Estadio 11 de Noviembre

Desde las gradas, el béisbol y las palabras


Traducción EFRÉN LOCARNO

 

“La pobreza me tiene abrumado”, fue la frase inicial que pronunció el periodista bahameño Charles Fisher, desde la primera vez que vino a Cartagena.

“Lo que más me impacta de esta ciudad es la pobreza. Por todas partes te encuentras niños pidiendo dinero o comida. Uno los ayuda, pero no deja de estremecerse con ese ‘espectáculo’, sobre todo cuando no estás acostumbrado a eso”.

La primera vez que Fisher vino a Cartagena fue a un campeonato de sóftbol, durante el cual envió informes a Bahamas, para la cadena radial y el canal televisivo estatal en los cuales trabaja como cronista deportivo.

Dice no tener especialidades en los deportes, lo que le ha servido para viajar por América y Europa como informador de cuanto evento deportivo le interese a las directivas de su empresa.

Es esta la segunda vez que viene a Cartagena para un cubrimiento deportivo, pero es la primera en que informa sobre unos Juegos Centroamericanos y del Caribe; y con mucha más razón, pues en el campeonato de béisbol está compitiendo el equipo de su país.

El pasado martes, 18 de julio, fue uno de los primeros en ocupar las gradas de sombra del Estadio 11 de Noviembre, debido a que, a las 10 de la mañana, Bahamas se enfrentaría a México, uno de los equipos más fuertes de esta sección en los Centroamericanos.

Unos escalones más arriba de donde se ubicaron Fisher y la delegación beisbolera de Bahamas, estaba sentado Gonzalo Sermeño Terrazas, un empresario mexicano que se encuentra en Cartagena expresamente para seguir de cerca los pasos del equipo de su país.

Sermeño Terrazas había volado desde el Distrito Federal Ciudad de México con sus dos hijos; y fue uno de los primeros en integrar las filas para ingresar al partido inaugural que tendría el equipo ranchero, pero su entrada al estadio no fue tan fácil.

Eran las 2 de la tarde del domingo 16 de julio. Se enfrentaban México y República Dominicana.

El enredo y la poca información sobre si las entradas eran gratis, pagas, con boletas o sin ellas lo tuvieron corriendo de un lado a otro, mientras los latigazos del calor le flagelaban la cabeza semi calva, acostumbrada al ambiente frío de Ciudad de México.

Un periodista cartagenero, residente en el barrio Escallón Villa y cuya vivienda es una de las que hacen frente con el 11 de Noviembre, cruzó la avenida Pedro de Heredia y se internó entre el tumulto que quería presenciar el encuentro entre los aztecas y los quisquellanos.

A los pocos minutos logró presenciar la odisea del empresario mexicano tratando de entrar al estadio, angustiado porque el partido llevaba una hora y media de iniciado; y contrariado, porque el estadio se veía semi vacío, mientras una gruesa cantidad de fanáticos del béisbol se desgañitaba las gargantas pidiéndole a los policías que la dejara entrar.

El cartagenero alcanzó a escuchar las quejas del empresario Sermeño y los dos terminaron formalizando una larga plática, como si se conociesen desde años atrás. Unos treinta minutos después se acercaron a un mayor de la Policía Nacional, quien parecía ser el comandante de la escuadra que cuidaba la entrada. Le informaron que el empresario Sermeño era extranjero y que estaba en Cartagena como fanático del equipo de México.

La información no surtió el efecto que esperaban, porque el uniformado dio media vuelta y se marchó profiriendo algunas frases que nadie entendió. Dos horas después de comenzado el partido, Sermeño logró entrar al estadio, pero con la vida deshaciéndosele en oleadas de sudor.

El martes, con un sol oculto bajo manchones de nubes grisáceas, el 11 de Noviembre brillaba por la escasez de público, pero casi todos los fanáticos cartageneros, sin ponerse de acuerdo previamente, daban enérgicas voces de apoyo al equipo de Bahamas, que, desde el inicio del juego, mostró cierta gallardía que fue disminuyendo a medida que iban avanzando las entradas.

“Es que la gente siempre está con el más débil”, decían entre dientes los cronistas locales cuando los fanáticos aplaudían algunos de los movimientos de la novena de Bahamas.

México los demolía a batazos, mientras la delegación bahameña presenciaba en silencio la “masacre”, todo el grupo situado al lado izquierdo de las gradas, en donde la sombra era un poco mezquina e intermitente.

“Desde un principio no me gustó ese equipo —dijo Charles Fisher, el cronista isleño—. No me gustó porque fue escogido entre los amigos y familiares de Perry Christie, el primer ministro de Bahamas. Además, desde que los jugadores llegaron a Cartagena, no han hecho otra cosa que visitar discotecas y tomar trago. Y el resultado es este. Con seguridad, anoche también estuvieron tomándose sus copas”.

Al otro extremo de las gradas, en donde la sombra se expandía generosa sobre la cantidad de cabezas forradas con gorras de variados colores, Gonzalo Sermeño (el empresario mexicano) y sus dos hijos se confundían entre los fanáticos cartageneros, pero lograron diferenciarse un poco desde que se les ocurrió desenvolver la bandera de México para cubrirse el pecho y las rodillas.

Pese a los sofocos que había sufrido el domingo antes de presenciar el partido entre México y República Dominicana, el empresario lucía fresco, sonriente y accesible, como si de verdad estuviera acostumbrado a sortear desórdenes de ese tipo en todos los estadios del Caribe.

“Primera vez que vengo a Colombia y a Cartagena —dijo—. Había oído hablar de ustedes por los periódicos y la televisión mexicana, pero ahora estoy comprobando que no siempre debe uno seguirse por lo que escucha o ve a través de los medios de comunicación. No voy a negar que sentí un poco de miedo cuando venía en el avión, pero pudo más el fanatismo por la ‘pelota caliente’ que cualquier amenaza de orden público, lo que afortunadamente no es como lo pintan”.

El mexicano parecía sincero cuando hablaba de lo que él mismo califica como “la perfección en la organización de los juegos”; y los datos sobre la situación de violencia en Colombia. Aunque lo que en realidad le pareció violento fue el clima. Sin embargo, la camiseta de beisbolista y el suéter de paño gris que cargaba ese martes contrariaban un poco sus dificultades con el calor.

“Es que ya me estoy acostumbrando —dijo—. Supongo que por tener el organismo aclimatado con el frío de Ciudad de México, sentí mucho más que cualquier otro la agresividad del calor, pero ya me estoy acomodando.”

Después de que el mexicano terminó hablando sobre los cuerpos latinos de las mujeres cartageneras y de las propiedades soporíferas del sancocho de pescado, Charles Fisher subrayaba sus apreciaciones sobre la calidad de los Juegos Centroamericanos, pues la primera vez que visitó a Cartagena alcanzó a presenciar la obra negra de algunos de los escenarios que se están utilizando en las justas.

“Me tiene maravillado que todo se hizo rápido —anotó—. De verdad, no pensé que todo se iba a hacer con esa celeridad y calidad que he encontrado en este segundo viaje. Lo malo es que toda la información que nos dan es en español, nada en inglés, ni en otro idioma, ni muchos traductores. Pero al final, uno termina defendiéndose como puede”.

A unos metros del puesto de Fisher estaba sentado el presidente de la liga de béisbol de Bahamas, William Wood, un gordo prieto, con cara de babalao antillano, quien asegura que en esa isla el deporte de los bates y las manillas no es muy apreciado por las autoridades estatales.

“Allá el consentido es el atletismo —aseguró—. Sin embargo, tenemos beisbolistas en Estados Unidos, jugando en la doble A, pero ninguno en las Grandes Ligas. Confío en que pronto los tendremos. Pero, con todo y eso, el gobierno tiene las energías puestas en el atletismo. Tanto es así que ya contrataron una empresa china para que les construya una pista de atletismo y para eso tomaron el único estadio de béisbol que teníamos. Los bahameños jugamos por divertirnos, en nivel amateur, pero tenemos que comprar nuestros uniformes y demás implementos, porque nadie apoya al béisbol”.

Cuando se abre la cuarta entrada, el equipo de México lleva diez carreras a su favor. El lanzador de Bahamas se muestra cansado y poco agresivo en el pitcheo. La gente empieza a retirarse. La delegación mexicana no para de festejar desde las alturas.

Al final del juego, Sermeño y Fisher se encontraron, sin conocerse, a la salida del estadio. El primero abordó un taxi blanco. Y el segundo miró un buen rato hacia la avenida Pedro Romero, en cuyas orillas empieza a levantarse el barrio Olaya Herrera. Con seguridad, ninguna de esas manzanas se le parecen a las de su isla.

 


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