pañuelo en el bolsillo del saco que hace juego con los mocasines... Es como si este hombrecillo menudo y tropical, de un tiempo para acá, estuviera siempre interpretando el papel de un gánster italiano.
Abelardo De La Espriella ha grabado tres sencillos en los que ─si el verbo no es excesivo─ canta en italiano. Cuando el disco esté terminado promete llevar por título “De mi alma italiana”. Dice que en su casa habla italiano. Sus hijos tienen nombres italianos. Y todo ello lo lleva a cabo en un italiano moroso de la lettera doppia y la S sonora. Además, se ha definido a sí mismo como un costeño del Mediterráneo, del sur de Italia, aun cuando es oriundo de Montería. No puede decirse que no ha estudiado su libreto; pero todavía le falta mucho trabajo para pulir el personaje.
Ignoro cuál pudo ser el justo momento en que De La Espriella empezó a interpretar este rol; porque hasta hace unos pocos años sus maneras, su pensamiento y su estilo eran otros. Hoy reniega del bocachico y dice que prefiere el branzino. No le gusta el ajiaco sino la pasta. No escucha champeta sino buen jazz. En lugar de licor nacional, toma vino o Macallan. Hoy, en las entrevistas que concede, transita con un aire sobrador de hombre de mundo y se le nota el esfuerzo por apartarse de la cultura popular. Sin embargo, no son pocas las fotos ni los videos que publica junto al cantante vallenato Silvestre Dangond, quien es considerado en algunos círculos como ejemplo de ramplonería.
Aparte de su atuendo de gánster y sus refinados gustos gastronómicos, De La Espriella es además un amante de las armas y del Partido Republicano de los Estados Unidos. Dice ser un hombre de derecha que está en contra del Proceso de Paz con las FARC y a favor de la mano dura contra narcotraficantes y demás grupos ilegales. Y de esa manera va por los medios de comunicación. Un día matonea e insulta a quienes le recuerdan que ha defendido a políticos aliados del paramilitarismo. Otro día despotrica de la JEP y de Timochenko en el Congreso. Y al siguiente, da lecciones de estilo y buen gusto. Y así.
Lo que resulta curioso es que apenas hace siete años, en el 2012, su pinta era como la de cualquier oficinista común y su discurso era diametralmente opuesto al actual. En una entrevista con Toño Sánchez Jr., del programa Semblanzas que se transmite por Telecaribe, decía cosas como esta: “Me parece que ese marco jurídico para la paz es un buen avance (...) y creo que hay que hacer sacrificios por la paz y que al final va a valer la pena, que el país se lo merece”. O como esta otra: “el consumidor de drogas no puede verse como un infractor de la ley sino como un enfermo”. Y esto opinaba de la participación política de las FARC: “Yo sería partícipe de que el señor Timochenko no pagara un día de cárcel. Si ese es el precio que hay que pagar para pacificar a este país, pues hay que hacerlo. Y prefiero a Timochenko en el Congreso de la República que a esta bola de pusilánimes y cobardes que hoy posan de padres de la patria”.
Así las cosas, antes del disfraz, el abogado no era más que un modesto hombre de izquierda que llevaba por nombre Abelardo. Ahora, con el disfraz, parece que se transformó en el doctor De La Espriella, de sofisticados gustos y variados talentos. El modesto Abelardo opinaba que el Estado colombiano ha sido un eterno arrodillado del imperio norteamericano; el doctor De La Espriella, en cambio, hizo donaciones al partido de Donald Trump. Abelardo estaba a favor de la legalización de las drogas; el doctor De La Espriella considera que la dosis mínima es la ventana hacia la perdición de los jóvenes. Al doctor de la Espriella no le gusta la arepa de huevo; el modesto Abelardo tenía otra mirada: “hay que tratar de ser el mismo bacán de siempre y eso te abre muchas puertas. Yo sigo siendo el mismo pelado descomplicado que estudió en el colegio La Salle, que le gustaba el raspao, los chuzos de la 29 y el Palacio del Colesterol”.
Es así que se configura este extraño caso digno de las páginas de Robert Louis Stevenson. Quien tenga alguna pista para resolverlo que por favor la dé a conocer. Mientras eso sucede, ¿a quién habría que creerle? ¿Al aplicado abogado de hace unos años o al nuevo y estridente personaje de la Costa Nostra?
@xnulex